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Hace un par de días llegué de un corto viaje a la isla de Mallorca, España. Era mi primera vez en las Baleares, pero por lo que vi en la isla, estoy seguro de que no será la última.

Mallorca es la más grande de este conjunto de islas (Mallorca, Ibiza, Menorca y Formentera). También es la más visitada, la más urbanizada y probablemente la más diversa.

En las décadas del sesenta y setenta Mallorca fue el epicentro de un descontrolado proyecto para atraer turistas extranjeros, principalmente del norte de Europa, a que gozaran del sol y la playa que las costas mediterráneas españolas ofrecían. Gracias a este plan, en varias partes de la isla se pueden ver horribles pesebres de cemento y vidrio, muchas veces a solo unos pasos de lindas y pequeñas playas. No es difícil imaginarse el increíble paraíso que serían estos sitios si se hubiera planeado un mejor desarrollo turístico.

Pero Mallorca es grande y diversa y hay muchos sectores que lograron escapar a la locura urbanista de los setenta. Alrededor de sus 550 kilómetros de costa hay un gran número de playas apartadas y prácticamente vírgenes, a las que solo se puede acceder caminando y que dan esa sensación de estar sólo en la isla.

Y no todo es sol y playa. El interior de la isla, tan sorprendente como su litoral, está plagado de pequeños pueblos medievales, castillos, palacios, monasterios, viñedos, hoteles rurales, etc. Algunos de estos pueblos conservan rasgos arquitectónicos de varias etapas de la historia española: de la ocupación musulmana, del gótico medieval, del renacimiento, y del modernismo catalán, entre otros.

La isla solo mide unos 60 kilómetros de sur a norte y 100 de este a oeste; esto hace que alquilando un carro uno pueda visitar muchas cosas en el mismo día. Pero a pesar de su pequeño tamaño, sus diferentes “regiones” son universos aparte. La costa occidental de la isla, por ejemplo, está dominada por la Sierra de la Tramuntana, una impresionante cadena montañosa que cae en picada hacia un mar deslumbrantemente azul y en cuyas faldas se encuentran pequeños pueblos, mágicamente empotrados entre olivos y viñedos, mansiones, carreteras zigzagueantes y pequeños senderos que cruzan la montaña, y la isla, de lado a lado. Al norte, por el contrario, hay grandes playas, más “salvajes”, mientras que al sur, alrededor de la cosmopolita capital Palma, las playas han sido acorraladas por hoteles todo incluido y núcleos urbanos dedicados a lo que los españoles llaman “turismo de borrachera”.

Es por todas estas razones que la isla ha sido elegida por ricos y famosos que han hecho de ella su hogar. Personajes legendarios como Chopin, Miró, Agatha Christie, Churchill, Grace Kelly, o Chaplin; o presentes como Claudia Schiffer, Boris Becker, Andrew Lloyd-Webber, Michael Douglas y Catherine Zeta Jones, sin olvidarnos de los reyes de España, todos tienen o han tenido residencias en Mallorca.

Hoy Mallorca lucha por encontrar el equilibrio adecuado entre el turismo de masas (principalmente de ingleses y alemanes) que busca sol, playa y fiesta, y que trae consigo una innegable riqueza económica, y un turismo diferente, que prioriza la calidad antes que la cantidad. Su experiencia, sus problemas y sus aciertos, deberían ser tomados en cuenta por nuestros países, y con ellos decidir qué tipo de turismo queremos para nosotros.

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