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El barrio 7 de agosto hace parte de la historia de mi Volkswagen escarabajo. Allá reparo mi carrito, que es una nave, pero tiene 52 años a cuestas y es obvio que de tanto rodar pida cositas: una perita aquí, una guayita allá, un chicler por aquí, una plumilla por acá. Y un arreglito que no debería durar más de media hora siempre termina por alargarse toda una mañana.
Claro, al medio día mi estómago de mecánico fracasado empieza a sonar y en el abanico de posibilidades que ofrece el barrio aparece el pollito, que es bueno en todas sus presentaciones.
A través de mi suegra, una mujer berraca que lleva más de 20 años lidiando y empujando Volkswagen (todo gracias a mi suegro, obvio), y que se conoce este barrio como su propio ombligo, llegué a Pronti Broaster, un lugar modesto, sencillo, limpio y, lo más importante, con las mesas llenas a la hora del almuerzo.
Aquí solo me gusta pedir el apanado. Es muy rico (vea aquí más imágenes). Y uno de sus fuertes es que para la miel no usan esas incómodas bolsitas difíciles de abrir, sino que tienen un tarrito lleno en cada mesa, lo que hace que este dulce sea casi ilimitado. A mucha gente no le gusta así, pero para mí sin miel no tiene sentido.
Los precios también son muy amables y uno no se gasta un dineral en un almuerzo familiar por pedir un pollo, que por lo general viene solo y sin acompañamientos.
Entonces, si no tiene Volkswagen es su decisión si va o no, pero el que tenga un escarabajo sabe que tarde o temprano terminará en el 7 de agosto y yo, amablemente, le dejo este dato por si se le alarga la vuelta.
Menú
1 pollo broaster: 18.500 (viene con papas a la francesa, arepitas y yuca frita).
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