Las ciudades las hacen los amigos, la familia, el parche. Cuántos no se devuelven de las capitales más fascinantes del mundo solo porque algo les falta; que no es otra cosa que eso que menciono. Claro, no le pasa a todo el mundo, no hay que generalizar, aunque lo cierto es que se puede estar solo y aburrido en la ciudad más linda, o muy feliz en el roto más caótico e inseguro, pero siempre acompañado por los que son. En este viaje sentí que las cosas son así (lea la primera entrada de este viaje), y a pesar de que andar solo también tiene su encanto, yo prefiero comerme una empanada con un amigo, que una langosta sin compañía en la mesa.
Barcelona
Llevo treinta años hablando de lo mismo con los mismos cinco güevones de toda la vida. Son los mismos temas, los mismos recuerdos. De ahí no salimos. Uno de ellos, que ahora vive en Barcelona, se puso en la tarea de hacerme un generoso recorrido y de este salieron dos lugares para contar. El primero se llama La Paradeta Sagrada Familia, que es un local para atragantarse (y no exagero) de todos los frutos del mar posibles. Todo depende del peso que uno le ponga a las porciones, así que este almuerzo para dos terminó así: atún (€9,27), pulpitos (€6,86), ostras (€1,50), chipirones (€5,93) y gambas saladas (€9,38). Una exageración, pero muy satisfecho, eso sí. El segundo es Pura Brasa, local del que leí por ahí que podrían ser las mejores hamburguesas de Barcelona; arriesgado juicio. Pero sí podría asegurar que la hamburguesa de Payés es una de las más sabrosas que he probado en mucho tiempo y está equipada con 200 gramos de carne de cerdo, queso, cebolla y papas ($10,25). Yo sé, son muy pocas líneas para una ciudad tan completa.
Madrid
Opciones para comer bien es lo que esta capital tiene, pero de todas esas yo llegué a las siguientes: Docamar, donde ensayé por primera vez, y con gran gusto, la oreja de cerdo a la plancha (€5,30) y las patatas bravas (€3,90), que según la amiga que me mandó hasta allá podrían ser las mejores de Madrid, cosa que no podría asegurar, pero vale el apunte. Después di con el Museo del Jamón, sitio del que había escuchado mil versiones. Pero como a mí me gusta probar todo de primera mano, pues me copié de lo que tenía la gente en su mesa y le llegué a un plato de arroz, un sánduche de jamón ibérico y una copa de cerveza, todo por €3,40. Y sí, es un lugar guerrero, pero no todo tiene que ser sofisticado para ser bueno. Por último, una amiga me llevó a Lateral, donde probé el tempura de verduras con salsa de yogur (€5,60); tartar de aguacate, salmón ahumado con salsa de limón (€4,70); y croquetas de jamón (€6,95). Y claro, comí muchas tapas en toda parte.
Roma
Estaba solo en Roma. Solo. Con mucho tiempo para pensar y echar globos. En una de esas noté que muchos locales de la zona turística hacen su propia pasta; o eso dicen, vaya uno a saber. El cuento es que se come muy bien y casi que se va a la fija cuando se entra a cualquiera de estos. Pero yo, muy juicioso, me di a la tarea de descubrir algo diferente, lejos del hormigueo de la gente enloquecida que llega cada verano. Así que salí a buscar La Tavernaccia, un restaurante muy bien reseñado en algunos periódicos y donde comí por primera vez una pasta llamada tonnarelli, que venía acompañada de pulpo, tomates cherry y especias (€15). A lo anterior le sumé un postre de yogur, mango y jengibre (€5); todo un lujo. Pero si volviera, sin dubitaciones pediría todo lo que llegó a la mesa vecina y que provenía, aún sacando chispas, de un poderoso horno que ha jugado un papel clave en los cuarenta y siete años del local. Mucho nivel, en serio.
Próxima entrada: París, Berlín y Varsovia. Y ya no los jodo más con esto.
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