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El exprocurador Alejandro Ordóñez me recuerda a algunos de los sacerdotes que iban a dar misa y a escuchar la confesión de los terribles pecados de niñas de 8 años en el colegio del Opus Dei donde estudié cuando pequeña. Hacían la homilía de espaldas, y desde temprana edad las alumnas debíamos memorizar la complicada palabra transustanciación para referirnos a la transformación del pan y del vino en la sangre y el cuerpo de Cristo.
El sacerdote de turno hacía su aparición con su larga sotana, único hombre entre tantas mujeres, no había profesores de género masculino, y las maestras que ya eran parte de “La Obra”, como se refieren al Opus Dei quienes lo aprecian y valoran, le rendían pleitesía. Agachaban la cabeza y nos hacían entrar al oratorio en fila y en silencio con mucho respeto por ese hombre a quien le veíamos la cara en la comunión después de haberle oído la voz en el confesionario.
Ordóñez se me parece a estos sacerdotes, porque habla en voz baja de las culpas y en alta de sus luchas contra la paz y las discusiones de género. Porque puedo imaginarlo predicando de espaldas al mundo y a sí mismo, cubierto con su sotana negra hablando de humildad mientras esconde con ella zapatos brillantes que le ha embetunado alguna de las mujeres que le asea la casa.
Su guerra contra el aborto trae a mi memoria la insistencia de las profesoras en recordarnos a los 10 años nuestro pecado original, para que nos sintiéramos culpables desde niñas por haber nacido mujeres como Eva y haber inducido a Adán a desobedecer a Dios.
Y, sobre todo, me recuerda esa sensación de oscurantismo que me rodeaba en el colegio, esa enseñanza tácita de no pensar mucho, de no criticar, de no molestar, de no ser una niña problema a los 12 años, porque podía irme al infierno si no me arrodillaba y hacía un acto de contrición. Un oscurantismo que también nacía en esos libros prohibidos, como los que dicen que quemó Ordoñez, que no se nombraban con la bibliotecaria y que mi papá sí tenía en la casa.
La salida final de la Procuraduría pudo haber representado lo que para mí la salida de aquel colegio: nos abrió los ojos a algo que muchos intuíamos. “El procurador no ocultó sus sesgos, condenó a personas que pensaban distinto a él, absolvió –sin ningún escrúpulo- a personas cercanas a él incursas en delitos relacionados con paramilitares. Y todo ese manejo de favores, nombramientos, aparte de sus intervenciones abiertamente ideológicas en plaza pública a partir de su cargo, deberían ser objeto de investigación”, le dijo en una entrevista a Semana Gustavo Gallón, uno de los demandantes de la reelección del Procurador.
Si Ordoñez vuelve a tener poder, o peor, a ser Presidente, el país correría el peligro de quedar envuelto en esa atmósfera de medioevo en la que estudié, en donde las alumnas tenían que usar velo para entrar a la “Casa de Dios”, en la que las mujeres guardaban silencio mientras los hombres mandaban, donde las hijas de padres divorciadas no eran bien vistas y en la que era necesario ponerse de pie para saludar a la profesora cuando entraba el salón y las faldas mejor llevadas eran las que iban hasta el tobillo. Una atmósfera que no tolera la crítica y castiga la diferencia, que necesita la sumisión de todos para existir y para darle poder a aquel que se santigua con una mano mientras con la otra peca.

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