Lo que más extraño con esta cuarentena es poder recibir los abrazos de mis hermanas mayores. Sus consentimientos me dan la seguridad que a muchos nos brinda la casa materna, ese espacio donde uno puede ser totalmente frágil y regresar a la infancia. Me hace falta esculcar su alacena y robarme los antojos.
Los expertos vaticinan que la distancia social va para largo y entonces este virus nos cambiará por mucho tiempo la calidez de la cercanía con otros. Viviremos con el vacío de no poder sentir a quienes queremos.
Extrañaremos los abrazos, los golpes en el hombro entre amigos, los besos de saludo en las mejillas, todos esos pequeños contactos que jamás imaginamos que estarían prohibidos. Porque si hay algo que nos ha robado el coronavirus es la expresión genuina de nuestras emociones cuando estamos rodeados de otros. Congelamos las manos para que no se emocionen y por error toquen de felicidad a quien ha hecho un buen comentario.
Saldremos nuevamente a la calle guardando las distancias, desconfiando del hombre que está al lado nuestro en la góndola del supermercado, temiendo la cercanía con quien está delante de nosotros en la línea para pagar, calculando la distancia de quienes caminan por la misma cera. Tal vez añoraremos aquellos tiempos en que no estaba prohibido caminar de la mano con el otro.
A mi me hará mucha falta el contacto, que me feliciten con cariño en mi cumpleaños, que mis amigas me abracen para decirme que están contentas de volver a verme, que mis familiares me rodeen por la espalda cuando nos encontremos después de la cuarentena.
Supongo que les daremos gracias a quienes crearon los emoticones por darnos herramientas para expresar nuestras emociones y nuestros afectos, pero esto nunca será suficiente.
Solo espero que todo esto termine para poder abrazar a quienes quiero y que quienes me quieren hayan extrañado abrazarme. Por lo pronto, saludo a mis hermanas virtualmente y me limito a esculcar la alacena de mi casa.
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