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Seguir un género como el rock en un país como el nuestro  sin ser permeado ante el ambiente pusilánime y bajo la luz de los pocos faros que permanecen erguidos, es una tarea difícil de supervivencia, posiblemente con el mismo final de los dinosaurios.   Reflexiones de nuestra cultura rockera.
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                                                                                                                                    Imagen – Rock al Parque
 


 

Es normal ver el rostro horrorizado de una persona que se sienta enfrente del televisor y los «grandes» medios le muestran con arrogancia y además ignorancia desbordada, la visita a Colombia de un personaje como Ozzy Ousbourne, por hablar de un evento reciente. El perfil expuesto de dicho artista es basado en el popular reality que llego a nivel mundial a todos los hogares, allí se ve a un hombre decadente e incapaz de hacer cosas normales dentro de su casa. Y tal vez no esté mal, pues no es más que una persona de carne y hueso, además junto a su esposa permitieron exponerse su intimidad. Lo que no es normal es dejar a un lado la transcendencia de su historia musical y el aporte a un género como el rock, que a pesar de ser satanizado permanece campante, tapando cada insulso movimiento de elongar otros ritmos cardiacamente mortíferos y propensos a morir prematuramente gracias a la moda impuesta. Así ha sucedido desde que el rock traspaso nuestras fronteras y «entro» al radar, hasta el día de hoy continua desvirtuado, y con una imagen tan borrosa como quien habla de dinosaurios. El interés por parte de los medios poderosos, encargados de difundir la realidad de una cultura, de la cual tiene absolutamente todo el derecho la gente, no ha sido más que un sofisma de distracción. Canciones de hace tres o cuatro décadas aún suenan, claro, está bien, pero lo que no sabe la gente es que ese cantante o grupo ya lleva publicado 20 discos más.

 

Solo algunos conductores de radio, productores y uno que otro periodista, se preocuparon por darle un lugar de difusión en la radio, o en su espacio respectivo, sin embargo el sistema se los trago porque es más audible y sencillo un tema tropical o suavecito, o la ‘recoimposición’ del dueño del medio. «Lo que no es suave, bailable, o farandulero, no vende, entonces no suena, no se imprime». Pocos permanecen en esta la lucha titánica y a través de pequeños espacios, sostienen fieles un ideal blindado para no dejar fenecer esta nave. No estoy en contra de ningún género, es más nací en un país netamente tropical como Colombia, pero en otros, incluso en Perú donde también se baila cumbia, Paul McCartney fue recibido por primera vez este año, otorgando el lugar que se merece un estilo como el Rock And Roll. Aquí, por la ausencia de un escenario (otro factor más), nos vimos privados de un espectáculo como este, del cual hasta quien sigue el reggaetón tiene derecho, ¿porque no?, se trata de tener un ramillete de posibilidades, para poder albergar un criterio más acertado a la hora escoger e inclinarse por lo que más llene el alma. Personajes reales, artistas de verdad y no figuras de cera que con el sol se fundan., que con una lavada destiñan.

 

Hoy en día la autopista o la nube como se le acuño ahora a Internet, tiene miles de conductos directos a una información que aquí se quedo en «Angie» de los Stones. Tubos por donde deslizarse, de cierta manera no existe excusa para no enriquecerse, incluso el inglés aunque no se domine (un factor más) debido a nuestro paupérrimo sistema de enseñanza, ya tiene herramientas si bien no ciento por ciento efectivas, por lo menos que dan una idea general. Sin embargo con todo y esto, el aspecto histórico es fundamental para poder mirar el retrovisor sin despeinarse. Si tampoco existe, hay que recurrir a algo más complicado, el ser tocado profundamente, por sus notas, tanto que su aroma sea tan longevo como los Rolling Stones. Así me sucedió a mí. Perdurar sobre ese riel aún cuando el ruido alrededor sea tenue, aún cuando todos a mí alrededor lo ignoren.

 

Por eso mi mamá, mi hermano, mi vecino, mi amigo, no entienden cuando se anuncia la visita de Ozzy a nuestra masacrada Colombia, ni los padres a su hijo, que le prohíben asistir al show, por temor a perderlo entre las tinieblas de aquel «príncipe maligno». Pero si accidentalmente ellos escuchan su grandiosa voz, se inquietan, admiran la esencia de un ser humano que es feliz utilizando su mejor don y a su vez transmite júbilo a otros. La incógnita les queda, pero no es suficiente para ilustrar lo verdaderamente sublime de un género, que acá, se extingue.

 

 Un ensamble colombiano de excelentes covers entra a Retina al Aire

 

Permanezcan Rockosos
 

 


 

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