La literatura y el cine han reflejado de muchas maneras la ambivalente relación que tenemos con las máquinas. Dentro de ese universo, el 1 de julio de 1991 James Cameron nos traía la segunda parte de Terminator. Como recordarán, los jóvenes como yo, el temible T-800 volvía desde el futuro enviado por el mismísimo John Connor a protegerlo contra un modelo superior, el T-1000, que venía a asesinarlo por ser el líder de la rebelión humana contra las máquinas inteligentes. En una de las famosas escenas, el T-800 nos decía “I’ll be back”.
Quizá debido a estos robots, entre muchos otros, está tan arraigada la mayoritaria idea de que la Inteligencia Artificial (IA) sigue dentro del mundo de la ciencia ficción cuando lo cierto es que está ya andando entre nosotros. Cada consulta que hacemos a Google, cada compra en Amazon, cada vez que hablamos con el asistente de voz de nuestro teléfono inteligente estamos interactuando con máquinas que se van haciendo superiores a nosotros en hacer tareas específicas. Además, hacen música, escriben guiones, vencen a nuestros campeones de ajedrez y protagonizan choques de carros. En una prueba más de que ya ruedan entre nosotros desde hace cuatro días, pero que oficialmente ocurrió el 7 de mayo, sabemos que el sofisticado piloto automático del Tesla no se detuvo en un cruce mientras un camión giraba y fatalmente se metió por debajo del tráiler causándole la muerte instantánea a su propio pasajero.
La primera víctima fatal de la que será, de lograr solucionar un par de asuntitos, la manera más segura de andar en cualquier tipo de vía pública. No obstante, la compañía de Musk asegura que sus Tessy llevaban acumulados más de 209 millones de kilómetros con el ‘Autopilot’ funcionando antes de este mortal incidente frente a una muerte cada 96 millones de kilómetros cuando conduce un humano de media en todo el mundo. Con todo y lo incómodo que nos pueda parecer en un principio, ya la IA presenta cifras que duplican al chofer humano. Siendo lo anterior apenas el principio por estar en etapa beta y dentro de ecosistema vehicular civilizado; los estudiosos del tema prometen que este tipo de IA nos lleve a unos hoy impensables números en la seguridad vial reduciendo hasta un 90 % los accidentes de tráfico. Sin embargo, como dicen las abuelas, de eso tan bueno no dan tanto.
O por lo menos no para nosotros ahora. Según el estudio, hecho en EUA, llamado The social dilema of autonomous vehicles, publicado en Science, el problema está en el lado humano de la ecuación. Y no por lo que desarrollemos en la técnica, sino por algo mucho más doméstico: la moral. En la imagen se ve tres tipos de diferentes situaciones donde la máquina deberá escoger entre dos males. La ética utilitarista, que podría usarse para explicar las tres leyes de la robótica de Asimov, sería la llamada a salvarnos de este entuerto moral cuando nos invita a escoger el mal menor. Los resultados del estudio delatan el egoísmo moral natural. Aceptaríamos esta regla si nos beneficia; pero no la tragamos tan fácil cuando somos nosotros, o alguno de los nuestros, los que se sacrificarían en esa elevada búsqueda. Según este estudio, los encuestados estarían de acuerdo con que los carros autónomos estuvieran programados con este tipo de algoritmos.
¡Pero no los comprarían! Como también se opondrían a que sea el Gobierno que obligue al de facto en esta ética imbuida en la que será prontamente la nueva forma de transportarnos. ¿Y entonces? Como en Terminator, del futuro vendrá la IA que nos ayude. Deberíamos esperar entonces que la IA se desarrolle lo suficiente para que sea ella misma la que decida que hacer. Si confiamos en la Ley de Moore, esto sucederá más pronto de lo que pensamos. Así pues, un hipotético detective Spooner —Will Smith en I, Robot, 2004— no tendrá problemas para usar la famosa frase de su congénere —T-800— “hasta la vista baby” cuando deba tomar estas decisiones.
Ve, A través de los olivos se nos fue Kiarostami
La guerra urbana que se nos viene.
Un oda a la que te enseñó a bailar.
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