Fabián Salazar Guerrero. PhD. Doctor en Teología. Ciberasesor Espiritual.
Todos los días encontramos motivos para agradecer por los regalos que recibimos, comenzando por la vida misma. Agradecer es darnos cuenta que estamos rodeados de bienestar, de cariño, de belleza y de posibilidades para seguir creciendo pero a veces estamos muy ocupados o distraídos para reconocer esas bellas manifestaciones.
Es verdad que en estos días estamos pasando por situaciones difíciles a causa del confinamiento pero es también cierto que esta situación nos ha mostrado que habíamos olvidado disfrutar de los pequeños detalles, de los espacios en familia, de los cálidos gestos de amistad y de la importancia de vivir intensamente el presente.
Existen muchas formas de agradecer en la vida cotidiana. A continuación, algunas sugerencias.
Agradecer con amor propio. La primera manifestación de agradecimiento es para con nosotros mismos. El amor propio se convierte en la verdadera medida de amor para los demás; si nos perdonamos y aceptamos nos sentimos más libres para crecer. Agradecerse amorosamente es cuidarse y respetarse, no permitir que otros nos manipulen, nos enreden en sus juegos de chantaje o nos quieran cortar las alas. Amarse es reconocer nuestro valor y actuar en concordancia con esa dignidad.
Agradecer en el cariño a los amigos. Los amigos y amigas no se improvisan y aunque en ocasiones no los veamos, sabemos que al igual que las estrellas brillantes aparecerán en las noches oscuras. Los verdaderos amigos están cuando no tienes nada más que dar que aquello que eres, se alegran contigo por tus triunfos, cuando lloras y te consuelan desde su corazón, cuando estas opaco y te hacen reír con sus ocurrencias, cuando pierdes la fe y te animan y te recuerdan quién eres, cuando te caes y te extienden la mano para levantarte. Hay miles de motivos para agradecer.
Agradecer desde la propia vocación de vida. Cada uno de nosotros es importante en la misión, en la tarea o en lugar donde nos encontremos y compartimos el mismo llamado a ser felices. El sentirnos agradecidos por nuestro trabajo y valorar lo que hacemos por los demás es ser realmente parte activa de la hermosa sinfonía de la existencia donde todos necesitamos de todos, de los hilos entretejidos de la humanidad en la cual nos hermanamos, y de la casa común que compartimos con los otros seres vivos. Gracias a los demás somos lo que somos y por eso hay tanto que agradecer.
Agradecer renovándonos cada día. Agradecer es también abrir nuevas puertas, colocar puentes a las oportunidades y recorrer caminos inéditos. En ocasiones es necesario agradecer una etapa vivida y comenzar de nuevo, reinventarse, hacer una reingeniería de sí mismo. Es una tentación el quedarse en la zona de confort y dejarnos llevar por la rutina, pero esto implica dejar de crecer personal y profesionalmente. Agradecer y abrir las manos es dejarnos sorprender por novedosos aprendizajes, por personas maravillosas que llegan y por bellos horizontes que aparecen para invitarnos a avanzar a mejores proyectos.
Agradecer jugando y disfrutando. El juego es un espacio vital para volver a soñar como niños, para crear, para compartir y para dejar aflorar nuestros sentimientos. Las personas olvidan que la vida no es sólo dinero, correr en búsqueda de la fama o esperar los éxitos pasajeros, sino ante todo la vida es para disfrutarla, saborearla en sus pequeñas alegrías, maravillarse de los detalles y conservar nuestra dimensión de gozo profundo. El agradecer por los gratos momentos flexibiliza nuestra estancia en la tierra, para no tomarnos tan en serio la existencia sino aprender de nuevo a sonreír y disfrutar intensamente el estar en esta dimensión.
Agradecer superando el dolor. Las diferentes dificultades de la vida llenan el corazón de cicatrices, y estas experiencias nos pueden llevar a la amargura, al resentimiento y la frustración, pero si las agradecemos y descubrimos las enseñanzas que nos dejaron pueden convertirse en una escuela de profunda humanidad para reconocer nuestras propias fragilidades, para acompañar las dificultades de nuestros semejantes y para sacar versiones mejoradas de nosotros mismos desde la sensibilidad, la amabilidad y la solidaridad. Agradecer por los dolores vividos es un camino para superarlos, es darse la oportunidad de madurar y no repetir los errores y dejar atrás que lo que ya no es útil en la vida.
Agradecer desacelerando el ritmo. La velocidad nos puede ayudar a llegar rápido pero podemos perdernos la belleza y los detalles del camino. Agradecer es bajarle el ritmo al acelere del nos dejamos atrapar en la cotidianidad para invitarnos a disfrutar lo básico, a mirar los rostros, a contar nuestros pasos, a sentir nuestro cuerpo, a aprovechar cada instante como irrepetible. Permitirnos disfrutar el presente nos hará gozar con plenitud del fantástico y pasajero regalo del tiempo que recibimos el día que nacimos.
Agradecer espiritualmente la presencia de la divinidad. La espiritualidad no es una actividad sino un estilo de vida. Al agradecer espiritualmente se siente la necesidad de vivir la intimidad con la divinidad en un encuentro profundo de comunión. Agradecer es recordar que Dios tiene la maravillosa capacidad de sorprendernos y que a través de hermosas mediaciones, de afortunados encuentros, de ayudas extraordinarias, de situaciones que parecerían imposibles, de ángeles, en pocas palabras a través de milagros cotidianos, manifiesta su generosidad para con nosotros.
Se puede apartar un espacio especial para hacer silencio, y sin mediar palabras sentirse profundamente conmovidos con la gracia y la gratuidad de su amor. Una madurez espiritual pide que también podamos agradecer aún en situaciones de desierto, de soledad, de incomprensión y de duda.
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Sabio y hermoso texto. Gracias por regalárnoslo señor Fabián Salazar.
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