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Comer porque estoy aburrida. Comer porque me fue bien en la oficina o porque me fue mal. Comer por soledad. Comer por comer. Es tan común. El rol de la comida se ha desdibujado. La comida no es una droga, pero fácilmente se torna en una. Se vuelve sustancia cuando se usa para irse, para no estar. Cuando juega de intermediario entre nosotras y la vida. Nos protege de nuestros sentimientos más complejos e incómodos, y ese es el problema.
La comida es un poderoso y efectivo regulador emocional. Esa es la verdad. Por eso, día tras días, hombres y mujeres recurren a ella para sentirse en control. Para refugiarse. La comida es fiel e íntima y nunca desilusiona. Al menos, no mientras la comes.
La comida está diseñada para hacernos bien. Es así porque es parte vital de nuestros requisitos para sobrevivir. El cuerpo la necesita como necesita del oxígeno, y nuestro cerebro se asegura de que sintamos el placer que proviene que todo aquello que reafirma la vida.
Nadie se salva. Todos necesitamos comer, varias veces al día. Es la pesadilla del adicto. Conozco mujeres que quisieran poder dejar de comer. Olvidarse del tema.
Pero, así no funciona. Hacer las paces con la comida no se trata de controlar la comida, ni evitarla. Por el contrario, es un tema de soltar el control y asumir todos sus mensajes. La manera cómo comemos tiene mucho para decir. Es un hermoso proceso espiritual que toca cada nivel de vivir. Vale la pena encontrar la paz con la comida porque es una puerta hacia un tipo de paz que trasciende la comida. Es un tipo de libertad.
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La persona que escribe este blog ha tenido en cuenta cómo los trastornos del gusto y el olfato influyen al momento de comer o pensar en comer ? Parece que ni los olió.
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