«Ya te lo he dicho tío, es simplemente alucinante» dijo mi colega español, profesor de cine, recitando de memoria los diálogos de una de sus películas favoritas. Yo había visto la misma película varias veces y no recordaba ese diálogo por la sencilla razón de que había sido puesto en el doblaje español y, además, tenía poco que ver con el original. No quise discutirlo, pero desde ese momento fui mucho más consciente de la importancia que tiene, para muchos cinéfilos, ver las películas en su idioma original (o con subtítulos).
Hay que reconocer, de todas formas, que el doblaje es un mal necesario y en algunos casos se justifica que las películas vengan habladas en nuestro idioma: cuando el público es infantil, de la tercera edad o con bajo o nulo nivel de alfabetismo. Este buen argumento, sin embargo, ha servido como excusa para que los exhibidores pongan cada vez un mayor número de copias de películas dobladas sobre las subtituladas y que, en una decisión francamente clasista, decidan reducir al mínimo las copias subtituladas en algunas ciudades o sectores de las ciudades. En lo que sí hay que aplaudir a exhibidores y distribuidores es en la «traducción» de los títulos de películas que en los últimos meses ha mejorado bastante en cuanto a respetar el título o el espíritu del mismo al presentar las películas en la cartelera nacional.
Hacia la década de 1930, después de la incursión del cine sonoro, algunos países como Alemania, Italia y España tomaron la decisión de doblar las películas como una estrategia que cumplía con varios propósitos: controlar lo que se decía en los diálogos (censura), cambiar la trama para evitar situaciones escandalosas y generar en el público un sentimiento de nacionalismo al no escuchar idiomas ni acentos distintos al propio. El doblaje se institucionalizó en algunos países, en donde aún buena parte del público no soporta leer subtítulos. Colombia no ha tenido esa tradición y a mi generación le tocó aprender a leer rápidamente los subtítulos antes de hablar otro idioma, lo que nos ayudó a tener más afinidad (oído) con idiomas distintos al español. Los defensores del doblaje pueden argumentar, con razón, que leer los subtítulos distrae de ver la película, pero esto es también un asunto de práctica. A mí me gustan subtituladas, pero entiendo que a algunos les guste más verlas dobladas, lo importante es tener la alternativa y poder escoger.
Hace unos días fui entrevistado para un artículo del diario El Colombiano (leer aquí), sobre un informe que afirmaba que «los colombianos prefieren las películas dobladas», sustentando esta afirmación en la cifra de 79,1% de espectadores que habían visto películas dobladas en 2016. La cifra, no obstante, no habla de preferencia sino de opciones. ¿Cuantos de estos espectadores habrían preferido escuchar la versión original de la película si hubieran podido?, esta discusión se menciona también en el artículo «El idioma sí importa» publicado en Semana (leer aquí), en donde toman de ejemplo tres películas al azar para ver la proporción de versiones dobladas vs subtituladas:115 a 34; 27 a 11 y 76 a 16, es decir, casi una subtitulada frente a cuatro dobladas (sin contar los horarios, pues las subtituladas suelen presentarse en las últimas funciones del día).
Un buen doblaje puede ser fiel al original y, además, ser una fuente importante de empleo pero, como un amigo actor de doblaje me comentaba hace poco: «hay niveles de calidad, según las empresas y las tarifas, pobres por demás, porque no hay un reconocimiento de gremios». Si el doblaje es incómodo, es mucho peor cuando se toman atribuciones o infectan la narración original con palabras locales como «wey», «carajo», «gilipollas», «platicar» o «quilombo» que quedan absolutamente fuera de contexto en una película de procedencia norteamericana, europea o asiática.
Limitar las opciones es privar a los espectadores de ver la interpretación original de los actores, tratar de entender giros idiomáticos, juegos de palabras e intenciones dramáticas de la historia. Algunos doblajes mediocres, además, afectan la mezcla de sonido original y escogen actores con registros de voces muy distintos o con interpretaciones que pueden echar a perder una buena actuación. No estoy en contra del doblaje, como tampoco me opongo al cine de Hollywood, ni a los superhéroes, ni a las secuelas o sagas de películas; pero lo que cada vez me cansa más es que algunos exhibidores decidan que todo su público quiere ver lo mismo y reduzcan nuestra libertad de decidir.
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¡Por fin alguien lo dijo! Ojalá las distribuidoras de cine le hagan caso. Y, sí, las películas con la banda de sonido original las ponen en los peores horarios.
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Muchas gracias por tu comentario y por leerme. Saludos.
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Hola, Jerónimo, le felicito, agradezco y apoyo por su blog como cinéfilo que me considero. En los únicos casos que prácticamente acepto el doblaje es en las películas animadas que uno se acostumbró a las voces en español; de resto, subtítulos forever. Saludos desde Cali.
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