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Con gusto, el mundo escuchó lo que siempre quiso escuchar: que la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez por fin tomó partido y va a politiquear arduamente para hacer presidenta a la Cabal.

Una decisión que está en marcha y que ella anunció mientras visitaba el Congo. Sí, el Congo, una de las contadas repúblicas que aún no conocían a la Ramírez, y a donde ella viajó por ruego de los nativos que llevaban siglos anhelando verla en carne y hueso. En hueso, sobre todo.

También allí enumeró las certezas que la movieron a tomar esa decisión.

Una, que había llegado la hora de escoger el partido político en que ella pudiera esta vez caer, sin sonrojarse.

Dos, que el Centro Democrático está en mora de ser honrado con los más eficaces servicios de politiquería que el poder femenino puede ofrecer en este país: los de ella.

Y tres, que a la Cabal las encuestas apenas le dan un raquítico 46% de impopularidad.

Más inteligente estuvo Ramírez en esta breve entrevista a ELHAZMERREÍR:

¿Cuál va a ser su aporte a la campaña?

El 46% de impopularidad es muy pobre. Si la Cabal pretende ganar, debe subir ese porcentaje. Cuento con una larga vida de desaprobación pública que pondré por entero al servicio de una causa tan noble e inspiradora como es la de aumentar la impopularidad de la Cabal.

¿Cree que la impopularidad hace presidentas?

Lo creo. Mire usted a Maluma. Goza de un 90% de aceptación y no es presidente. Y contemple a Iván Duque: ha acumulado un rechazo popular del 72%, y sigue gobernando. Y gobernando bien, gracias a mí. Solo a mí, por supuesto.

Usted goza de un buen rechazo, y sin embargo no es presidenta. ¿Por qué?

En desaprobación, yo supero por mucho a Duque. Pero mi desaprobación nunca debe opacar a la del presidente. Así que he tenido que reducir mi impopularidad. Algo de esta he tirado a la basura. La parte que he botado es la que me ha hecho falta para alcanzar la Presidencia.

¿La popularidad afea a la Cabal?

También la banaliza. El ser impopular lo ha ido acumulando embarrada tras embarrada. De modo que renunciar a tal cúmulo de impopularidad sería tirar a la alcantarilla toda una vida de esfuerzos y sudores.

¿Espera algo de la Cabal?

Como yo no podía ser candidata, necesité un remplazo. Lo hallé en la Cabal. Pactamos que ella haría de candidata durante la campaña, y que, una vez fuera elegida, yo ordenaría el cese del remplazo, y ella me entregaría el cargo. Yo cumpliré mi palabra; espero que ella cumpla la suya.

¿Finalmente, ayudaría que la Cabal fuera “la que diga Uribe”?

Debe entender, querido comunicador, que lo que yo pretendo es poner en la Presidencia a la Cabal, y no chamuscarla o darle un entierro político de tercera clase.

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