La inteligencia artificial (IA) llegó para facilitar la vida a los ciudadanos, las empresas y los gobiernos. El uso de mecanismos inteligentes ha permeado prácticamente todos los sectores productivos de la economía y ha comenzado a cambiar la forma de hacer negocios, de prestar servicios y hasta de adelantar procesos y trámites.
De la ficción a la realidad
La llamada Cuarta Revolución Industrial o Revolución Digital trajo de la ficción a la realidad escenas que hasta hace un tiempo parecían muy lejanas, como por ejemplo un vehículo que se “conduce” solo, un reloj que le permite comunicarse con otras personas o con una máquina y aparatos que le hablan y le guían a la hora de adelantar consultas o trámites, entre otros.
David Schatsky, experto en tecnología y en inteligencia artificial señala que los sistemas de automatización inteligente detectan y sintetizan grandes cantidades de información y pueden automatizar flujos de trabajo completos. Las aplicaciones van desde recopilar, analizar y tomar decisiones sobre información textual, hasta guiar vehículos autónomos y robots avanzados.
Agrega que el uso de la inteligencia artificial va en aumento y desde el 2011 la inversión de capital de riesgo en empresas relacionadas con mecanismos que involucran estas aplicaciones ha crecido en más el 70% por año.
Sin duda, los avances en inteligencia artificial, impulsados por importantes inversiones de capital, se traducen en productividad e innovación, y establecen nuevos estándares de calidad, eficiencia, velocidad, funcionalidad, reducción de costos para las empresas y reasignación de labores de bajo a alto valor.
La IA es una herramienta sin discernimiento que actúa con base en los datos que se le dan por decisión de las personas a cargo, y tanto las organizaciones como sus directivos deben ser conscientes del alcance de esta tecnología y de su efecto sobre la sociedad. La ética, en consecuencia, tiene un papel preponderante sobre el uso de la IA y no está demás su revisión dentro de los programas educativos y los valores empresariales.
Una de las grandes preocupaciones ante estos desarrollos es qué pasaría si la IA se vuelve mejor que nosotros los seres humanos en todas las tareas del conocimiento. ¿Debería crearse una IA superinteligente que nos supere? Algunos creen que sí. El tema es que estos sistemas podrían generar daños de una enorme dimensión si se salen de control.
Richard Socher, Chief Sicentist de Sales Force, tiene una interesante reflexión sobre esto, pues cree que es fruto de la ciencia ficción pensar que la IA se convierta en “delincuente” para desafiar a los humanos, pero considera necesario reflexionar sobre consecuencias probablemente involuntarias de esta tecnología.
Según Socher, “La IA puede causar daño cuando los algoritmos reflejan nuestros sesgos humanos en los conjuntos de datos que las organizaciones recopilan y los efectos de estos sesgos pueden agravarse en la era de la IA, ya que los propios algoritmos continúan «aprendiendo» de los datos.”
Es cierto. La IA es una herramienta sin discernimiento que actúa con base en los datos que se le dan por decisión de las personas a cargo, y tanto las organizaciones como sus directivos deben ser conscientes del alcance de esta tecnología y de su efecto sobre la sociedad. La ética, en consecuencia, tiene un papel preponderante sobre el uso de la IA y no está demás su revisión dentro de los programas educativos y los valores empresariales. En ese sentido, Canadá y Francia han promovido la creación de un panel global para investigar los efectos de la IA y sus retos éticos.
Hay que adaptarse
Sin la IA sería muy difícil enfrentar desafíos que hoy tiene la humanidad en temas ambientales, de salud y sociales. No obstante, se le acusa de ser la causante de la pérdida de empleos.
Hay estimaciones que aseguran que para el 2030, cerca de 375 millones de personas en el mundo, deberían aprender una nueva profesión porque la mayoría de las tareas se pueden automatizar. Por su parte, el Foro Económico Mundial considera que para el 2025 se perderán cerca de 75 millones de puestos de trabajo, aunque la IA creará 133 millones de funciones nuevas que generarán 58 millones de empleos.
Lo que es seguro, es que como en todas las etapas de la humanidad, las personas tendrán el ingenio y la capacidad de adaptarse y trabajar con los nuevos desarrollos y tecnologías. Es una transición. Sin embargo, los gobiernos, las empresas, las organizaciones laborales y la academia deben trabajar unidos en la concertación de políticas públicas para afrontar el reto del cambio, empezando por la educación temprana, con el fin de llevar a feliz término esta revolución.
El Foro Económico Mundial considera que para el 2025 se perderán cerca de 75 millones de puestos de trabajo, aunque la IA creará 133 millones de funciones nuevas que generarán 58 millones de empleos.
No son menores los beneficios de la IA ni los retos que representa. De la responsabilidad con que se maneje su alcance, desarrollo y aplicaciones, dependerá su impacto en la sociedad. Sería impensable que el valor de la evolución de la tecnología no superara sus aspectos negativos.
Entre tanto, para Colombia se ha abierto una enorme oportunidad con la creación del primer Centro para la Cuarta Revolución Industrial de la región que estará enlazado con otros similares a nivel global, el cual tendrá enfoques de investigación en internet de las cosas, inteligencia artificial y Blockchain. Así, el país ingresa a las grandes ligas de la tecnología, con un liderazgo latinoamericano que le dará una ventaja competitiva importante y la posibilidad de avanzar a grandes pasos en su desarrollo.
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