Hace unos días conversaba con una amiga, de nombre Vanessa, a la que no veo desde que se fue hace un par de años a los Estados Unidos. Hablamos de lo diferentes que se ven nuestras vidas, del reto que es ir de los 25 a los 30 sintiendo que esos imaginarios que uno se genera a los 20 y 25 sobre esa etapa se convierten en metas agotadoras que nos taladran la cabeza y nos van dejando ese tufillo a frustración.
A esa conversación, se sumaron otras con personas que compartían el mismo sentimiento ¿Les ha pasado? Yo, entre muchas cosas, realmente creía que a los 30 tendría 100 % mi futuro asegurado. Lejos de eso, si bien la “adultez” llegó con muchas metas cumplidas, también trajo consigo agotadoras jornadas laborales, uno que otro achaque por tanto trasnochar y manejar altas dosis de estrés, insomnio, una vida social minimizada a la virtualidad, un montón de sueños pendientes por alcanzar y un dolor permanente por lo que está pasando en mi país (no nos cansemos de orar por Colombia).
Sin darme cuenta, la joven que hacía lo que amaba se estaba convirtiendo en una mujer cansada que andaba corriendo por la vida sin siquiera tener un segundo para mirarse en el espejo. Fue ahí que entendí que para ser productivo no se debe vivir corriendo, sino que es empezar a caminar de manera estratégica y aprendiendo del paisaje que ofrezca cada circunstancia. Eso me ha implicado tomar decisiones arriesgadas creyendo que hay mucho más por delante, pero también le ha bajado el volumen a la voz de frustración que disimuladamente me atacaba haciéndome sentir insuficiente, que no me esforzaba lo suficiente, con tiempo para nada e incapaz de cumplir con la larga lista de pendientes diarios.
Creo que nadie nos dijo que mientras crecemos la frustración también intenta tocar a nuestra puerta inspirada en autoexigencias difíciles de cumplir que nos dejamos imponer. No nos advirtieron que todos en algún momento la sentiríamos y que para salir de ahí es fundamental escapar de esa carrera de ratas en la que muchos entramos sin darnos cuenta, esa que nos llena de ansiedad, que nos hace creer que la felicidad depende de una larga lista de logros, que nos hace ver a los otros como competencia y nos engaña vendiéndonos la idea de que solo podremos dar la talla si llevamos una vida saturada de tareas.
Por eso, es necesario constantemente reevaluar esas ideas que nos hemos hecho de conceptos como el de descanso, que es mucho más que ese domingo en el que de milagro podemos ignorar los mensajes nuevos que tenemos en WhatsApp para dormir varias horas en casa. Y entenderlo como esa sensación de alivio que se percibe cuando dejas de hacer las cosas en tus fuerzas y abandonas esa idea de intentar encajar en la supuesta línea recta llena de requisitos para ser considerada una “persona exitosa” o alguien que va a un “ritmo normal” y en su lugar encontrar paz al recordar que, como dice la canción de Majo y Dan, “la vida no se trata de velocidad», ni se obtiene sentido al poseer un plan maestro de vida perfecto a ejecutar, eso se convertiría en una camisa de fuerza que acabaría con la capacidad de asombro y anularía la fe que solo se desarrolla al caminar por lo desconocido.
Tener un proyecto de vida tal vez se relaciona más con esa habilidad de seguir avanzando a nuestro propio ritmo para llegar a la última respiración con la tranquilidad de haber intentado avanzar sacando enseñanzas de las caídas. No en vano dice el proverbio: “el hombre planea su futuro, pero Dios le marca el rumbo” y, por eso, creo que la fe es tan importante, porque se puede lidiar con la incertidumbre de no tener un plan perfecto cuando vives bajo la seguridad de que aún lo que no entiendes te llevará a un buen puerto.
Un antídoto para la frustración es desenmascarar esa frase de «a esta edad se supone que yo ya debería…», entender que no debemos andar por ahí buscando la aprobación de otros y que entre más edad tenemos, más se debe abrazar al adulto que somos sin dejar de cultivar ese niño interno que dejamos a un lado por los afanes cotidianos y las responsabilidades. Ese niño que aún se siente perdido en algunas áreas, que no ve el desconocimiento de algo como sinónimo de ignorancia y que por eso tiene la humildad de entender que necesita cada vez más ser dirigido por Dios para saber qué rumbo tomar (como lo dice el autor Itiel Arroyo en su libro Amar es para Valientes: “Saber que soy amado por Dios me libera”).
Ahora, no quiero ser idealista diciendo que es fácil jugársela por salirse de la zona de comodidad y mucho menos hacer un llamado al conformismo, porque ante la frustración hay que actuar y tomar decisiones para salir de la inmovilidad.. Eso no es algo sencillo, cuesta mucho soltar versiones de uno construidas a través de los años o dejar atrás a personas y lugares a los uno suele aferrarse como garrapata.
Más de una vez me he dado palo tratando de comprender por qué algunas cosas que anhelo con fuerza aún no llegan, creyendo que tal vez yo soy el problema o que estoy defectuosa. Por eso, porque sé lo que se siente (y sé que no soy la única), con este escrito quiero de humano a humano decirte que te entiendo, conozco ese sentimiento de percibir que aunque estás creciendo en edad sigues siendo novato al momento de manejar tu vida… Hoy quiero recordarte que no te las tienes que saber todas, que no es tarde para empezar algo nuevo, al final somos una seguidilla de primeras veces y si la puerta que esperas no se ha abierto, no te rindas, agarra fuerza porque debes seguir intentándolo. ¡Descansa! No hay edad para tener la vida 100% solucionada.
Esta es una carta de ánimo para ti, que al igual que yo no tienes tu vida resuelta y los golpes te han enseñado que es mucho más importante amar el proceso que un resultado, cargo, modelo de vida o título, pues no se trata de vivir al ritmo de otros, sino de movernos dentro de nuestra propia melodía con eficacia. Al final esas son la canciones que realmente llegan al alma, las que nacen de sentimientos personales.
El mundo es demasiado grande para encerrarnos en una rutina que nos está matando en vida. Cambia, arriesga, sueña, equivócate, muévete… ¡Haz algo!
Quiero enviarle un “enhorabuena” a aquellos que dejaron de esperar por el momento o la compañía perfecta y han decidido seguir caminando solos o solas porque han llegado a la conclusión de que es mejor seguir un tiempo más así que ponerse en pausa o apresurarse a entrar en relaciones donde no recibirás el amor que mereces. Un aplauso para los que han entendido que amar es algo fundamental para cualquier ser humano, pero no es un asunto de cobardes y, aunque parezca riesgoso, han decidido compartir sin temor lo que sienten, dejando a un lado ese concepto de las relaciones millennial en donde se ve como normal escapar fácilmente de las personas con un “en visto” (en vez de tener las agallas para arreglar o finalizar un vínculo) o se vuelve un pasatiempo entrar en el juego del falso desinterés por miedo a ser lastimados, evitar exponer los sentimientos o por orgullo.
Y sí has transitado intentos fallidos de lo que es el amor o lo has buscado en los lugares equivocados, ten la certeza de que vas a valorar más que nunca el esperar por ese alguien que tenga los pantalones para decirte: “lo quiero todo contigo, por ti arriesgo lo que sea y no tengo que disimularlo, buscar a alguien más o hacerme el rogado”.
El amor, como la vida misma, es un acto que necesita de riesgo y por eso no es apto para cobardes o blanditos.
Escribo esto días antes de llegar a los 30 años con la tranquilidad de ser más humana que nunca, de llegar a esta edad con mi equipaje más ligero (recordándome que no me las tengo que saber todas), dándome el permiso de equivocarme o arrepentirme de una decisión, con el privilegio de seguir en pie en medio de la incertidumbre de un planeta que aún no se repone de la pandemia y un país que pide a gritos un cambio (y del que quiero ser partícipe).
Esto lo comparto en un blog con la ilusión de que cualquier persona que por accidente termine leyéndolo pueda quitarse esa carga pesada de creer que debe tener una vida perfecta. Créeme, entre más ames este momento de tu vida (aún si no es lo que soñabas) y a la persona que eres en el presente, más rápido la frustración huirá y. con ella, esa parálisis que lo único que quiere es hacerte ver el futuro con desesperanza. Si estás leyendo esto, significa que estás vivo, así que tienes mucho por delante (la edad es solo un número, no un escalafón en el que debes encajar para cumplir con un prototipo de vida).
PTD… y ya que he llegado a los afamados 30, acá va mi saludo de bienvenida al nuevo piso: sueños que siguen en la lista de pendientes, ojo porque voy tras de ustedes y no me pienso rendir. Nuevas versiones de mí, amigos por descubrir, personas por ayudar, aprendizajes nuevos, historias por narrar y errores por cometer, nos vemos pronto, me muero de ganas de escribir sobre ustedes. Lugares nuevos por descubrir, guárdenme un espacio porque allá voy a llegar. Y por supuesto, hombre sabe lo que es el amor decidido, trabajador, buen hijo, valiente, que no le teme a planear a futuro y que está dispuesto a dejar a un lado las inseguridades para arriesgarse a construir… Sé que estás ahí afuera y nos encontraremos 😉
Recuerden que para cualquier comentario, sugerencia de temas para la próxima entrada, testimonio o si simplemente quiere alguien con quién charlar, pueden escribirme a: @dianaravelom. Quiero agradecer a cada persona que se ha tomado el tiempo de compartirme algo de su vida, he intentado poco a poco responderles. Ha sido emocionante conocerlos ¡Nos seguimos leyendo!
Compartir post
Excelente reflexión! Me identifico porque muchas veces nos afanamos o nos presionamos porque otros consiguen lo que uno talvez no lo hace en el tiempo que «debería ser» pero es ahí donde nos damos cuenta que los planes de Dios son mayores y mejores que los nuestros. JP.
Califica: