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La corrupción es culpa de los políticos, nos dijeron. Y eso por su puesto causa indignación. La corrupción es culpa de la élite corrupta que ha tenido el poder crónica y consecuentemente durante la historia de la república, exclamaron. Y entonces la gente se indignó aún más. 

Luego, millones de personas salieron a votar a las calles. Un gran movimiento ciudadano se levantó entornó a una sola causa: destruir la corrupción que durante años había secado las arcas del erario por el capricho y la avaricia de unos cuantos puñados de políticos. Pero toda aquella indignación estrepitosa que logró más de 11 millones de votos, no se percató de un problema fundamental. 

La verdad es que la corrupción no solo le pertenece a los políticos. No es de su exclusividad. El problema de la corrupción en Colombia es profundamente estructural y tiene que ver con una mentalidad bananera del mejor provecho para sí mismo. El problema de la corrupción tiene que ver con la ciudadanía. Porque la corrupción no solo es aquella que le promete dinero a las manos cubiertas por una elegante camisa con traje de diseñador para un contrato de una carretera, un acueducto o un estadio en algún municipio olvidado. La corrupción es mentir, conseguir un menor costo en una diligencia, sacar tajada, un porcentaje, las respuestas del examen en la universidad, una tesis plagiada, pagar para aprobar. Y no solamente está en el Congreso bajo las nobles pinturas adornadas en los techos de vidrio. Se encuentra en cada esquina; en los cafés, en los restaurantes, en las oficinas, en los buses de transporte público, en los campos, en las compañías, en las escuelas, en los hospitales y en los hogares. 

No hay lugar en Colombia que no esté permeado por la corrupción. Porque la corrupción en Colombia es ya un temperamento. Una cualidad de la personalidad de un país abandonado a su suerte y sin normas. Pero en cambio sí con mucha droga y cultivos que han estimulado a lo largo de las décadas una cultura robusta y difícilmente quebrantable del dinero fácil, las mujeres operadas y los carros con los vidrios oscuros y las puertas blindadas. Y por su puesto, escoltas, armas, poder. Porque el poder, si no se ostenta, ¿para qué sirve? 

No voté la consulta anticorrupción porque me parecía un pequeño y endeble paño de agua tibia. El problema de la corrupción en Colombia necesita un rotundo cambio de mentalidad que se arregla con una reforma de las prioridades de nación que tenemos. Yuval Noah Harari, el escritor israelí que ha escrito quizás el libro más completo sobre la historia de la humanidad  hasta hoy, hace un cuestionamiento trascendental sobe la contemporaneidad. 

Hace miles de millones de años los sapiens cazadores-recolectores, aunque no tenían enormes edificios y aparatos que pudiesen atravesar miles de kilómetros en cuestión de minutos, sí tenían actividades mucho más estimulantes en comunidad. Trabajaban menos y la prioridad de sus clanes era disfrutar su entorno. Hoy la humanidad parece estar estancada en un avance que consiste en trabajar duro, muy duro, para las futuras generaciones. Y cuando ese trabajo esforzado de mucho tiempo invertido no es suficiente, entonces no importa hacer lo que sea para la prueba de un poco de esa vida anhelada de comodidades y lujos para los nuestros. 

No importa que pase con los demás, porque la prioridad de nación no existe. Solo existe el yo inmediato y “mi familia”. Un poco de placer para los nuestros. Al final, los políticos también lo hacen. Y por eso los ciudadanos tienen licencia. La mentira más mediocre que haya alguien inventado jamás. 

Colombia debe entender con prontitud que la corrupción no solamente tiene que ver con quienes deciden tener una vida en lo público. La corrupción es una decisión de todos los días en pequeñas acciones. Y solo va a corregirse cuando esas pequeñas acciones que parecen tan irrelevantes y sin impacto, sean realmente consideradas como ofensas absolutas para la prioridad de nación, para los demás, para la sociedad. Mientras las personas no entiendan la relevancia de ese cambio inaplazable en la mentalidad generalizada de los ciudadanos, entonces los sapiens de hace miles de millones de años, seguirán siendo más avanzados que nosotros, los verdaderos seres primitivos. 

Pdta: La Federación Nacional de Departamentos, cuya dirección estaba en cabeza del hoy contralor Felipe Córdoba, tiene muchas cosas que explicar. Al ser una entidad mixta. Semi pública y semi privada cree estar en el derecho de no publicar la información oficial de contratación y administración de recursos. Olvidan que manejan recursos públicos de los impuestos al tabaco y alcohol. Quizás el nuevo contralor ahora pueda recordarlo. 

 

@santiagoangelp

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