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No existe en este país un político más sobrevalorado que Antanas Mockus.

En qué radica su éxito, ¿por qué la opinión pública tiene una imagen tan favorable de él? Sencillo, el tipo es un genio, y lo mejor, tiene fama de serlo. Y es que una vez un individuo logra que la sociedad lo identifique como tal, todo para él, o ella, es ganancia. Nadie va a atreverse ni siquiera a llevarle la contraria o va a tomarse el trabajo de analizar si lo que acaba de decir le resulta sensato o coherente. Simplemente van a querer estar de acuerdo con él, y todo por una simple asociación: “si x es un genio, luego yo estoy de acuerdo con él, luego yo también soy un genio”. Así de fácil.

Mockus es el vivo ejemplo de ello, más se demoran sus fans en escucharlo decir ‘hola’ durante una entrevista que en empezar a calificar su intervención como brillante y genial. Elogios que se suelen complementar con la frase: “definitivo, el tipo es una eminencia, el día que la gente logre entender su discurso, este será un país mejor”. Queriendo decir con lo anterior que solamente quien habla, y un reducido grupo de iluminados iguales a él, son capaces de captar eso tan complejo que el hombre plantea. El trasfondo tan profundo que encierra ese ‘hola’.
Nadie como él ha sabido sacarle tanto jugo político al tema de la educación y explotar su fama de genio incomprendido. Con su discurso rebuscado -así sus tesis sean las más sencillas- tiene enredada y deslumbrada a una opinión pública que lo ha idealizado hasta el punto de que acaba de perdonarle un acto de deshonestidad. Tras la máscara de su personaje – el profe – ha logrado tanto camuflar su insaciable sed de poder, como proyectar una imagen que no corresponde con su carrera y con lo que con sus actuaciones ha demostrado ser, un tipo ambicioso.

A Mockus le encanta el poder, no en vano lleva más de 20 años haciendo política. Ha aspirado a todos los cargos de elección popular habidos y por haber. Ha fundado más partidos políticos que ningún otro -Partido verde, Corpovisionarios, Alianza Social Indígena, Alianza Total Independiente, Visionarios con Antanas-, pese a todo lo anterior, el grueso de la opinión pública aún lo percibe como apolítico, como alguien sin ningún tipo de ambición personal.

Ante una inhabilidad como la que sobre él pesaba, nadie que se precie ético se hubiera atrevido a lanzarse, él no solamente lo hizo, sino que intentó pasar de agache. Violó la ley, aun así, para el país entero es el personaje más honesto y apegado a la ley que existe. Y eso no es todo, con el cuento de que él es el único que puede generar cultura ciudadana y cambiarle el “chip” a la gente, ha logrado no sólo ganar elecciones sino contratos millonarios con el estado.

Ha sido tanta su ambición que con tal de poder aspirar a la presidencia dejó tirada su primera alcaldía. En otra ocasión y en un acto provocador, con el que claramente buscaba una reacción airada de sus contrincantes, para así mismo desprestigiarlos ante sus electores, se atrevió, en pleno debate, a tirarles agua por la cara a dos de ellos. ¿Cómo justificó tamaña grosería? de la misma forma como ha logrado justificar cuanta payasada, excentricidad y gesto de mala educación se le ha ocurrido hacer, dándole connotación de simbólico, afirmando que eso es pedagogía.

Y es que, valga la pena decirlo, todo lo que este señor hace es pedagogía. Le mostró el culo a sus estudiantes y eso fue pedagógico. En un acto de intolerancia se le colgó a otro del cuello y armó un tropel de la madona en pleno auditorio de la Nacional y eso fue aún más pedagógico. Lo que en boca o en cuerpo de cualquier otro fulano es una total falta de respeto, en Mockus es pedagogía pura.

A propósito de sus rivales a los que les tiró agua, ha sido tal la pleitesía intelectual que desde siempre le han rendido en este país, que en su momento nadie se atrevió a rebatirlo o siquiera a reclamarle. Convencidos de que una reacción proporcional a la ofensa les restaría puntos antes sus electores, ambos optaron por anteponer sus intereses políticos y soportar la humillación. Tiempo después uno de ellos se sacó el clavo, pero tanto para los medios de comunicación -que le celebraron el hecho y que han contribuido a endiosarlo- como para la opinión pública, el asunto quedó de ese tamaño: tirarle un vaso de agua a otro por la cara es un acto de pedagogía ni el más tremendo.

Prueba de que es un político igual a cualquier otro, para quien en su afán de llegar al poder todo vale. Y es que si realmente representara una opción de gobernar distinta, o sus intereses fueran contrarios a los del poder tradicional ya lo hubieran intentado sacar del juego. Todo lo contrario, tanto ha encantado su personaje y tan útil ha sido para sus intereses que decidieron clonarlo. Hoy, pese a que ambos pertenecen a los más altos círculos del poder, tanto él como el señor Fajardo, tienen convencidos a sus electores de que no son más que dos sencillos maestros de escuela.

El de un humilde maestro, rol que le ha reportado popularidad pero que contrasta con lo que fue su gestión al frente de la alcaldía de Bogotá. Su forma de gobernar, aunque matizada con una que otra excentricidad, y sí, con algunos actos de pedagogía – el recordarnos para qué servían las cebras lo inmortalizó como el adalid de la cultura ciudadana-, no sólo tuvo visos de autoritarismo sino que distó de ser la de un romántico soñador. Sus decisiones en lo esencial, salud, empleo, manejo fiscal fueron las de un neoliberal no las de ese profe bacán, conciliador y abierto al debate que nos ha querido hacer creer que es. En la práctica demostró que es con más impuestos, normas y leyes claras, y no con simbolismos que intentan solucionar problemas de una ciudad,

No estoy cuestionando si hizo lo correcto, sólo que queda demostrado, así, que su carreta pedagógica y su simbología no son más que un discurso de campaña. Una forma efectiva y, eso sí, bastante económica de llegar al poder.

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