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Si un político aspira a ser endiosado por “su pueblo”, y por más de medio mundo, todo lo que tiene que hacer es declararle la guerra, atrapar, o abatir a un enemigo de carne y hueso.

No existe otra forma, todos los gobernantes latinoamericanos que se comprometieron con “sus pueblos” a acabar con la pobreza, o con la desigualdad, fracasaron e incumplieron sus promesas. Sus votantes terminaron decepcionados y arrepentidos de haber votado por ellos.

Mientras que los que optaron por declararle la guerra a un bandido o se comprometieron con “su pueblo” a darle de baja, tipo Bukele en el Salvador, o Uribe y Luis Carlos Galán en Colombia, gozaron de una excelente imagen y se aseguraron un lugar de privilegio en la historia. Así sus resultados en lo económico y en lo social hayan sido nulos, o nefastos. Así ni siquiera hayan gobernado. Pese a esto, el resplandor de su figura alumbrará con tal intensidad el camino de sus herederos que les permitirá, aún después de 34 años, vivir de su memoria y ser elegidos senadores o alcaldes.

Y es que por muy malo y poderoso que sea, al enemigo de carne y hueso se le elimina dándole plomo, bombardeándolo, masacrándolo, o, si se quiere ser un poco más condescendiente, dialogando con él y sometiéndolo a la justicia. Pero ¿cómo se mata al desempleo, cómo se le da plomo a la pobreza? ¿Cómo se dialoga con el subdesarrollo, se encarcela a una pésima economía, se bombardea a la injusticia, se masacra a la exclusión social, o se abate a la desigualdad?

No cabe duda, el enemigo más fácil de eliminar es aquel que se elimina por la fuerza.

O sino que lo diga Bukele. Toda su popularidad se la debe a esas pandillas que, acertadamente para su imagen, eligió como sus únicas enemigas. Una lucha a la que le ha sacado provecho político de lo lindo y ha usado, no sólo para ocultar la falta de resultados en otros ámbitos, como el económico y el social, sino para desviar la atención de los verdaderos problemas estructurales.

Enteramente consciente de que combatir a estos delincuentes es el único aspecto en el que ha podido, y podrá ofrecer resultados, todo su plan de gobierno ha girado en torno a ellas. Las maras son la causa y el fin de todo en ese país. La educación no funciona, “culpa de los maras que tienen amedrentados a los estudiantes”. La salud es un desastre, “culpa de los maras que tienen amedrentados a los médicos”. Los políticos son corruptos, “culpa de los maras que los corrompieron”. Solución a todo lo anterior: rapar, encarcelar y fotografiar maras. A los que les preocupa la inseguridad alimentaria (la FAO incluyó en el 2023 a este país, junto a Guatemala y Nicaragua, como puntos críticos de hambre) pueden dormir tranquilos, hoy en la dieta de todo Salvadoreño no puede faltar un plato, salvatrucha al grillete.

Algo similar a lo que sucedió en este país con el narcotráfico y la famosa cultura traqueta, a la que se le culpó de todo, incluso de que a los colombianos – solamente a los colombianos – nos gustaran las mujeres tetonas y nalgonas. Prototipo de belleza que por lo visto llegó hasta Chile y le atrofió el sentido del gusto a Condorito y a Pepe Cortisona. No de otra forma se explica que se la pasen babeando y peleando por esa célebre pechugona llamada  Yayita.

De regreso al Salvador, gravitar todo su programa de gobierno en combatirlas no sólo le allanó el camino de la reelección sino que le permitió erigirse como el héroe y salvador de su pueblo, luchar desde su mismo bando y contra un enemigo común. Logro esquivo para cualquier gobernante cuando de fijar salarios, impartir justicia social, decretar impuestos, o combatir el alto costo de vida se trata. Causas, estas últimas, en las que pueblo y estado siempre serán antagonistas y nunca van a estar del mismo lado.

Ahora bien, si tú, gobernante de país subdesarrollado, aspiras a ser el próximo Bukele, debes seguir al pie de la letra su misma receta. Presta atención: Una vez eliges al bandido debes presentar el aniquilarlo como la solución mágica a todo. Debes prometer contra él mano dura y, durante tus discursos, salir a bravearlo. A lo Milei, puedes inventar cualquier cosa, o gritar la primera barrabasada que se te venga a la cabeza. Algo del siguiente talante: “antes de los maras El Salvador era el país más rico del mundo”. Fresco, “tu pueblo” no se va a poner en la tarea de corroborar si lo que dices es cierto o si tiene el más mínimo sentido. Se va a tragar todas tus mentiras sin masticarlas. Ahora, si lo que pretendes es desatar una histeria colectiva, con cara de rabón y en su misma jerga, búscale camorra, rétalo a los puños. Vas a ser testigo de excepción de cómo “tu pueblo” se viene, se derrama en loas y aplausos sobre ti. De sus bocas saldrán disparadas en dirección hacia el cielo frases estridentes como: “¡ese mandatario sí tiene huevos, “¡ese mandatario sí tiene pantalones!”. Van a votar por ti las veces que sea necesario, tenlo por seguro.

No te preocupes, al igual que Uribe – quién nunca se enfrentó cuerpo a cuerpo contra ningún guerrillero-, tú tampoco vas a tener que irte a los golpes con ningún hampón. Toda tu alevosía se te puede ir en fanfarronería y bla, bla, bla. No importa que en el caso hipotético, e improbable, de un enfrentamiento se te arrugue, o que el maleante te dé tu zurra. Es lo más seguro, bandido que se respete nació y creció en el bajo mundo, mientras que tú, político latinoamericano, salvo contadas excepciones, procedes de una cuna noble. Aun así, la opinión pública no te va a “bajar” de macho. Comprobando de esta forma que lo único que le importa al pueblo es que su líder sea un man “parado”. Con “parado” se refieren a que te pongas de bocón y de alzado tras todo el aparato de seguridad del estado. Muy fácil ser valiente cuando son otros los que ponen el pellejo, y los muertos.

En fin, los pueblos latinoamericanos estamos tan familiarizados con estas bravuconadas y estos despliegues de hombría que hemos aprendido a sacarle gustico. Porque, eso sí, muy en el fondo de nuestro corazón ya perdimos la esperanza, y somos conscientes de que jamás veremos a ningún Bukele – así sea en medio de un show barato y fantoche- confinando en una cárcel de máxima seguridad a los bajos salarios, capturando al subdesarrollo. Mucho menos tendremos la dicha de escucharlo en una alocución vociferando: “¡Anoche, en un intenso bombardeo abatimos a la pobreza!” “¡Dimos de baja al desempleo y a la injusticia social!”.

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