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Buenos días a todos. En el día de hoy les traigo una entrada de Pablo Hernández, estudiante de Comunicación Social en la Universidad Externado, y estudiante en mi clase de Redes Sociales y Plataformas. Para su mayor economía hoy hablamos de deportes, específicamente baloncesto, específicamente de un grande, figurativa y literalmente. Muchas gracias al señor conductor, por favor no botar el papelito al suelo.

Mañana estaré en Tunja (lo anuncio más que novela de Caracol) dando una charla sobre Comunicación Visual en Redes Sociales. Los que estén por allá pasen y me saludan. Sobretodo porque yo soy medio tímido en persona -y medio ciego- entonces puede que no los salude de lejos. Además que por acá no les veo la cara, ¿daaaaah? Al que me salude y diga que lee mi blog lo invito a pastel de pollo con tinto en la cafetería.

No sé si han notado que al final de cada entrada les comparto tres publicaciones anteriores. Procuro poner siempre una diferente, por si quieren seguir leyendo (o leer de nuevo, uno nunca sabe). Pero mientras tanto, los dejo con la entrada de Pablo. Nos leemos el jueves con un marmotazo que escribí sobre las apps para conseguir pareja. ¡Chau!


Adiós Kobe, se nos escapa un lagrimón
Por Pablo Hernández.

El hombre negro camina a paso lento hacia el centro. Esta noche hay fiesta, por eso lleva un traje gris de satín que lo hace brillar. El lugar que tantas veces lo recibió con diminutas pantalonetas y camisetas sin mangas, ahora es una mezcla entre elegancia y caché. Por eso los zapatos negros de charol y por eso la luz del reflector.

Llega al centro y la luz ilumina esa sonrisa que no se puede olvidar. Por favor, todos de pie y aplaudan. Los de allá, ellos y yo. “Damas y caballeros, con ustedes la leyenda viviente, Earvin Magic Johnson”. Entro en conmoción. Desde ya es una velada para enmarcar dentro de mi pabellón de celebres memorias.

«Estamos aquí para celebrar 20 años de grandeza, 20 años de excelencia. Un jugador que nunca ha flaqueado y le ofreció cinco títulos a este equipo. Usted es simplemente el mejor en la historia de los Lakers». ¿Qué más puede esperar uno en la vida? Debe ser la mejor apertura de discurso que recuerde. Déjenme que algún día, el Magic Johnson del periodismo (si es que existe) me presente de esa manera. Déjenme que alguna vez el mejor me diga que soy el mejor.

2.06 metros de músculo y ébano se decantan en elogios. Kobe sonríe y se muerde los labios. Yo me quiero morir. Cuando dos grandes interactúan me vuelvo nada. Me pasa cuando dos leyendas del rock se unen a cantar. Cuando dos leyendas del fútbol se ponen a jugar. Cuando mi abuelo y mi tío se reúnen en casa después de tanto trabajar. Y esta noche (no logré deshacerme del cliché), no hay excepción.

Alguna vez, por allá en el 2002, cuando escribir todavía era un proceso mecánico de repetición, tuve en mi poder un cuaderno de Kobe Bryant. Si me permiten la analogía, la única razón por la que no desistí de hacer planas eternas, fue porque verlo en la portada cada día era una motivación. Ese, es un recuerdo latente que uso cada vez que quiero desistir y bueno, también porque debe ser el cuaderno más caro que tuve. Todos ustedes con Ana Sofía Henao y las fruticas, pero a mi denme a Kobe. Para demostrarles que es tener “mística ovalada” (huevos)*.

Los récords van y vienen. Son importantes según quien los mire. No los voy a mencionar. Porque, ¿cómo esperan que alguien sea grande sin ellos? Son obviedad. Material de carroña para esa profesión tuitera de estadígrafos que se relamen por un dato. Pero si le queda el morbo latente, le voy a decir que Bryant los quebró todos. Este, aquel, el otro y el de antaño. Todos, toditos, todos.

Voy a hablar de fidelidad, amor y persistencia. Porque eso es Bryant. 20 años de fidelidad y amor a la camiseta de los Lakers. 20 años de persistencia en un campo en el que la vigencia no es fácil. No me imagino la cantidad de jóvenes y niños que quieren jugar baloncesto en Estados Unidos. Son pocos los casos de éxito y millones los fracasos. Pero Kobe es caso aparte, porque se encarga de demostrar el amor que a sus 37 años sigue teniendo por su deporte. Es la personificación de la esperanza por triunfar. El alimento a la ilusión de esos millones de fracasos.

Menos conocidos que sus récords y sus hazañas, pero más importantes son sus buenos secretos. Supe que hubo temporadas enteras en las que tuvo que jugar infiltrado. Soportando dolores y lesiones, que a cualquiera alejarían del camino. Pero,  ¿qué esperan ustedes? A mí no me sorprende. Black Mamba (como le gusta que lo llamen) está hecho de adamantio. Ese material sagrado e indestructible, con el que se forjan héroes y dioses. 

Kobe se encargó de alegrar a Los Ángeles. La ciudad del espectáculo. Una ironía completa. Tener que alegrar y  hacer delirar a los que fabrican esas sensaciones. Con sesenta puntos se fue. Nos dijo adiós y me dejó con la preocupación de saber si habrá otro que siquiera pueda imitarlo. Reunió como en una gala de los Oscar, a personalidades como Jack Nicholson (respeto máximo maestro). Quebró Twitter con la mayor frecuencia de trinos de la que se haya tenido registro (4,5 millones). Inmortalizó el 24 (su número) en mi mente y en la de ustedes, aunque no lo sepan.

Se fue por la puerta grande  y ahora no sé qué esperar. ¿Cuándo otro jugador tendrá la gallardía de permanecer tanto tiempo en un club? Defectos, habrán miles. Pero esto no es gossip barato. Como jugador, es indiscutible e intachable. Entonces el show debe continuar. Gracias por tanto y perdón por tan poco Kobe. Te vas y a muchos como a mí, se nos escapa un lagrimón.

*Eufemismo recurrente, del que se valía el gran Edgar Perea (QEPD) para referirse a quien tiene huevos.

Pablo Hernández. @PabletoHdez


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