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Los padres no siempre están satisfechos con su labor.

Todo es tan relativo en la vida.  Pero en el día a día, pocas veces nos damos cuenta de ello.  Estamos tan ocupados en el diario sobrevivir, que apenas notamos que los problemas no son tan grandes y que muchas de las actividades que nos ocupan día a día son solo relleno y dejamos lo verdaderamente importante para mas tarde. O en el más delicado de los casos, ni siquiera sabemos qué es lo verdaderamente importante en la vida. Los hijos y nuestra función como padres son un proyecto de vida.

Los hijos son un capítulo particular en la vida. Cuando son pequeños deseamos que crezcan rápido para tener mas tiempo para ellos. Y cuando empiezan a crecer, nos damos cuenta de que el ciclo de la vida nos coloca en una posición que antes habíamos criticado en nuestros padres. Cuando los hijos llegan a la mayoría de edad, son varios los aspectos que nos preocupan: ¿Qué estudiarán? ¿Cuánto costará su educación? ¿Qué tan responsables son en todos los aspectos de su vida adulta? ¿Qué valores reales tienen? ¿Cuándo lograrán su independencia económica? ¿Qué pareja elegirán? ¿Cómo educarán a su descendencia? Y es ahí en donde empieza la incomprensión generacional.  Nosotros como padres, con la experiencia de la vida, sabemos que los tiempos no son fáciles y que  es necesario estar preparados en todos los sentidos. Nuestros hijos, por el contrario, sueñan con la libertad, con vivir la vida, lograr metas, viajar y otras tantas cosas de las cuales ellos mismos no son conscientes.

Antes de preocuparnos innecesariamente, es preciso tener claro algunos aspectos fundamentales en el proceso de educación de los hijos desde su niñez: ¿Les di a mis hijos todas las herramientas para que afronten la vida de manera responsable? ¿Les di amor  verdadero?  ¿Les di consejos en las diferentes situaciones de la vida?  ¿Les enseñé la importancia del dialogo en la solución de conflictos? ¿Les enseñé el respeto por sí mismos y por los demás? ¿El ejemplo diario que les di a mis hijos era congruente con lo que les decía? ¿Estuve presente en su formación personal, emocional, moral y académica? O por el contrario, ¿fui un padre o una madre ausente que con regalos quiso reemplazar su ausencia y falta de tiempo?

Nos parece normal que en la lucha por tener buen estándar de vida o en la comodidad de la buena posición que ya se tiene, se nos olvide darle a nuestros hijos lo mas importante:  nuestro tiempo.  Porque cuando son niños lo que mas valor tiene es el tiempo que compartamos con ellos, las vivencias que tengamos juntos y que nos unen como familia, y el ejemplo directo que les damos. No se trata de tener los hijos para que los forme la escuela o la señora de oficios varios que trabaja en la casa, se trata de vivir plenamente la experiencia de ser padres, de que ellos  crezcan sabiendo que sus papás son personas con las cuales se puede dialogar, reír, compartir, llorar, jugar, pedir consejo, etc.  Solo entonces el hijo adulto buscará en el padre eso que encontraba cuando era niño: diálogo, comprensión, consejo, amor, compañía, etc.  Créanme, es triste ver a los hijos crecidos y saber que, con excepción de lo genético, no tienen nada nuestro; que son unos desconocidos que llevan nuestro apellido.  Pero ellos no son culpables de haber llegado a ese estado. Hay que devolver la película de la vida y ver en dónde fallamos, en qué momento nuestras prioridades fueron los amigos, el trabajo, el dinero, la vida social, los amantes o el deporte, mientras que los hijos fueron solo un mal necesario.

Precisamente, siendo conscientes de nuestra función de padres formadores de hombres y mujeres con valores, amor, solidaridad y humanidad, es como vamos a empezar a hacer nuestros años de vida madura mucho más felices. Porque los hijos son para siempre y  siempre nos van a doler los desaciertos y penurias que pasen en la vida.  Y duelen más cuando sabemos que, en gran medida, fuimos los coformadores de una generación que no  sabe de la importancia del amor, del respeto, de dedicar tiempo y de dialogar.

Es así como contribuimos a hacer un mundo mejor. Es en el hogar en donde empieza a formarse la sociedad pacifica, solidaria, constructiva y buena del mañana.

Entonces, no nos comportemos como si esos pequeños que hoy tenemos en casa no fueran a crecer algún día y a dirigir este mundo.  No sembremos en ellos miedos, injusticia, irrespeto, complejos y creencias vanas e inútiles.  Hagamos de nuestros hijos los  buenos adultos que queremos que sean en el mañana.

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