Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Terminó el Tour de Francia con una lección para todos nosotros: debemos aprender a convivir con personajes ofensivos que prefieren menospreciar antes que reconocer los grandes esfuerzos de nuestros compatriotas.

Así parezca obvio, esto debe quedarle muy claro al país: Nairo Quintana no ganó. No fue el campeón del Tour de Francia, sino el tercero de la máxima competencia ciclística del mundo. No es poco. Ya ha estado tres veces en el podio. Sin embargo, comprender su valía no significa que debamos creernos mentiras. Aún no es el campeón del Tour, así parezca que en su destino cercano se quedará con la camiseta amarilla. Fue un triunfo moral. Fiarse de algo distinto sería como decir que Holanda fue campeón en los mundiales de 1974 y 1978 por tener un equipo increíble y lleno de talento.

En Colombia debemos entender nuestras victorias y reconocer las derrotas. Y saber darnos nuestro lugar. De un momento a otro en este Tour de Francia explotó nuevamente el fanatismo infame, ese que nos hace creernos más que todos sin argumentos, como ya nos pasó tantas veces. Es fácil recordar que así fuimos campeones del mundo en 1994, que Juan Pablo Montoya era más que Schumacher en la Fórmula 1, que Camilo Villegas era más que Tiger Woods y que Nairo era más que Froome en bicicleta.

No, señores, esto no es así. Y es muy aburridor que toque recordárselo a tanta gente que juzga tras un televisor o computador. Así se resume nuestro Macondo deportivo: ‘hay gente que critica a Nairo y ni siquiera va a la ciclovía’. Somos expertos en todo para juzgar, pero para comprender ni siquiera se trata de entender el contexto.

A pesar de tantas buenas intenciones por explicarle a la gente que lo que hizo Nairo es excepcional, me temo que esta turba injusta es imposible de capacitar y menos ahora con la posibilidad que tiene de comentar en foros, noticias y redes sociales. En El Tiempo busqué rápido una noticia del Tour y encontré rápido el ejemplo de un comentario advenedizo: “y que no se diga que (Nairo) es un segundón; quedó de tercero o sea un tercerón”.

Aunque cueste, no podemos defender la libertad de expresión hasta que ataque nuestras propias convicciones. Alguien se refería así en Twitter al tema: “libertad de expresión es poder decir lo que se me dé la puta gana, cuando se me dé la puta gana”.

Si la gente cree que Nairo es un perdedor por no ganar, está en su derecho de vivir exclusivamente del resultado. Pero ante su error no hay que callarla sino educarla.

Lo que no puede suceder desde supuestas tribunas más ilustradas –periodistas colegas, entre ellos- es responder con ira a lo que no les gusta, así se crean con la absoluta razón, y descalifiquen las opiniones ajenas. Como todo, la libertad de expresión tiene sus límites.

Desde los medios queda la obligación de hacer entender que en este caso particular lo que hizo Nairo es digno, plausible y meritorio. Y desde la hinchada, apaciguar los ánimos desaforados y no caer en esas discusiones digitales que no llevan a ningún lado.

PD: si los medios abren los campos para que la gente opine, debe existir un filtro, un responsable de la moderación. Si no, el espacio casi siempre se convierte en una cloaca de insultos, agresiones e injurias. Lo que pasó con Nairo fue simplemente penoso.

Compartir post