Que una niña de 12 años no pueda seguir estudiando es una condena dictatorial injustificada que vulnera el derecho fundamental a la educación. No puedo entenderlo, no existe una explicación cultural o justificación religiosa que logre convencerme de que esto es normal.
Antes de plasmar entre líneas esta columna, busqué las noticias recientes para saber qué pasó hoy, 5 meses después de que las tropas de Estados Unidos abandonarán el territorio afgano. Quería saber cómo están las mujeres que quedaron atrapadas por los talibanes.
Increíble, poco o nada encontré en los distintos buscadores de noticias. Entonces reafirme que la mujer fue utilizada como un objeto de guerra y fue abandonada a su suerte con total silencio y complacencia por parte de las Naciones Unidas y de la Comunidad Internacional.
Tal cual como las mujeres violadas por las FARC que buscaron a gritos justicia en medio de la impunidad e indiferencia de los medios. Sin duda, la mujer ha sido utilizada en la historia como trofeo de poder.
Kabul es hoy lo más cercano al infierno para las mariposas. Niñas, adolescentes, mujeres que son símbolo de opresión, violencia, impunidad, esclavitud, indiferencia, maltrato y degradación humana.
La primera luz al amanecer, “el Alba” de aquel 15 de Agosto fue un día apocalíptico en Afganistán. Ninguna mujer desde esa fecha puede viajar en servicio público sin estar acompañada de un mahram o tutor, tampoco pueden trabajar; su vida cambió radicalmente ante el retiro de los Estados Unidos en medio de su fracaso político, social y militar de un conflicto que será recordado como una de las peores salidas en falso de la potencia.
Ninguna mujer podrá utilizar productos cosméticos, ni asistir a reuniones públicas. Calculen ustedes, tienen que estar en la jaula sin derecho a cantar. Mientras varias mariposas han buscado salir escapar del país, el silencio es la complicidad de la humanidad ante tal catástrofe.
Afganistán, un país con cerca de 15 millones de mujeres, que en promedio tienen 6 hijos -de acuerdo a los informes presentados por el Banco Mundial-, pero además donde la corrupción y la pobreza son el pan de cada día, es necesario que adopte medidas para que se respeten los derechos fundamentales de la mujer, pues su evolución social se ha fragmentado por una ideología que con violencia y armas ha sometido a un pueblo.
Cómo no sumergirnos en escritos como este que constituyen un poderoso y oportuno recordatorio sobre las conquistas de las mariposas afganas a lo largo de los últimos 20 años, aún existiendo obstáculos que parecían insuperables y ofrecen, al mismo tiempo, una desgarradora panorámica sobre la transformación de la vida de las mujeres y las niñas desde el regreso de los talibanes.
Resulta incomprensible que, justo cuando el país sufre una crisis económica y humanitaria, se esté eliminando de la vida pública a miles de mujeres vulnerables. Quiero hacer un llamado a la comunidad internacional que trabaje directamente con mujeres afganas para entender su realidad, escuchar sus recomendaciones prácticas y trabajar con ellas en defensa de sus derechos.
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