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Los hombres, por más que lo intentemos, nunca maduramos del todo, y es por eso, tal vez, que nos gustan los juguetes y las aventuras.

Es por esto, creo, que nos sentimos seducidos por una semana en yate, tomando copas de champaña helada en una luminosa bahía, y disparar al blanco con rifles de largo alcance. Y es por lo mismo, me parece, que nos gustan los videos juegos, a mí no, pero a otros hombres sí, ver futbol, jugarlo, sufrirlo, pues, digo, a otros, porque yo de futbol sé tanto como de vallenatos, es decir, sé que a mucha gente le gusta.

Los hombres queremos jugar a toda hora y en todo momento. Por eso uno tiene que esforzarse para que la mujer que está cerca tenga la impresión que somos auténticos caballeros razonables y sensatos, así ese esfuerzo por parecer maduros sea completamente inútil, como un niño con un parche en un ojo creyéndose pirata.

Algunos hombres, se ven como ese niño, convencidos de lo que hacen y al mirarlos con sus corbatas y zapatillas, y al escucharles sus opiniones, plenamente convencidos, quedan en evidencia de lo identificados que se sienten con el teatro que vivimos. Y es una lástima, ver a mis amigos con sus carros, sus músculos, sus viajes, sus mujeres, sus hijos, plenamente convencidos del guión que el profesor del universo les ha asignado.

Está bien disfrazarse, y echar el cuento, qué le vamos a hacer, nunca maduramos del todo, pero, hay veces creo, hay que contar la historia sin sentirse plenamente identificado, sin creérsela, porque cuando uno se la cree entonces pierde el sentido del humor y la ironía y se vuelve radical y acartonado. Por eso es mejor seguir jugando. Entonces seremos aquel niño disfrazado de pirata, enamorando a nuestra princesa, contándole una travesía por el mar de Malasia, y uno se quedará muy serio, pero ella notará que es una completa tontería lo que decimos, una tontería que, a lo mejor, le saque una sonrisa, porque como dicen por ahí, si no la haces reír, mucho menos la harás gemir, una cosa bastante rastrillada, pero cómo dejar pasar el comentario, que así suene feo, parece cierto.

 

Está bien disfrazarse, y echar el cuento, qué le vamos a hacer, nunca maduramos del todo, pero hay que contar la historia sin creérsela.

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