Me pregunto si habrá país más polarizado que Colombia. En todo tema coyuntural salen odios y amores. Defensores y detractores. Argumentos y groserías. Hoy, el caso es Andrés Jaramillo, dueño de Andrés Carne de Res, por sus infortunadas declaraciones sobre la presunta violación de una mujer en el parqueadero de su reconocido restaurante.
Personalmente me parecieron graves algunas de sus declaraciones. Otras, contradictorias. Aunque inicialmente pensé que había dado la entrevista con la “mente caliente”, me enteré de que el hecho había ocurrido más de una semana antes, y él, por ser el propietario, ya había tenido acceso a todo el material testimonial. Pudo preparar mejor o delegar una respuesta o un comunicado oficial cauto y diferente. Se extralimitó en sus palabras. Fueron ofensivas.
Y digo ofensivas porque hay temas en este país que son bastante sensibles, en los que no se debería de hacer un mal comentario, especialmente frente a un micrófono. Hay que tener tacto. Ya profesores de posgrados en Comunicación y Relaciones Públicas alistan sus presentaciones en Power Point sobre el caso: Crisis de comunicación en Andrés Carne de Res, lo que no se debe hacer frente a los medios.
Temas como las agresiones sexuales a las mujeres son tan delicados como otros graves delitos que ocurren. Nadie puede saber o sentir cómo es un delito sexual más que la propia víctima. Por eso, las insinuaciones sobre este tipo de acciones pueden ser muy peligrosas. Generan aún más dolor.
Pero estamos tan sedados ante la realidad, que una presunta violación, un asesinato, un deslazamiento, un magistrado corrupto o un presidente que reparte ‘mermelada’, ya son historias cotidianas que las asumimos como realidades del país feliz. Es tomar agua. No nos sabe a nada. Nos acostumbramos. Los hechos de violencia son tan normales que nada nos escandaliza. Nada nos asombra.
Entiendo a quienes se sintieron atacados u ofendidos con sus declaraciones. Pero así como el señor Andrés Jaramillo la embarró, también ofreció disculpas. Creo que aprendió la lección. Y este país necesita aprender a perdonar y seguir. Construir sin repetir. Crecer. Y lo más importante: Respetar.
La polémica dejó nuevamente en el aire el preocupante tema de la violencia verbal y física contra la mujer. Regresan los debates, las víctimas, la sociedad el “miedo a denunciar”, la indiferencia, pero la más tenebrosa: la impunidad.
Creo que toda mujer es libre en sus decisiones y tiene derecho a vestirse como quiera, a escuchar la música que quiera, a salir de rumba y emborracharse; a vivir su sexualidad como ella desee. Punto. Nadie está en el derecho de juzgarla por eso, discriminarla o agredirla. Nadie. Es preocupante escuchar frases como “Eso le pasó por culipronta”, “Quién le manda usar ‘putidisfraces’ en fiestas o vestirse como zorra”; “Los valores se enseñan en casa y de malas ella por emborracharse y abrir las piernas”. Vamos mal.
No me sorprende que estas declaraciones vengan de muchos hombres, algunos de ellos en el poder político, que siguen haciendo declaraciones temerarias, y ahí siguen. Les pulula su machismo por las venas. Retrocedemos. ¿Pero que vengan de algunas mujeres? Desalentador.
Y si la culpa fuera de ellas, como erróneamente se les acusa, ¿entonces qué hacemos con las niñas que lamentablemente crecen en hogares disfuncionales con violencia intrafamiliar u otro tipo de conflictos sociales? ¿Las lanzamos a la hoguera por zungas? ¿Y las niñas y adolescentes que resultan embarazadas (Ha habido casos de niñas de 10 años)? ¿Muchas pendejas? ¿Nadie las obligó a abrir las patas? ¡No seamos tan insensibles! País con complejo de ‘Memiyo’: Me, mí, yo. Primero yo, segundo yo y tercero yo. De malas los demás.
Personalmente no me gustan las mujeres que se exceden en tomar licor, pero de ahí a condenarlas por eso o justificar agresiones verbales, físicas y/o sexuales por esa conducta hay una línea que nunca se debe traspasar. Aunque ha habido avances, aún estamos lejos de que el Estado ofrezca una protección real a las mujeres. Protección de sus derechos, de sus ideas y de sus libertades.
Retomando la entrevista con el señor Andrés Jaramillo destaco dos comentarios que hizo. Primero, dijo que en ningún país se puede controlar la venta de licor: “¿Usted ha visto en algún lugar del mundo que le controlen el licor a cada persona que está tomando? Yo no puedo controlarles el licor a 2500 muchachos…”, comentaba. Falso. Ya hay países que lo hacen, o que toman medidas para contrarrestar estos problemas. Hay algunos, como Australia, donde la venta de licor en establecimientos de rumba está regulada. Cuando el mesero o barman ve que el cliente ya está tomado, simplemente no se le vende más licor. Si el cliente insiste o se pone agresivo, es requerido por la policía quien tiene la autonomía de expulsarlo del bar e imponerle una multa. Y si el bar le sigue vendiendo la multa es para el establecimiento. Aquí estamos lejos de eso, pues el poder de la industria licorera es bastante fuerte y, además, ¿quién quiere dejar de vender licor cuando tiene un margen de ganancia tan alto? Cabe anotar también que para trabajar con licor en ese país, como mesero o ‘bartender’ se debe hacer el curso de RSA (Responsible Service of Alcohol). Sí se puede, Andrés.
Por otra parte, Andrés afirma que las noticias en este país se clasifican según el estrato: “Ustedes (los medios) tienen la costumbre de darle estrato social a las noticias”, dice el empresario. Tiene mucha razón. Lo irónico es que critica algo que él hace. Andrés Carne de Res tiene unos espacios (Comedores) también clasificados socialmente y allí son ubicadas las personas según un escaneo social, político, económico y hasta de farándula que hacen los encargados de la entrada del restaurante a quienes deseen ingresar. Ellos deciden quién va y para dónde. Muy poco al azar. Aunque hay que aclarar que es un sitio privado. Así que de puertas para dentro, Andrés Jaramillo puede decidir lo que guste. Está en todo su derecho.
Este país enfrenta un conflicto interno hace más de 50 años. Y aunque se ven esperanzas de paz, esta se demorará en llegar si no entendemos que todos somos iguales y que todos, TODOS, tenemos los mismos derechos.
Por las mujeres sufrimos, sonreímos; son parte fundamental en una sociedad; en la vida misma. Sí, de vez en cuando algunas nos decepcionan o nos sacan la piedra. Nos dejan de querer. A otras no les gustamos. Muchas tienen pensamientos diferentes, ideas de vida que no cuadran con las de nosotros. Posiblemente con algunas no compaginemos, pero siempre se deberán respetar. Nunca se justificará la violencia contra ellas. Nunca.
¡Qué lejos estamos!
Sobre el autor de este blog:
LuisÉ Quintero
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