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No sé si es la tendencia a la chichipatada, a la recursividad, o a no aceptar cuando perdemos, pero lo cierto es que los colombianos nos hemos acostumbrado a darle un uso nuevo a los desastres porque desde siempre nos hemos creído el cuento que nunca nos varamos.

Con la leche que se corta hacemos mielmesabe, todo pantalón roto termina en bermudas ochentero, las guayabas que se dañan las convertimos en jalea, camiseta que se mancha, la transformamos en pijama, plátano maduro y pan viejo, en torta, una sumatoria de fruticas la volvemos salpicón, cenizas de chimenea en abono para matas, lenteja trasnochada en calentao y queremos convencernos que un caldo de papa es lo mismo que un ajiaco.

Y no es tan sólo una tendencia gastronómica o una costumbre de uso doméstico, porque en nuestras relaciones humanas funciona lo mismo. El desempleo nos convierte en consultores y una venta multinivel en empresarios. Para jugar fútbol nos bastan dos ladrillos y un balón roto, en la Costa, juegan beisbol con las tapas de cerveza martilladas y nos metemos la mentira que toda niña que salta en las calles polvorientas del Chocó se convertirá por gracia del destino en campeona mundial de salto largo. Transmutamos un actor de novela por la tarde en un político peor, un futbolista en comentarista deportivo, una modelo en periodista y a un alcalde con medianos resultados soñamos con volverlo presidente. Los gamines readaptados se convierten en gurús, las necesidades en promesa, los huecos en trinchera, lo ordinario en canción urbana y las reinas en actrices.

En las relaciones de pareja nos conformamos con poquito y el deseo y la pasión lo transformamos en afecto. Los desamores los tornamos en disculpas, los celos compulsivos en interés desmesurado mientras que a los noviazgos fracasados intentamos volverlos amistades de dos pesos. Cuando las cosas no funcionan aspiramos a creer que de un día para otro la que supuestamente era la mujer de nuestros sueños se va a convertir en nuestra confidente, nuestro paño de lágrimas, la mejor de nuestras amigas, como si no supiéramos que de dos descaches no se hace un tiro directo al arco.

Puede ser que nuestra capacidad de resilencia sea muy grande o nuestra creatividad sea gigantesca o tan sólo que nos conformamos con muy poco. Por eso tal vez sea el momento de aceptar nuestras derrotas, recoger los pedazos y emprender de nuevo el vuelo.

 

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