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Ya era hora de que un político perdiera una elección. Nos guste o no,  diez millones de personas decidieron que Iván Duque fuera el próximo presidente. Y el resto, perdieron. Que por poquito, que por mucho, que por las noticias falsas, que por los tránsfugas, que por Gaviria, que por los tibios, que por las ballenas. Por lo que sea, pero perdieron y a partir del próximo siete de agosto estarán en la acera de en frente. Y qué bueno que así sea, porque nuestra democracia está huérfana de gente que gobierne con las ideas con las que ganó y los que perdieron que hagan sana oposición.

La cosa no parece fácil porque acá ningún político pierde y todos terminan acomodados. Nuestro país, solamente recuerda un esquema gobierno-oposición durante el periodo de Barco en el 86, que terminó diluido por los problemas de salud del presidente y la presión suicida del terrorismo de Pablo Escobar. Además y para decirlo de manera clara, el tanque de oxigeno de los políticos de nuestro país siempre han sido los puestos y estando por fuera del gobierno o de los votos a favor de los proyectos que el gobierno presente, difícilmente los tendrán. Y en eso, se parecen todos, sin importar su ideología.

En Colombia estamos acostumbrados a que ningún político pierde.

Santos, pese a la soledad que lo acompaña desde hace tiempo, logró la aprobación de un estatuto de la oposición que busca llenar de garantías a los partidos que se declaren en contra de las ideas del gobierno, bien sea nacional, departamental o municipal. Para ello, deben declararse como tal y no podrán ser designados en ningún cargo. Eso, obviamente supone beneficios como derecho de réplica en la televisión, 5% adicional en la financiación, entre otras muchas cosas.

Como era de esperarse, en Colombia, el tema se volvió un lío, primero porque en medio de los egos y la vanidad de los de izquierda y la filosofía racional  y alguna que otra esquizofrenia de los verdes, o la mescolanza ideológica de partidos como Mais, la UP o los «decentes», no hay, ni habrá un jefe único de la oposición y cada cual querrá su pedazo de la torta y segundo, porque el uribismo y los del Centro Democrático ahora han resultado indignados porque les  han empezado a hacer oposición antes de que Duque se posesione, al mejor estilo de un grupo de gamines readaptados que durante ocho años se dedicaron a las triquiñuelas y las trampas, los ataques despiadados, con y sin fundamento, y ahora lloran porque los otros les parecen muy bruscos, al punto que el ministro Botero ya anunció que buscará controlar la protesta social, como si a él, desde la tribuna de Fenalco, alguien le hubiera impedido opinar en contra del proceso de paz y del gobierno de Santos. En ese panorama, Duque quedará en la mitad de una pelea entre barras bravas de la peor calaña, como un policía hincha del Nacional que deberá velar- así no quiera-  porque los seguidores de su equipo no maten a los de Millonarios o a los del América.

Hasta ahora la renuncia de Uribe es puro ruido, porque renunciar por Twitter no es renunciar

Para completar el panorama, en este Congreso estará Mockus, que ya los inauguró con una bajada de pantalones, que bien podría interpretarse como que  el profesor se está repitiendo en sus fórmulas pedagógicas o que a ese sitio toca llegar a los extremos para que el uno escuche al otro. Finalmente está el tema de la renuncia de Uribe, que aunque anunciada, trinada, llorada y criticada, aún no está en firme, hasta que el señor presente, formalmente y por escrito, su petición.

Hacer oposición no será fácil por la falta de costumbre de unos para criticar con juicio y de los otros para aceptar que hay otras formas de ver la vida diferente a la de ellos o a las que dictamine su patrón.

 

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