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Sabotaje es una de esas palabras que siempre llevan su estropicio, su ruido. Implica un plan, un procedimiento, un propósito y un método. Proviene del francés sabotage, que significa ‘fabricar zapatos” pero su uso en español ha derivado en el hecho simple de hacer todo lo posible para joderle la vida a otro. Y en eso somos expertos, porque en el momento mismo que usted se levanta, en alguna parte del planeta, está otro pensando la forma de amargarlo. Es nuestra condición humana, qué le vamos a hacer.

La cosa se complica cuando el saboteador es uno mismo. Hay personas que dedicamos nuestra existencia a tomar malas decisiones, a cagarla, a sacar excusas, a amargarnos por lo que tenemos y a sufrir por lo que nos falta, a desperdiciar las oportunidades o ver cómo pasan sin tomarlas, a herir a los que más nos quieren, a pedir perdón y a volverla a embarrar.

En el momento mismo que usted se levanta, en alguna parte del planeta, está otro pensando la forma de amargarlo.

Los autosaboteadores, generalmente no somos conscientes del daño que nos  hacemos, porque estamos más preocupados por encontrar culpables, por avivar fantasmas, por inventar videos, por buscar conspiraciones, por descubrir complots, que por entender las situaciones, decirnos la verdad, asumir responsabilidades y sobre todo, a comprometernos, en serio, con la no repetición.

Pasa en el trabajo, en las relaciones, en la vida. Y es que  los autosaboteadores no solemos tener mala intención porque creemos en lo que hacemos. No pensamos que seamos tercos sino  que somos nuestros propios maestros y por eso, poco aceptamos estar equivocados y cuando lo hacemos, suele ser demasiado tarde. Nuestras acciones pueden causar empute, rabia, dolor, desasosiego y decepción en los demás, pero a la larga todos terminarán por entendernos e incluso, perdonarnos. Lo verdaderamente difícil viene cuando nos miramos al espejo o miramos a los lados, sin encontrar a quién echarle le culpa, mas que a nosotros mismos.

Dos auto saboteadores juntos no suelen ser un buen plan

Las causas pueden ser muchas: problemas no resueltos, egos desmedidos, inseguridad, falta de perspectiva, obstinación, miedos excesivos, heridas sin curar o todas juntas, lo que sea, pero el resultado siempre será la desilusión y la amargura.

Dos autosaboteadores no solemos ser buen plan porque cuando nos juntamos nos sacamos chispas, en una dinámica que solamente entendemos nosotros. No es que seamos malas personas, sino que  de alguna manera en ese momento creemos ser felices. Por eso, el que intenta mediar sale chamuscado. Los autosaboteadores venimos y vamos, reímos y lloramos, sufrimos y gozamos, porque somos ambivalentes y la felicidad y la amargura terminan siendo equidistantes.

Al final, el estropicio termina convertido en un silencio casi lúgubre, muy parecido a la soledad y a la tristeza y aunque tarde sea una opción para entender, siempre será tarde porque en alguna esquina se nos pierde la alegría y  cuando se vuelve a ver, generalmente ya no está.

 

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