Nos sobra tiempo. Lo que nos falta es paciencia. En este mundo hiperconectado, virtual y expedito, lo que no sea rápido, vertiginoso, centelleante y atropellado y, sobre todo, que se acomode a lo que queremos, parece estar fuera de lugar.
Sin embargo, la paciencia no es sinónimo de lento, ni la impaciencia de todo lo contrario. La paciencia es un estado del alma, que nos lleva a soportar lo que no nos gusta o lo que no nos sirve, siempre en busca de un bien mayor, porque la paciencia tampoco es resignación, ni mucho menos ‘guevonada’.
Nos sobra mucho tiempo. Lo que nos falta es paciencia
Es una palabra que viene del latín ‘pati’, que significa sufrir. Aristóteles incluso la asimiló con otra palabra ‘Metriopatía’, que es el punto medio entre el exceso y el defecto de emoción. Para los cristianos, entretanto, es parte de la obra del espíritu santo que le apunta a la creencia de una vida eterna. Los budistas, por su parte, piensan que la paciencia es una de las seis actitudes de largo alcance o paramitas, que son estados mentales que nos guían en el camino a la liberación y a la iluminación: generosidad, autodisciplina, perseverancia, concentración, sabiduría y paciencia. Para Santo Tomás de Aquino «la paciencia es una virtud que se relaciona con la virtud de la fortaleza e impide al hombre distanciarse de la recta razón iluminada por la fe y sucumbir a las dificultades y tristezas».
Como sea, somos una sociedad que nos gusta lo fácil y lo rápido y por eso amamos los atajos y las trochas: No tenemos idea del por qué ni mucho menos para qué, pero nos encanta llegar de primeros, ser los mejores, sentirnos los más rápidos, sabernos diferentes, porque lo que vemos enfrente del espejo muchas veces no nos gusta y es por ello que preferimos compararnos para volvernos infelices.
Nos gusta lo fácil y lo rápido y por eso amamos los atajos y las trochas
No entendemos que las pequeñas cosas son el camino más largo y más seguro. Todo lo queremos para ya. Preferimos la acusación al entendimiento y el texto antes que al contexto. Decimos los te quiero sin siquiera construirlos, nos gusta el sexo pero le huimos al amor, preferimos el conocimiento a la sabiduría, reemplazamos los abrazos por los mensajes en Whatsapp, vamos en busca del oro y por eso casi siempre pelamos el cobre, nos atrae ganar de cualquier modo, nos colamos en los buses y en las filas, la plata fácil es bienvenida y nuestra frase de batalla es que lo que no sirve que no estorbe. Los políticos se ungen de la nada y se creen salvadores. Inyectamos a los pollos y a nuestros deportistas, les damos esteroides. Las niñas se ponen tetas y los hombres, nalgas y barbilla. Criamos a nuestros hijos para el berrinche si la comida se demora, la mala cara si el dinero no alcanza para lo que ellos necesitan y, sin embargo, nos extraña que los adultos vivamos bravos por cosas vanas y superfluas.
Nuestro nivel de tolerancia es nulo y nuestra capacidad de entendimiento escasea por montones. Odiamos los procesos y los planes porque supuestamente lo nuestro es el talento y el ingenio. Tal vez todo cambiará cuando entendamos que de lo que se trata es de hacer menos bulla pero dejar más huella y que toda vía láctea nace en un diente de leche.
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Muy bueno el artículo. Nos pone a pensar en nuestra forma de ser. Me aterra que no haya comentarios puesto que lo merece. ¿Será que comentamos únicamente cuando nos enfrentamos como perros y gatos en nombre de una secta? Creo que estamos mal de la cabeza y del cuerpo.
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