Hay tres cosas que estos tiempos de pandemia han puesto en evidencia: la necesidad de sentirnos productivos, el afán de hacerlo todo rápido y la aversión por el juego y por el ocio.
Crecimos con la necesidad de hacer rendir los frutos, de sacarle el jugo a la vida, así no sepamos bien qué hacer con las pepas que nos sobran. En este mundo que nos toca, parece imposible vivir en paz los tiempos oscuros y, de alguna manera, todos sentimos la necesidad de buscar la luz al final del túnel, ignorando que así como hay claridad, siempre habrá un recibo, porque nada es gratis.
Tenemos la necesidad de sentirnos productivos, el afán de hacerlo todo rápido y la aversión por el juego y por el ocio.
La religión en todas sus versiones, los movimientos buena onda en todas sus facetas, y hasta las diferentes formas de castigo, nos empujan a mejorar, a sacar lo mejor de cada uno de nosotros, como si la tristeza y los quebrantos no fueran parte de uno y como si la desolación y confusión no fueran apenas perspectivas temporales de la vida, porque el negro también es un color, sino que tiene mala fama.
El otro mal que nos aqueja es el afán. Aún recuerdo a mi mamá diciéndome “¡Deje reposar el almuerzo y después se mete a la piscina!”. Al principio lo obedecía con fe ciega. Años después ya empezaba a meter los pies al agua en el bordecito de la piscina. Con la llegada de la pre adolescencia ya no me importaba que me lo dijeran y con el paso del tiempo, ya ni siquiera me lo decían. En esa época no lo entendía, simplemente obedecía, como hacemos con muchas cosas de la vida. Es más, hoy dudo que tuviera algún sustento médico y que no pasaba de ser una tradición oral transmitida de generación en generación. Sin embargo, en el fondo, podía tener algo de lógica: era la intención de las mamás por hacernos ver que no todo debería ser de afán, que no todo debería ser al mismo tiempo.
El negro también es un color, sino que tiene mala fama
Sin embargo, miles de madres fallaron porque el afán y el multitasking son el sello de la posmodernidad, un sello indeleble que nos agobia, nos empuja y nos consume. Carl Honoré, el gurú de ‘El Elogio de la Lentitud’, dice que “nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida.”
Para completar, hay una sistemática antipatía por todo lo que signifique ocio. Por eso, jugamos poco con los hijos, con los amigos o con las parejas, porque ignoramos el poder terapéutico de la risa y la fuerza salvadora que tiene la pereza. Tenemos que estar ocupados, como si eso nos salvara.
Bastó un virus para que se nos vieran los remiendos, pero en poco tiempo, volveremos a lo mismo.
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