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En este mundo extraño que estamos viviendo parecemos movernos en el falso dilema entre la libertad y el orden.

Por un lado, hay quienes quieren imponernos su visión de la vida, incluidas sus formas de pensar, de rezar, de decir, de amar, de comer, de vestir, de hablar. Por el otro, también, pero en sentido contrario: pensemos, recemos, digamos, amemos, comamos, vistamos y hablemos, como nos venga en gana y al que se oponga, lo empantanamos. Algo así como el “prohibido prohibir”, que gritaban los estudiantes de mayo del 68. Para completar, están los que no piensan ni lo uno ni lo otro, a los que odian por igual, los unos y los otros.

Hoy vivimos el falso dilema entre la libertad y el orden.

Y así se nos está yendo la vida, jugando a los extremos, sin entender ni percibir que a la larga ambos son versiones de lo mismo, unos posando de santos y patriarcas y los otros, de libertarios y anarquistas.

Un mundo teñido de izquierdas y de derechas, de blancos y de negros, de postres y verduras, de pecadores y confesos, de profundos y de vanos, de humildes y fantoches deja pocas posibilidades para las mezclas, porque pareciera ser que, aunque estemos llenos de islas, lo que nos faltan son los puentes. Hemos llegado a un punto de no retorno porque aunque todos proclamemos que aquí cabemos todos, lo único cierto es que unos van parados y otros van sentados. Basta ver que, por ejemplo, los mismos que se oponen y se santiguan para negar el uso de la marihuana recreativa, son los mismos que se dan en la cabeza con perico y pcp, y aquellos que les gritan godos y fachos a los otros, son los mismos que quieren que se callen todos los que no piensan como ellos.

Estamos llenos de islas, pero lo que nos faltan son los puentes.

Para completar, no tenemos alma de pioneros, sino que nos gusta la manada, tirar y esconder la piedra y esconder la mano, gritar y matonear, putear, denigrar y maldecir en la bulliciosa tranquilidad que nos brinda la gavilla.

No nos llamemos a engaños, ni nos metamos mentiras: todos estamos hechos de pedacitos de otros y ninguno es alma pura para juzgar a los demás, y lo que termina pasando siempre es que pedimos igualdad pero no nos gusta la parte que nos toca.

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