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Ayer, a través de su cuenta de Twitter, el club Atlético Nacional confirmó la contratación de Juan Manuel Lillo como nuevo director técnico. La salida de Reinaldo Rueda, cantada desde su bajón de salud a finales del año pasado, obligó a los nuevos directivos del actual campeón colombiano y suramericano a encontrar un nuevo capitán de barco. Aunque nadie niega que Lillo es un personaje ideal para llenar periódicos y conversaciones de bar, aquí lo importante es saber si es capaz de mantener la buena racha de los antioqueños. No vaya a ser que, como en su etapa con Millonarios, otorgue mejores lecciones de filosofía que de fútbol.

Eso es lo primero que va a tener que probar: que él no nació únicamente para dar doctrina. Es muy bonito saber que no arriesgar es más arriesgado que arriesgar y que por eso hay que arriesgar para no arriesgar (sí, yo también lo tuve que leer varias veces), pero al hincha verde, tan acostumbrado a ganar, poco le importa las grandes paradojas del deporte si el equipo no deslumbra. La prueba está en este semestre que culminó. Al pobre Rueda lo querían soltar antes de tiempo porque el equipo apenas ganaba 1-0. Los seguidores del Nacional, por la situación ejemplar en la que se encuentra su club, no van a ser tan pacientes como los de Millonarios en 2013. El tema es sencillo, si Lillo solo da lecciones en la sala de prensa y no consigue algo en la cancha, entonces tendrá que averiguar cuál es el vuelo que sale de Rionegro a Madrid.

En todo caso, Juan Manuel tiene una segunda oportunidad para derrumbar un mito (u orgullo) latinoamericano. Dice la leyenda que un técnico latino puede adaptarse al fútbol europeo, pero que un técnico europeo no puede adaptarse al fútbol latino. Varios lo han intentado y pocos lo han logrado. El también español Xabier Azkarorta levantó dos veces el campeonato boliviano con el Bolivar, pero no tuvo éxito cuando subió a las grandes ligas. Fracasó con las selecciones de Chile y Bolivia, al igual que dirigiendo en México a un conjunto élite como Chivas de Guadalajara. Debe haber uno que otro nombre del viejo continente en las salas de fama latinas, pero el hecho de que no sea fácil encontrarlo muestra que no suele suceder. Lillo tiene la oportunidad de demostrar que nuestro fútbol no es una lengua indescifrable para los que se encuentran del otro lado del charco.

Eso sí, de algo le servirá para derrumbar dicha leyenda sus dos años como ayudante de Jorge Sampaoli. Si existe un sabio de la escuela futbolera suramericana es este argentino, y de algo debió haber servido tenerlo cerca. Lo último que debe probar Lillo, después de lo que podría haber sido su mejor etapa en los banquillos técnicos, es que vale la pena volver a coger el liderazgo de una plantilla, en vez de seguir su carrera como segundo al mando de otro. No lo voy a negar, me pareció muy bueno su desempeño como asistente de Sampaoli. Resultó ser un gran observador, de esos que saben siempre cuál es la grieta a tapar. Me pregunto entonces si no valdrá la pena buscar el éxito desde ahí, en vez de embarcarse en otra aventura solitaria de esas que mucho le han costado y poco le han dado.

Me sorprende la llegada de Lillo a Nacional. Conociendo la historia de los verdes, creí que buscarían un hombre de la zona. No sé si me hubiera esperado más la llegada de René Higuita y Faustino Asprilla. Así es el fútbol. Si es posible que este español vuelva, también es posible que le vaya bien. En fin, los verdolagas se arriesgaron y, si mal no le entendí al profe Lillo, eso es lo más seguro que pueden hacer.

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