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Es injusto exigirle a la Selección Colombia que, tras apenas tres meses de trabajo, sacara a un equipo preparado para ganar la Copa América.

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Jugadores de Colombia ven la tanda de penales ante Chile. - Foto: Getty

Jugadores de Colombia ven la tanda de penales ante Chile. – Foto: Getty

La derrota de la Selección Colombia ante Chile fue un trago difícil de tomar. El equipo de Carlos Queiroz llegó al partido contra La Roja tras una primera fase perfecta, en la que ganó los tres partidos, anotó cuatro goles y no recibió ninguno. Nos ilusionamos con un equipo que jugó sus primeros encuentros a un nivel muy superior a lo esperado, pero durante el encuentro contra Chile demostró que todavía debe mejorar muchos aspectos tácticos en el nuevo sistema que propone el seleccionador. Mientras Alexis Sánchez anotaba el penal que eliminaba a Colombia, me di cuenta de una verdad que ocultamos desde el debut: es injusto pedirle un trofeo a un proyecto que lleva tres meses.

Ganar la Copa no era imposible. El nivel que la Selección Colombia mostró en sus primeros tres partidos y lo flexible que es su plantilla daba para ilusionarse. De marzo a junio hubo una mejora exponencial en cómo los jugadores interpretaban el juego de Queiroz y eso ilusionó a plantilla, prensa e hinchas. Pero no confundamos obligación con ilusión. Colombia debía repetir su anterior participación y, por lo menos, llegar a semifinal. A partir de ahí, si se daba lo necesario, podía ser campeona. Exigirle algo más era obviar que en cualquier momento la adaptación al nuevo sistema o a cómo un rival respondía a él podía pasar factura por el poco tiempo que lleva el equipo trabajando con Queiroz.

Contra Chile sucedió. El equipo todavía no se había enfrentado a un rival que presionara tanto o que saliera de forma tan ágil al ataque. En cada ofensiva de Chile fue evidente que Juan Cuadrado aún no tiene bien acoplado su rol defensivo, pues brilló por su ausencia en cada avance chileno por la derecha. Colombia se vio débil por primera vez en defensa y los futbolistas sufrieron para adaptarse a lo que proponía el rival. Tampoco fue un desastre, porque hubiéramos podido meter un gol a pesar de jugar mal y estar en semifinales, pero en aquel partido quedó claro que el equipo sigue en construcción. En la tanda de penales, que suele sentenciar inocentes, William Tesillo pagó los platos rotos de un mal partido de todo el equipo.

Esta camada de jugadores viene cosechando méritos desde hace mucho tiempo, y desde ese punto parecía que era el momento de conseguir una Copa América. Quizá hubiera sido justo exigirle si Queiroz, o un técnico de nivel semejante, hubiera llegado en agosto tras la salida de José Pékerman, pero la Federación se durmió en los laureles y decidió botar por la borda ocho meses de trabajo. El equipo ha crecido con el nuevo seleccionador, pero el proceso apenas despega. Lamentablemente, las circunstancias llevaron a que esta Copa llegara sobre la hora y solo sirviera para calentar motores. 

La Selección Colombia tuvo un partido malo y ese error la sacó demasiado pronto. En todo caso, queda un buen sabor de boca con el proceso de Carlos Queiroz. El próximo año, el torneo se juega en casa y la final es en el Metropolitano de Barranquilla. Ese plus, más un buen año de trabajo, puede juntar las cartas para que la Colombia llegue mucho más fuerte, más trabajada y con posibilidades más claras de llevarse la Copa. Ojalá sea así.

 

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