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Y entonces, ¿cómo fue mi segundo fin de semana en Colombia?

El viernes por la tarde, celebramos la apertura de los Juegos Olímpicos en Río con una noche brasileña en el Hotel Hilton, en Bogotá. Jorge Restrepo y su amable ayudante, quienes hacen parte de Vinícola Salton, una compañía familiar con raíces italianas, nos ofrecieron probar sus vinos espumosos. El primero fue ‘el intenso’: seco, ligero y ácido. El segundo se llamaba ‘El Paradoxo’: sabía a fruta, era dulce y tenía un aroma a flores suaves y a miel, con finas burbujas. Comprende una mezcla de cuatro uvas crecidas en la Serra Gaúcha de Río Grande del Sur. (Para más información ingrese a www.salton.com.br o escriba a vinicolasaltoncolombia@gmail.com)

 

En el bar estaban muy ocupados agitando ‘caipirinhas’: dulces, agrias y frescas. Escuchábamos discursos en los que se mostraban orgullosos por su país; uno demoró casi veinte minutos pero justo a tiempo, Elisa Berenguer, embajadora de Brasil, lo interrumpió para realizar un brindis colectivo y el conteo regresivo de la ceremonia. Me alegró mucho ver a la gentil y elegante mexicana que conocí en la fila de aduana en el aeropuerto hace una semana. Estuvimos en el mismo avión desde ciudad de México, junto con David Cantoni, mi primer amigo acá, quien ha estado en Colombia tocando el saxófono durante las últimas semanas. El mundo es un pañuelo.

 

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Más tarde esa noche, incapaz de rechazar a mis amigos, accedí a ir a Theatrón, que sinceramente es un ‘teatrón’. Con numerosos pisos y salas y la ‘Plaza Rosa’, que parece ser un pueblito con restaurantitos y salitas de cine, es el club más grande en Latinoamérica y cuenta con 13 ambientes distintos. Allá todo el mundo baila. Un grupo formó un círculo y cada uno exponía su talento, sus herramientas y sus trucos. Fue tan emocionante estar en un club viendo el baile como debería ser. Casi nunca lo ves en Inglaterra.

 

A llegar a Bogotá, hace dos semanas, me registré con el colectivo Sofar Sounds, que busca espacios para hacer conciertos secretos de artistas. Nació en Londres y ahora realizan conciertos en todas partes del mundo. Así descubrí la subcultura ‘indie’ de Bogotá. El sábado por la tarde, en el espacio cultural ‘KB’, tocaron tres grupos colombianos. Este escenario está compuesto de un bar, una terraza, una galería de arte y la tarima abierta con una decoración dorada. En las paredes colgaban recortes de objetos al azar: una muleta, un condón, un pan baguette, una llave, un pitillo y una porción de pizza. Flores purpuras adornaban la pared hacia el cielo azul que persistía durante toda la actuación del artista Masilva. Tocaban ritmos tradicionales folclóricos y caribeños con toques modernos y electrónicos. La letra hablaba sobre la vida en la calle: “soy un criollo businessman, mi oficina es la calle…”. Otra canción se refería a la diversidad y ambigüedades familiares, nacionales y musicales. Se titulaba muy colombiano: ‘Ni chicha ni limoná’. El cantante, vestido de rojo y rosado de pies a cabeza, con cinturón y sombrero tradicional, bailaba acentuando el ritmo.
(https://www.youtube.com/watch?v=faLkvcE9dnY)

 

Luego la banda ‘Astrolabio’ nos presentaba unas suaves canciones de amor. Las interpretaba una pareja enamorada. Los temas (compuestos por Camilo Parra) cuentan las etapas de su relación a través de la dulce voz de Camila Jiménez y los varios instrumentos que toca Camilo (incluso clarinete, melódica, flauta). Su sonido es ligero, contento y bonito.

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Masilva en el espacio ‘KB’. Foto: Nicolás Rodríguez

El tercer grupo trajo toda la fuerza con sus energéticas canciones nómadas. Tenían un contrabajo, guitarra da gamba, acordeón y varios elementos excéntricos que eran el común denominador en el escenario: chaquetas de pelo, gafas de aviación, chalecos y pañoletas. Su estilo imponente fue fundamental durante su presentación. Con su música la audiencia se levantó. Bailaban y aplaudían. Nos enseñaron el coro, gritamos varias veces ‘¡otra, otra…!’ y fue así que volvimos a cantar: “de la vagancia… de la abundancia…. qué viva el ocio… qué viva el vino…” y al final “¡qué viva la vida!”.

 

Manuel Tomás Pinzón tocó el clarinete y el saxófono impecablemente y con pasión total; Francisco Martí fue el autor y contador de las historias vagabundas; Javier Ojeda, el guitarrista y compositor; Olivier Lestriez, el contrabajista francés; y la bellísima y menuda Diana Osorio en el acordeón. Muchas gracias a Sofar Sounds por una noche especial, llena de talento y buena onda.
(Esucha a Burning Caravan aquí https://www.youtube.com/watch?v=ZFmrjiCnhc0 https://www.youtube.com/watch?v=euGiAFfi7kY)

Venga la próxima semana, haremos un viaje dentro del cine colombiano…

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  1. Una despedida | TIEMPO fuera

    […] una introducción del lado alternativo de la música en Bogotá en Sofar Sounds– y quemó por dentro al ritmo del clarinete de Manuel Pinzón y su Burning […]

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