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Nadie en el pueblo de Alshuwahad ponía en duda que Musabbah Rashed Al Harb era el beduino que, en toda la región, tenía el mejor hawon o mortero para machacar café.

A decir verdad, el de Musabbah era el hawon más celebrado de la comarca. Y tenía que ser así, ya que, durante  todos los días del año, el ilustre mortero despertaba al pueblo con su tañido y el aroma, que su café emanaba.

Utensilio celebre

El hawon de Musabbah: tañido con aroma de café

Cuando el reloj marcaba las 5 de la mañana, la puerta de la casa de Musabbah estaba ya abierta para todo aquel que quisiera tomar una taza de su amigable café. Era el único lugar donde se podía ver juntos a todo tipo de gente: pobres, ricos, locales y extranjeros; todos tenían cabida a la amable convocatoria.

* * *

La madrugada de aquel 15 de octubre fue diferente para todos los que vivían en Alshuwahad. Eran ya las cinco y quince de la mañana y el tañido del mortero de Musabbah Rashed no se dejaba oír, y el puntual aroma a café permanecía ausente.

Dieron las cinco y treinta y el llamado aún no se oía. «Algo grave le debió haber pasado a Musabbah», pensaron todos, y casi que en desbandada, un buen número de lugareños corrieron a la casa del artesano a averiguar qué ocurría.

A Musabbah lo encontraron en el patio de su casa sentado en un taburete cabizbajo y meditabundo.

«Las deudas me acosaban y me tocó vender mi hawon –exclamó apenado–. Lo reemplacé por ese pilón  –señalando a un rincón–, que ni suena ni da aroma. Perdóneme por favor», concluyó su lamento a manera de suplica.

Musabbah había vendido el hawon a un comerciante libanés llamado Amal Besharra, cuyo almacén se encontraba en Beirut, en la calle Saida, a donde llegó una comitiva del pueblo de Alshuwahad. La misión era recuperar el atesorado hawon de bronce de Musabbah Rashed, el artesano del café.

Después de algunos preámbulos, la conversación entre la comitiva y el comerciante llegaba a un punto álgido de la negociación.

«Tienen suerte caballeros– dijo el libanés con voz esperanzadora–, no se ha vendido aún el hawon que, para serles franco, no ha sido un buen negocio. Ya nadie los usa para hacer café, y ahora los han reemplazado por máquinas, ustedes saben, cosas de la modernidad. El hawon lo estoy promocionando en otra de mis tiendas como un florero. Y según me cuentan ha llamado mucho la atención, y más de uno ya le ha puesto el ojo».

Había que ver las caras de disgusto de los alshuwahadenses, ante semejante descarrilamiento cultural, pero aún así todos mantuvieron su compostura, ya que recuperar el hawon era lo único que importaba.

Al día siguiente la comitiva recibió la mala noticia de que el hawon  había sido vendido a una joven estudiante de arte de la universidad de Beirut. A la universitaria, el hawon-florero le había parecido una pieza exótica, que serviría como un valioso aporte para su tesis de grado.

En lo que había terminado el malhadado hawon del viejo Musabbah: vestido de margaritas y escudriñado por una romería de greñudos estudiantes de arte, en la bulliciosa Beirut.

Hawon-florero: desfachatez cultural

Hawon-florero: desfachatez cultural

A la casa de la estudiante fue a dar la imbatible comitiva del pueblo de Alshuwahad. A la joven, que en esos momentos estaba acosada por deudas, los alshuwahadenses le hicieron una jugosa oferta que la joven no dudo en aceptar; la negociación fue  rápida y sin regateo.

Finalmente, el hawon regresó a su lugar de origen. El retorno fue celebrado con alborozo, y la valiosa pieza culinaria fue declarada como un patrimonio cultural común, sin valor comercial, y con el estatus de invendible e intransferible.

Después de un mes de ausencia, el delicioso aroma a café  llamaba de nuevo a la casa de Musabbah Rashed. El reloj marcaba las cinco de la madrugada de un nuevo día. Todos admitieron que luego de esa aventura de rescate, el café había adquirido un aroma de felicidad.

Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)

Abu Dhabi (EAU) septiembre, 2017

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