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Cali – Colombia. El diestro
colombiano Diego González bailó con las reses más deslucidas del encierro
enviado por Ernesto González Caicedo a la ciudad de Cali mientras que Julián
López – El Juli, salió por la puerta del Señor de los Cristales luego de siete
años de ausencia en Cañaveralejo. Perera justificó se contratación y se fue con
la espina de la puerta grande.










Hoy, frente a tres cuartos del aforo,
se lidiaron astados de la Ganadería Ernesto Gutiérrez, encaste Santacoloma,
bien presentados en general, descastados y bajos en bravura. Los de menos juego
le correspondieron al vallecaucano Diego González  y el segundo de Perera.

El cartel lo conformaba una terna
interesante: Diego González, como cabeza de cartel, Julián López – El Juli, en
su regreso triunfal a la plaza caleña y Miguel Ángel Perera, figura importante
del escalafón español.

Diego González, cuota colombiana,
anduvo muy decoroso en sus dos astados, tanto en el capote como en la muleta,
la técnica, la suavidad y voluntad fueron el común denominador de sus faenas,
las cuales se enfrentaron a los dos más descastados astados de la tarde, lo que
impidió que nuestro connacional pudiese alcanzar el éxito anhelado. Hubo
algunos pitos aislados al final y fueron injustos porque Diego hizo lo máximo
que se podía hacer cuando no hay materia de donde echar mano.

Julián López – El Juli, una de las
novedades de la Feria, como quiera que hacía siete años no viniera a Cali y la
empresa quiso contar con su concurso para empoderar los carteles, vino y se
justificó a plenitud.

En su primero el capote se convirtió
en extensión de sus manos para con suavidad prodigar verónicas de mucha
estética y luego de la pica la variedad de chicuelinas y espaldinas prendieron
aun más al público que ocupaba los tendidos. Con la muleta El Juli brindó un
concierto silencioso en suavidad, con ligazón y temple. Probó los dos pitones y
exprimió las embestidas justas de su oponente.

En el quinto repitió la dosis con el
percal y con la muleta inicio de rodillas en tierra, como si fuese un novillero
que busca contratos y que quiere ratificar los ya firmados. El Juli demostró
una vez más que es un torero de época, de importancia y de mucho respeto por el
público. Con su labor técnica y cuidadosa tapo en mucho la falta de raza de los
astados que le correspondieron. En su primero el palco le concedió una oreja,
que habían podido ser dos, de haber caído mejor la espada en las carnes del
toro. En el quinto las dos orejas no le fueron esquivas y el palco no dudó en
entregarlas.

Miguel Ángel Perera, con mucha
verticalidad lanceo con el percal a su primer ejemplar dando gusto a la
parroquia y con la muleta el temple y la suavidad firmaron la factura de una
faena que fue justa en la fragilidad de su oponente, que tuvo que ser obligado
a pasar por en repetidas ocasiones por el engaño. Mató de estocada caída y
saludo desde el tercio. En el que cerró el festejo Perera puso la voluntad y el
toro la oposición al triunfo dejando todo en un balance de muletazos robados.

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