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Por qué a los colombianos negros les conviene más el elogio de la modernidad que el de la diversidad.

Por Daniel Mera Villamizar*

Ante 1500 líderes universitarios de casi todas las regiones y más de 60 universidades, en un escenario por donde pasaron científicos, líderes empresariales y sectoriales, y precandidatos presidenciales, el autor se refirió a las siguientes cuestiones:

·       La relación entre la modernidad como proyecto de 200 años y la diversidad cultural como complemento de hace 20 años

 

·       La diferencia cultural de los colombianos negros es «expresiva», no radical, como la de los indígenas

 

·       Por qué es un error  olvidar el proyecto de la modernidad en nombre de la diversidad cultural

 

·       La primera legitimidad de los negros en la nación colombiana es política, no cultural, por el aporte a la causa de la libertad, hito fundador de la modernidad nacional  

 

· Los dos auto-relatos de la población negra en la nación: uno fincado en el pasado y otro en el futuro.

 

·       Cómo ser ‘negros’ o ‘étnicos’ en clave moderna: una elección

 

·       Por qué discriminar es una traición al proyecto de nación

 

·       Por qué usa más la palabra ‘negro’ que la palabra ‘afro’


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Los negros, la modernidad y la diversidad

Por qué a los colombianos negros les conviene más el elogio de la modernidad que el de la diversidad.

Por Daniel Mera Villamizar*

Versión ampliada de la intervención en el panel «Vivir la diversidad» del Foro Líderes y Emprendedores en la U. Cali, 3 de octubre de 2009

Es un gusto estar aquí. Me gusta pensar que futuros líderes influyentes del país oirán por primera vez hoy algunas ideas en torno a «vivir la diversidad», como se llama este panel.

La modernidad es el edificio; las ventanas son la diversidad

Estaré contento si logro dejarles este mensaje: la modernidad es el edificio (Colombia); las ventanas son la diversidad. 

Permítanme  adjudicarle la metáfora del edificio a Jaime Garzón, que interpretaba al portero Héctor Elí del Edificio Colombia, como un «lo recordamos» en los 10 años de su asesinato.

Vamos a completar 200 años construyendo a Colombia, y hace casi 20 años, decidimos que el edificio sería mejor con ventanas de colores fuertes, reflejo de espacios interiores con personalidad. 

Como tiende a olvidarse, hay que recordar lo que llevamos construyendo durante dos siglos, pues todavía no hemos llegado a una situación en la que podamos descansar  un poco: la modernidad, que es el «diseño arquitectónico» de nuestra nación.

La diversidad cultural es, en cierto sentido, el «diseño de interiores».  Podemos habitar el mismo edificio e introducir aspectos característicos en nuestros espacios, dándole mayor personalidad al conjunto, en una «armonía de contrastes».

Esta metáfora, como veremos más adelante, funciona mucho más para las regiones  y  la población negra que para los grupos indígenas.

Sin embargo,  este es mi mensaje general:  Vivamos la diversidad sin descuidar la modernidad. Primero,  la construcción de la modernidad (de todos);  segundo, cultivar la diversidad (de la región o el  grupo).

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Ahora, qué es la modernidad

En pocas palabras, y usando a Hobbes, es  pasar de una «vida solitaria, pobre, primitiva, brutal y breve»  (añadiría, «y servil»), a una vida autónoma, provista (no que todos tengamos lo mismo), cultivada, larga y libre (para todos).

¿Tenemos esto?  La pregunta que me parece más acuciante es: ¿Cuánto avanzamos en 200 años y  cuánto nos falta?, sabiendo que «la modernidad es inacabable» (después de haber puesto en su sitio  a la «post modernidad»).  

La modernidad ha tenido unos medios para cumplir sus promesas:  El Estado-nación (laico), la Razón,  la democracia, la ciencia, el mercado.  Otra pregunta acuciante es: ¿Qué tanto hemos construido estos medios en Colombia?

Por ejemplo: a más Estado laico, más vida autónoma (lo han visto recientemente las mujeres con el aborto en casos específicos).

Y qué es la diversidad cultural

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Es la manifestación de la diferencia.  Y aquí importa mucho distinguir entre «diferencia cultural expresiva» y «diferencia cultural radical». Esto lleva a saber si se es «minoría cultural» o no. 

Una minoría cultural tiene una diferencia radical en valores (no universales),  una lengua propia,  una cosmovisión (religiosa) y  un principio de organización social diferentes, y suele reclamar autonomía política asociada a un territorio dentro del Estado-nación.

Ustedes y yo estamos pensando en los  grupos indígenas con esta descripción.  ¿Por qué no estamos pensando en las regiones o en la población negra o afrocolombiana?

Porque existe una «diferencia expresiva»  en la música, la gastronomía,  la fiesta, las tradiciones (incluso con matices religiosos)  y en la memoria colectiva, que no  nos hace radicalmente diferentes.

Los costeños  y los paisas no son «minorías culturales», pero sus «diferencias expresivas» enriquecen la diversidad  cultural de la nación.

Lo mismo pasa con la inmensa mayoría de los colombianos negros (con la salvedad  de Palenque de San Basilio, los raizales de San Andrés y algunas comunidades ribereñas):  no  somos una minoría cultural, pero creamos diversidad cultural.

La modernidad en nuestra Constitución

Algunas personas  ven solamente en la Constitución de 1991 el reconocimiento de la diversidad étnica  y cultural de la nación colombiana (artículo 7), y se imaginan que eso define del todo nuestro proyecto de nación.

No es así. Nuestro proyecto de nación es la modernidad.  Dice el Preámbulo de la Constitución, que deberíamos leer más a menudo:

«El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano, representado por sus delegatarios a la Asamblea Nacional Constituyente, invocando la protección de Dios, y con el fin de fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un orden político, económico y social justo (…), decreta, sanciona y promulga»  la Constitución, es decir, el ideal y las reglas para conseguir el ideal.

 

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Por si hubiera dudas  acerca de la naturaleza del proyecto de nación, el artículo 1 dice que Colombia es una República «fundada en el respeto de la dignidad humana»;   el artículo 5 añade que «El Estado reconoce, sin discriminación alguna, la primacía de los derechos inalienables de la persona», y el artículo 13  establece que «todas las personas (…)  gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica».

Ese es el proyecto colombiano.  Se nos va la vida en hacerlo realidad. Por eso es un error olvidar el proyecto moderno en nombre de la diversidad cultural.

Somos modernos y diversos

La diversidad cultural producto de la diferencia expresiva, hace parte de la modernidad, la enriquece, y muy difícilmente es contraria a ésta, a menos que se la magnifique para utilizarla políticamente al servicio de visiones que desprecian el proyecto de nación y las ideas que lo sustentan.  

La diversidad cultural producto de la diferencia radical, no es asimilable a la modernidad, pero se busca garantizar su autonomía  y reproducción, precisamente para hacer honor al artículo 7 de la Constitución.

Podemos decir, entonces, que los colombianos somos modernos y diversos.

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Doble aporte de la población negra. Legitimidad política antes que cultural

Es un error bienintencionado  valorar lo negro o afro solamente en relación con la diversidad cultural, pues hemos hecho un doble aporte a la nación colombiana: tanto al proyecto de la modernidad  como a la diversidad cultural.

El error nace de creer que la legitimidad de los negros en la nación es principalmente cultural, pues la «nación es pluriétnica y multicultural». Ya sugerí que esa definición de la nación es incompleta.

Así que en vísperas del Bicentenario, tenemos la enorme tarea de rescatar y valorar el aporte negro a la modernidad colombiana. Esto permitirá argumentar que la primera legitimidad de los negros en nuestra nación es política.

 Y esta legitimidad política nace con el aporte de sangre y mando de la raza negra y sus descendientes  a la causa de la libertad en la guerra de independencia.

Si la independencia, el paso de súbditos a ciudadanos, es el hito fundador de nuestra modernidad, hay que dotar de nuevo significado a la deuda que reconoce Bolívar en el Discurso de Angostura, en 1819:

«Yo imploro la confirmación de la Libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República». 

Como se sabe, el Congreso de Cúcuta, en 1821, no pagó esa deuda.

Y  hay que leer en todo su significado moderno las palabras del héroe naval de la Independencia, el Almirante Padilla, en una carta a Santander meses antes de ser fusilado por un proceso más político que jurídico, donde tuvo que ver su color «pardo»:

«He expuesto infinitas veces mi vida por la libertad y estoy dispuesto a exhalar el último aliento de ella antes que verme despojado de los derechos que hemos adquirido a favor de una libertad que tanta sangre nos ha costado».

El resultado de una nueva lectura del  aporte de la población negra a la nación será la legitimidad política, pues modernidad sin libertad y sin igualdad no es modernidad.  Y es muy difícil escribir esa historia sin la trayectoria de los negros.

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Auto-relato de la población negra  y nación

Si  la modernidad es nuestro proyecto inacabable, es decir, nuestro futuro, es preciso que los ciudadanos negros de esta República  lean su pasado desde el futuro deseado.

Verse a sí mismos en un relato fincado en el pasado es entendible  desde un proyecto de resistencia, que siempre tendrá una función política útil e importante, pero limitada.

«Hace cinco siglos fuimos esclavizados y traídos con violencia. Vivimos en una sociedad racista que nos discrimina», es un relato inadecuado para la acción colectiva, pues la mayoría observa que la ‘resistencia’ en una sociedad moderna es mucho más difícil que en una sociedad rural y tiene una relación problemática con el ‘cambio’.

En contraste, un relato fincado en el futuro, del tipo: «Somos el símbolo de una nación que camina (¿con desesperante lentitud?) hacia la libertad y la igualdad, y podemos imprimir más fuerza y voluntad al sueño nacional», es una apelación ética y política  a la acción que rompe barreras, eleva la autoestima del grupo y de la nación,  y propicia el diálogo e integra, sin desconocer el pasado y la diversidad.  


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Ser  ‘negros’  o ‘étnicos’  en clave moderna

En buena parte por efecto de la modernidad (que relativiza,  o libera de, adscripciones), los negros somos, en primer lugar, colombianos. En cambio, es menos claro qué es ser ‘negro’ o ‘afro’.  ¿Es ser étnico?

¿Qué  es ser étnico? La inmensa mayoría de nosotros no tiene los «atributos étnicos» de las comunidades negras  en las  zonas ribereñas del pacífico.

En rigor, no somos un «grupo étnico» como se ha entendido predominantemente, pero nos asumimos ‘negros’ en diversos grados y sentidos, incluso negativos.

Es un hecho que la urbanización nos integró a la modernidad, y que la «etnicidad» no es algo «dado» ni hay una sola «etnicidad».

Para ser ‘negros’ o ‘étnicos’ no es necesario haber nacido con partera, ni saber montar en canoa, o comer pescado sin espinarse,  ni tener una relación vinculante con la tierra, ni tener curas naturales, ni hijos en muchas mujeres, por poner «signos» que suelen desaparecer con la modernidad.   Si se quiere, ese es un tipo de «etnicidad».

Pero podemos  recrear  una nueva «etnicidad»: resignificar lo étnico en clave moderna.  Como una elección: podemos decidir  ser cosmopolitas y ser étnicos (en evolución). 

Los modernos seguros de sí mismos vuelven a sus raíces.  No temen al pasado.  Le dan nuevo sentido.  Así, podemos decidir recuperar tradiciones ancestrales, para honrar, conscientemente, nuestros orígenes.

Lo «étnico» debería poder viajar a través de las distintas capas socioeconómicas del grupo.  Si lo «étnico» se asocia a las costumbres de los más pobres o aislados en el grupo poblacional, entonces ese tipo de «etnicidad» desaparecerá con el tiempo, como ha venido pasando.

En cambio, si se expanden las clases medias negras y resignificamos en términos modernos lo étnico, como parte de la diversidad cultural de la nación, la «identidad negra» se fortalecerá y  lo étnico no desaparecerá sino que se masificará. De paso, los portadores ancestrales podrán vivir dignamente de tales manifestaciones culturales.

De nuevo, nuestro mejor destino es ser modernos y diversos, respetando la diferencia cultural radical de los grupos indígenas.

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Discriminar es una traición al proyecto de nación

En suma,  somos, en esencia,  iguales, y estamos, como todos, con flaquezas y fortalezas, construyendo un país conforme a los ideales de la nación. La diversidad es un «valor agregado», no la esencia.

Discriminar por el color de la piel, por la raza, es simplemente una traición al proyecto de la nación, que dice «sin distinciones». Y esto va de lado y lado. 

Yo creo que podemos  tener la imaginación para resolver las tensiones sin abandonar, y lo voy a decir claramente por una vez en esta ocasión, los principios liberales de nuestro proyecto de nación.  Muchas gracias por su atención.

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Post data.  Una pregunta del público: ¿Por qué dice negro  y no afro?

Normalmente uso indistintamente las dos palabras, para no entrar en discusiones.  Sin embargo,  hoy ha dominado mi preferencia personal.  

Mis razones son estas: durante mucho tiempo fue un problema ser «negro» en Colombia, y ahora que estamos en capacidad de darle el significado que queramos a «ser negro», no nos vamos a correr de la batalla. En perspectiva histórica,  la expresión «afro», que es reciente, podrá ser vista como la de «moreno», un eufemismo.  

También tengo razones familiares. La mitad de mis antepasados murieron siendo «negros».  No quiero que ninguno se me aparezca en un sueño para reclamarme que cómo es que yo soy ahora algo distinto de lo que él fue, sobre todo si puedo decir «negro, ¿y qué?».  

En cambio, como soy mulato, y me llamo negro,  sé que todos esos antepasados no me tienen reclamo, y a la otra mitad le parecerá apenas obvio.  

En realidad, prefiero «colombiano o ciudadano negro», cuando sea necesario, y simplemente colombiano o ciudadano la mayoría de las veces.

En todo caso, seguiré usando indistintamente las dos palabras, porque gastar energía en esa discusión no me parece tan productivo.

 Gracias.

* Directivo de la Fundación Color de Colombia; trabaja como director académico de Foros Semana. 

(Las fotos son, en su mayoría, de Becarios Martin Luther King de la Embajada de Estados Unidos, residentes en Cali, Medellín y Quibdó).

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