Volver a empezar en la vida puede ser un poco más duro que superar el guayabo futbolístico.
Por Tibisay Estupiñán Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. @tibisayes – facebook.com/tibisayes
Ahora que se acabó el Mundial y que todos tenemos un inexorable guayabo futbolístico en el que no le encontramos sentido a nuestra existencia.
Ahora que se acabaron las gambetas, los tiros libres, los abdominales, nalgas y pectorales bien marcados, los goles que no eran goles y los que no fueron que sí lo eran (lo de Yepes era gol).
Volver al horror de las jornadas laborales completas, al aumento de la gasolina, a escuchar los discursos de “Paz” del Señor Presidente.
Recordar que en el noticiero lo más interesante es “La Cosa Política” y en vez de ver a James y a Miñía bailando el Ras Tas Tas, toca ver a Marcelo Cezán intentando bailar con ritmo en Do Re Millones y ni hablar de Jota Mario en los viernes de guachafita de Muy Buenos Días.
Ahora retomar nuestras vidas se convierte en un reto difícil de afrontar.
Por esto y sin temor a equivocarme, me atrevo a decir que volver a empezar es de las cuestiones más densas, arduas y determinantes.
Uno nunca está preparado para volver a empezar, porque ya se sabe lo mucho que duele caer, lo que es el fracaso, la humillación y la vergüenza (y no estoy hablando de la Selección de Brasil).
He conocido a un sinnúmero de personas que sin querer queriendo se quedaron atrapadas en su primer intento. El primer intento de cambiar para ser mejor, de soltar las amarras y ser libre, el primer intento de amar y de creer en otra persona.
Al cabo de la primera “mala” experiencia dijeron, esto se terminó, no va más.
Y es que no nos digamos mentiras, volver a empezar puede resultar tan difícil como querer darle un antiemético a la niña de la película El Exorcista.
De manera Intuitiva y auto flagelante aceptamos que vivir es duro, que de vez en cuando es necesario un codazo en el ego, una patada fuerte en la arrogancia y con dignidad uno resiste, cae y se levanta.
Pero la vida vuelve y nos agarra a patadas y empezamos a sospechar que el árbitro de nuestra existencia es de apellido Carballo, ya que por más que uno se queja la cosa no solo no cambia, si no que empeora.
Pero es en ese preciso momento cuando contra todos los pronósticos toca volver a empezar y entender como bien está escrito “que los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga otra vez y muchas veces a parirse a sí mismos”
Y es que en la vida uno debería si no ser, por lo menos tener un poco de viajero, de trotamundos y hasta de Hippie para poder asimilar que inevitablemente siempre toca partir, que cada día es un nuevo comienzo, que la “seguridad” y la “estabilidad” que tenemos a veces no son más que ilusiones y que el viaje solo acaba cuando el viajero se detiene.
Y es que detenerse es morirse, porque estoy segura de que la rutina y la frustración han matado más sueños e ímpetus, que los goles injustamente anulados en el pasado mundial. (No lo supero. Lo de Yepes era gol)
Al final del día debemos entender que cuando de vivir se trata a veces toca ser atrevido e incluso temerario.
Aprender que en cada paso de re-invención por escabroso que parezca hay que anteponer la frase si alguien tiene que vivir esta vida, podría ser yo y bajo esta premisa dejar de echarle la culpa al destino y comprender que levantarse y seguir caminando es una ineludible cuestión de vida o muerte.
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