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La educación es la esperanza de progreso para las gentes humildes en el Pacífico, que sueñan y luchan por ver a sus hijos llegar a ser profesionales.

Por Jackeline Rosero López, sicóloga con énfasis en riesgo psico-social. Especial para Color de Colombia
Para la mayoría de los habitantes del Pacífico estudiar no es simplemente adquirir conocimiento. Es adquirir estatus y nuevas condiciones de vida.
Ese conocimiento les permite escalar posiciones dentro de la sociedad, pisar donde los abuelos, padres, tíos, entre otros miembros de su familia extensa, no pudieron llegar. 
Porque estudiar para ellos implica transformar realidades, tanto personales como familiares y de sus comunidades.  
Es también la esperanza de un mejor mañana, de un presente más estable y de un mejor futuro para los hijos, sobrinos, padres y, desde  luego, para sus comunidades de origen.
Si revisamos nuestras historias familiares, encontramos que la vida fue dura para nuestros familiares. Fueron tiempos de luchas de querer ser alguien; un alguien con una mejor expresión verbal, con un mejor trabajo, con un pensamiento más amplio, con otros conocimientos que fueron inalcanzable para sus antecesores por las condiciones de vida difíciles que afrontaron.
Por eso para un hombre afro de nuestro litoral y de las cuencas de nuestros ríos y quebradas, pensar en sacar adelante a sus hijos a través de la educación ha sido una de sus mayores ambiciones.

Su sueño es que sus hijos no continúen con la misma condición de vida que ellos han trasegado.
Ese ha sido un sueño, sobre todo para miles de madres cabeza de familia que se dedican  a labrar la tierra, bajo  el sol y las lluvias en intensas jornadas laborales.
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Madres y padres  visionarios  que trasmitieron los sueños de progreso,  espíritu de lucha a sus hijos  y, por consiguiente, una dosis de concientización de que sí se podía ser: abogados, médicos, ingenieros, sacerdotes, psicólogos, politólogos,  educadores, administradores de empresas, enfermeros, entre otras disciplinas del saber y no un simple minero, cortero, empleadas de servicio doméstico.
Madres abnegadas que, pese a muchas adversidades en una sociedad que estigmatiza por el color,  siempre buscaron y buscan inculcar a sus hijos que con educación se rompen esos paradigmas en una sociedad excluyente. 
Padres que al mismo tiempo nos llevan a reflexionar que cuando se estudia, el hombre se prepara  para transformar realidades, porque la manera de pensar es otra, el actuar es otro. 
En consecuencia, les inculcan a sus hijos que tienen que ser una persona competente útil del presente y del futuro.  
Sacar a las nuevas generaciones de hijos del Pacífico colombiano adelante fue y es la mejor entrega, enseñanza y transformación para desbloquear, establecer y al mismo tiempo persistir en una verdadera equidad, igualdad de derecho en una  sociedad colombiana de verdad más incluyente. 
Dios bendiga a todas a esas madres del Pacífico, quienes  a través de sus sueños rompen paradigmas y abren la posibilidad de un mejor mañana, en medio de parcelas, de minas, de orillas y de mares con un pensamiento que poco a poco fue colectivo: la educación  para una verdadera transformación, posición y condición para ese nuevo profesional, hijo, sobrino, hermano, primo;  y  también para esa madre o padre, familiares y ‘etnia’

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