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Los indicadores de Colombia en conectividad, educación, avances científico-tecnológicos y capital social dan grima. Tanto como los de gobernabilidad, derechos humanos y calidad de vida. Aún así, aseguran algunos, la situación podría ser peor. «No crean», responden quienes se alegran con el 3% del vaso lleno.
La arena está abonada para emprender -por septuagésima vez en la historia reciente, la de hace siglo y medio-,una verdadera revolución educativa, como escuché hace unos días a un conferensista.
Ese discurso (repleto de perlas como esa de «la arena abonada», además de incontables anacronismos y lugares comunes), expresa el sentimiento de muchos, empezando por los altos mandos civiles, militares, eclesiásticos, económicos, intelectuales, polìticos y deportivos, etc. que consideran suficiente proclamar una «revolución» para que las cosas mejoren o, al menos, no se deterioren más.
Una revolución que, independientemente de los propósitos y alcances, debe ser orientada por la institucinalidad vigente, diligente pero no apresurada, ordenada, cauta, respetuosa de los valores occidentales y cristinos, ceñida a los horarios y las formas socialmente admitidas, que prefiera lo malo conocido a lo bueno por conocer y vigorice, sin alterarlas, las mejores tradiciones de la República. En otros términos, una no-revolución, más de lo mismo, un paso adelante sin importar que está el país al borde del abismo.
El público, conformado por investigadores, profesores y directivos universitarios, escucha absorto la descripción de la propuesta revolucionaria: la mayoría registra con admiración y algo de envidia las parrafadas del conferencista. ¡Que ponderación y buen juicio! Unos pocos se revuelven incómodos en las sillas. Esperan, con algo de ansiedad, la última diapositiva para levantar su protesta.
Los contradictores sostiene que, en efecto, la única salida es una revolución. Sí, educativa. Pero genuina. Para lo cual se necesita poder. Poder poder. y cuando se tenga, entonces les llegará el momento de pedir un cambio que, ordenado, pausado, juicioso y mesurado, permita al paìs avanzar por nuevas sendas a condición de que no se alejen mucho de los caminos que nos han traido hasta aquí.

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