Sí. Todos los días. Después de las 8 y media de la mañana es imposible conseguir un ejemplar del “Órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba” en los kioscos y oficinas de correo de La Habana.
El diario Granma trae, por lo general, 12 o 16 páginas impresas en papel periódico a 2 tintas y se vende por veinte centavos de peso cubano, alrededor de 170 pesos colombianos. Una bicoca.
Sin embargo, a pesar del exiguo precio y del interés de buena parte de la población por el informativo –evidente en las constantes referencias que se hacen de él en las conversaciones cotidianas-, son pocos los que parecen dispuestos a incumplir la costumbre tropical de levantarse tarde, únicamente para caminar varias cuadras en busca de un ejemplar.
Abuelita combativa
El 1er número de Granma salió a la calle en octubre de 1965. Producto de la fusión entre “Noticias de Hoy”, periódico de los comunistas cubanos fundado en 1938 y “Revolución”, creado por el Movimiento 26 de Julio pocos días después del desembarco del Granma: el yate que transportó las tropas insurrectas desde México, en diciembre de 1956. La palabra, de la más rancio jerga gringa, denomina coloquialmente a la abuela, Grandmother.
Con esos antecedentes, era evidente que el periódico no se limitaría a registrar – desde una perspectiva revolucionaria- los sucesos de ese período. En efecto, Granma es protagonista de primera línea. Un activista de los que mantienen la esperanza en ver realizados los postulados de la Revolución. Fervoroso en las consignas y custodio de batallas legendarias del pasado.
Sus primeras planas, por ejemplo, sirvieron muchas veces para movilizar al pueblo en momentos de gran dramatismo. Páginas que ahora se ofrecen como afiches en calles, locales y parques de Habana Vieja junto a libros usados, medallas soviéticas, platería antigua, libretas de papel de bagazo de caña, chécheres y toda la profusa memorabilia de la Revolución Cubana.
Los que madrugan
Apenas el encargado levanta la cortina metálica, varios ancianos se lanzan con agilidad (sorprendente para tipos de edad provecta) en procura de una buena cantidad de periódicos. No faltan quienes se pregunten por qué esos veteranos insisten en llevarse 10 o más ejemplares de una misma edición de Granma.
Algunos malpensados creen ver ahí el destino de la mayoría de la prensa actual lo cual, de paso, mitigaría la escasez de papel higiénico y de bolsas para llevar las compras que, con cada vez mayor frecuencia, se hacen en mercadillos y puestos callejeros.
En cuanto consiguen su objetivo, los viejos se desperdigan pronto y sus periódicos debajo del brazo. Quienes sigan con paciencia sus andares aleatorios, los verán entregarlos de a uno en el vecindario o a amas de casa que no lograron un ejemplar en la caseta. El precio en este caso sube a un peso moneda nacional: 5 veces superior al monto señalado en la primera página. Una cuantiosa comisión.
“A los pensionados les gusta madrugar. Además, esos ingresos adicionales les caen bien y le evitan a la gente tener que levantarse temprano. Aquí la gente lee mucho”: informa un conocedor de los vericuetos habaneros.
Complicidad tácita
Más tarde, cerca del mediodía, ancianos de aspecto similar ofrecen Granma a los paseantes que deambulan por Vedado, el Parque Central y Miramar. Piden sólo una moneda, cualquiera, a cambio del célebre periódico. Si reciben tan solo una de 50 centavos de peso convertible, habrán multiplicado 60 veces el precio de compra. Una tasa de ganancia fabulosa.
La complicidad tácita –a cambio de un modesto gravamen-, de los empleados de los kioscos permite a los veteranos acaparadores de Granma adquirir más de los 3 ejemplares permisibles por comprador individual. “Aún así -sostiene el experto en vericuetos- los márgenes son altísimos. Podría entregarse gratuitamente el Granma pero, entonces ¿Qué sería de estos ancianos?”
Independiente de su pasado laboral, la población de adultos mayores en Cuba goza de protección y cuidados similares a los que se brindan a los niños: atención completa en salud sin ningún costo, suministro especial de alimentos gratis o casi (3 huevos valen lo de un periódico en el kiosco), bonos, restaurantes, recreación, asistencia, etc.
Versados en resistencia, muchos ancianos persisten en la brega más allá de la jubilación formal. Técnicos y profesores ejercen como meseros. Orlando Cuéllar de 87 años de edad (“la misma edad del Comandante pero no con su salud que –dice refiriéndose, claro está, a Fidel-, es especial”), atiende en la barbería que abrió cuando era un mocetón y que clausuró por los años que trabajó trasquilando tropas en centrales azucareras, fábricas y escuelas de toda la isla.
Guardián de las gafas de John Lennon
Salvador Otero llegó entre los primeros a defender a Playa Girón. Con los retazos de tela de paracaídas que llevo a su casa de madera en barrio Azul, la esposa tejió banderas y forró cojines. Después Salvador luchó contra los bandidos en Escambray y hasta a Angola fue a parar. Ahora, ochentón casi nonagenario, asiste los sábados al club de baile de Víbora Park, ríe con soltura juvenil, tiene novias y lee el periódico que le lleva un amigo unos años menor que él.
Locuaz y ágil, aún con los 96 años que confiesa tener, Juan González ofrece a quienes quieran fotografiarse junto a la estatua de John Lennon sentado en un parque de Vedado, un par de los característicos anteojos redondos que usaba el Beatle.
Acucioso en su uniforme de vigilante oficial y si le aceptan la oferta, inserta los espejuelos de mentiras en los agujeros que, con ese propósito, lucen las orejas de bronce del músico. No pide nada a cambio. Tampoco rechaza, si se la ofrecen, una propina.
Recibe un sueldo estatal por tener a buen recaudo las gafas de una escultura de un revolucionario músico inglés y por ponerlas a disposición de los visitantes cuando, sentados junto al más famoso desde Jesucristo evocan la frase escrita en el piso: “dirán que soy un soñador, pero no soy el único”.
En agosto 13 de 2014, al cumpleaños 88 de Fidel Castro Ruz
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