Libre Albedrío tiene nombre, pero no tiene fecha de fundación, fiestas patronales ni ilustres antepasados. Por señas de identidad tiene una bandera poco distinguida (de la que ya se habló aquí), muchas historias por contar y, en un futuro cercano, un periódico o, mejor aún, una imprenta. Será el primer periódico en esta aldea a orillas del mar que se fue formando en torno a los Mokaná de la etnia Caribe y de su sitio ceremonial en la punta del cerro más alto, donde queda el cementerio, que también es libre.
Entre hombres y mujeres los Mokaná no hacían distinción al momento de escoger el oficio. Las Mokaná que elegían ser guerreras recibían el mismo adiestramiento de los varones, cumplían idénticas funciones y sólo se distinguen de ellos por sus dotes, su valentía y la inteligencia que las convierte en jefes de un ejército capaz de resistir la ofensiva europea, tras la llegada de Colón en 1492.
Dispersas entre el semicírculo de colinas que da la cara al mar levantan sus casas de madera los forasteros unidos con el tiempo a la población nativa. Madera machihembrada, con corrales en los patios y amplios miradores para avizorar la aproximación de los buques que comunican los grandes puertos de Cartagena, Santa Marta, Portobello, Riohacha, Isla Margarita y, más allá, Jamaica, las Antillas, el océano Atlántico. Las chalupas y canoas son los medios de navegación de cabotaje por acá y son confiables.
Aquí no importa del forastero su origen, tampoco se indaga por su destino. La aldea recibe la visita de marineros, muchos fugados de los buques de gran calado que transportan carga y pasajeros, buscan pasar a este lado de Isla Verde, muralla vegetal protectora del golfo. Unos se quedan sólo mientras consiguen atravesar la red de canales repletos de caimanes, tortugas y culebras entre los manglares; hasta encontrar el camino de piedra que rodea la aldea, conduce hasta la plaza y sube hasta el cementerio que siempre tiene las puertas abiertas de cara al mar.
Otros, animados por la ambición de enriquecerse rápido y fácil, ojalá, como aquel banquero quebrado sin caudal para embarcarse de vuelta a los puertos atestados de este siglo colmado de pugnas por rutas entre aventureros, piratas, agentes antimonárquicos, espías, potentados del cacao venezolano, del azúcar cubano y del tabaco. Contrabandistas de quina, oro y maderas. A unos metros de donde escribo estas notas, en un escondrijo cuidadas con esmero están las cajas con la máquina impresora que, en principio se dijo, debían ser enviadas hasta Santa Fe de Bogotá.
De Libre Albedrío saldrían a lomo de mula, como llegaron desde el muelle donde las desembarcaron de las chalupas a puro pulso, para embarcarlas luego en el puerto oculto en la curva del brazo de Soledad para que de ahí la llevarán las Fuerzas Sutiles del Magdalena hasta Tenerife, el Banco y Honda. Camino difícil, pero con muchas ventajas para quienes los conocen y pueden eludir con relativa facilidad las patrullas enemigas y evitar encuentros con las bandas emboscadas al borde de los caminos construidos por los Mokaná y mantenidos con trabajos comunitarios.
Son tiempos arduos. Los abusos de los monárquicos se salen de madre en la medida en que crece el temor que tienen de perder sus privilegios. Una barca con seminaristas chocó contra los arrecifes de Isla Salamanca. Todos se salvaron y, de paso, resolvieron abandonar los hábitos que deseaban tomar. Dicen que ahora se dedican a robar en los caminos de la región. Hace poco se encontró un marino portugués muerto a puñaladas por los lados de la ciénaga de los cisnes.
Hace dos días, cuando ya las mulas escogidas para el duro trayecto estaban listas y los arrieros convocados para cargar la máquina, llegó la contraorden. La imprenta se queda. En próximos días llegará un maestro encargado de abrir taller, formar aprendices y oficiales e imprimir los periódicos, gacetas y octavillas que se necesitan con urgencia para avivar la conciencia sobre lo que está sucediendo en el país.
La represión oficial no acaba el descontento. Por el contrario, lo abona y nutre. En estas postrimerías del mar se sienten la violencia del régimen: persiguen, calumnian, golpean, apresan y matan sin consideración tanto a criollos, negros e indios como a mestizos y mulatos y no pocas veces han asesinado a los propios españoles que rechazan los abusos de los gobernantes.
Por eso crece el repudio hacia la monarquía infame. Para no ir más lejos, los esclavos de la hacienda de los dominicos en Luruaco se rebelaron hace un par de semanas. Varios huyeron y se llegaron hasta Libre Albedrío. Por ahora están a salvo en casa de amigos confiables. Han dicho que quieren sumarse a la resistencia y está decidido que el próximo lunes comienza su formación. Para comenzar, el Babalawo Alfredo les dará lecciones en su propia lengua pues, insiste, se debe crear un destacamento de africanos para sumar a la lucha revolucionaria.
La peste sigue haciendo de las suyas en las villas más pobladas del virreinato y es particularmente intensa en las provincias de Tunja, Popayán y Quito. La Capitanía de Venezuela parece gozar de una protección especial por parte del Creador, pues los perjuicios allá han sido mínimos, al contrario de lo que ocurre en otras villas y caseríos de valles, montañas y costas. La agresión imperial contra Venezuela debió suspenderse por la entrada de la temporada de huracanas en esta zona del Caribe. Los patriotas caraqueños se hacen fuerte en las llanuras de Apure y el Orinoco de modo que cierran el paso a los invasores monárquicos. Aquí seguimos resistiendo.
Hay que salvar, desde Libre Albedría, la lengua de los Mokaná. A la espera de nuevas crónicas
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