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Este año la peste obliga a pasar encerrados las fiestas de los difuntos. De todas maneras, la gente, quienes quieran, harán su celebración en casa. Pero Libre Albedrío en sí no tendrá el acostumbrado jolgorio con música, licores, baile, comida y más baile. Sobre los mesones endosados a la cerca de piedra del cementerio, las comunas presentan para estas fechas exuberantes suculencias, esponjosas, asaduras y platos que más parecen celebrarse unas bodas de Camacho opulento; que los severos esponsales con la lánguida Catrina. Hasta hace un año pasado los corregimientos de la provincia, los vecinos y gremios de la villa destinaban sus mejores labores a cosechar ingredientes, rehacer adornos, rescatar vajillas, reconfortar músicas, desempolvar cantos juguetes ropajes, en fin, a adelantar los arreglos para agasajar a los acudientes.

Volcado el público desde las vísperas: súmenle convidados, parentelas y peregrinos a la población local entregados a consumir gustosa lo que ella misma entrega dadivosa: extensión de delicias que van de boca en boca rumores picantes, olorosos requiebros y sabrosas razones. De sobra habrá para convidar y dar otros tres días de bocados, entremeses y entretenidas charlas entre risas y cántaros. Y baile.

Por lo general, los difuntos, fieles a su fiesta al fin y al cabo, prefieren hacerse presentes unos hacia las cinco del té, otros tres cuartos un poco más tarde copa en mano para beber con parsimonia. Calmados, tienen el tiempo a su favor, toman hasta el fondo desprovisto de néctares y alcohol. Esta tierra provee los agaves delicados como espadines, lanceadas cañas mieles devotas para las ánforas, aguas fermentadas con hierbas sustanciosas, destilación a fuego recatado, alambiques, mezclas efervescentes para brindar a la salud de los que se han ido por siempre. Ellos danzan sobre las mesas sin tocar los bocados, cuentan las incidencias de los últimos días, no escuchan: intercambian silencio por alegría.

No es lo mismo consumar agasajos cada uno en su casa. No ver volar guirnaldas en la Plaza Bonita, comparsas, calaveras tibias, media pierna desnuda a ras de cumbia. ¿A dónde irán los muertos con este encierro impuesto por la plaga, dónde pueden cumplir su fecha instituida? Llegan, sin que nadie los invoque, a casa de Francisco oferta de roscones, tortas, galletas. Buscan guisos, potajes que cocina en sus salsas Esperanza Ospino y Cabal de Neto, asados donde Elsa Arrieta fandango, nueces, frutas.

No es lo mismo, encerrados, dejar de oír la música. Guitarras y tambores los de Primo Alejo y su hermano Segundo yacen entre los trastos de un cuarto, allá en su quinta. Como no hay chirimías, cornetas, flautas se oye quedo el convite, apacible, nada más vocinglero. Beben, toman los manjares dispuestos mascan viendo las olas batidas sobre arena y salitre, nubes de leche, miel dorada azules prados parlotean comentan, vuelven a beber para encontrar la puerta de la madrugada. Y bailan. Bailan hasta caer postrados en la tierra.

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