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Todavía hoy muchos se preguntan por qué al general Santander le dio por mandar fusilar a cuarenta militares españoles que Bolívar quería canjear por soldados revolucionarios. Por eso dicen que Francisco de Paula Santander fue el autor de la primera masacre en la historia republicana de Colombia.

Los hechos están minuciosamente documentados. Las víctimas, plenamente identificadas, cayeron ante un nutrido público congregado en plena plaza mayor. El patíbulo se levantó exactamente en el frente del solar donde, años después, se levantaría el Capitolio, sede del Congreso de la reducida República de Colombia, donde se construye la armadura legal y ética del país.

Los muertos fueron españoles encabezados por el general José María Barreiro, quien comandó el ejército vencido en la batalla del Puente de Boyacá, el pasado siete (7) de agosto de 1819. Él y treinta y ocho (38) hombres más, entre oficiales y soldados a su mando, fueron apresados en el mismo campo de batalla, en el puente sobre el río Teatinos, pocos kilómetros al sur de Tunja. Más un civil que nunca estuvo en batalla.

Las ejecuciones se efectuaron el lunes once (11) de octubre de 1819 entre las siete (7) y las diez (10) horas. Previamente, es decir el domingo diez (10), los occisos fueron notificados en el cuartel de caballería diagonal a la torre de la Catedral donde estaban presos; de la orden dictada por el joven, apenas veintisiete años de edad, vicepresidente: el más joven de la historia nacional y, quizás, mundial.

Traídos a Santafé de Bogotá, los militares españoles fueron recluidos en la casona de las Aulas por los lados de la Iglesia de San Ignacio y del Sagrario Militar. Sin embargo, después los pasaron al ya antes citado Cuartel de Caballería donde supuestamente estarían más cercanamente vigilados por la guardia personal del desconfiado y sagaz señor vicepresidente.

En grupos de a cuatro (4) y bajo estrictas medidas de seguridad, los prisioneros suben al patíbulo donde son ejecutados en estricto orden de precedencia. A la cabeza por supuesto Barreiro José María general, siguiente Jiménez Francisco coronel, siguiente Pla Antonio coronel también, siguiente mayor Gallazu Antonio…el 11 de octubre de 18189 Santander ordenó fusilar a 40 españoles en Bogotá

De rodillas reciben la absolución de los padres encargados de confesarlos. Temblorosos de pie ante la gente estupefacta y sin vendas ven venir las balas enviadas por la orden, débil sonrisa bajo el elegante bigote del joven mandatario. Vivan algunos con el penúltimo aliento a España la patria de sus crímenes. Abajo el pueblo susurra el recuerdo de los mártires locales no olvida que a pocos pasos cayó La Pola por los disparos enviados del virrey Sámano, hoy huido en Cartagena.

Siguientes cuatro (4) al paredón. Siguen la faena la gente santafereña y algunos extranjeros sentados en las tribunas improvisadas. Siguen el espectáculo de los cuerpos retorcidos al calor de la pólvora que despeina el lunes laboral, comienzo de semana: tiros en la cabeza.

Sin interrupciones que lamentar excepto cuando a un subteniente no le pega ni uno de los disparos del pelotón de fusilamiento. Milagro al que responde inmediatamente Labrador Bernardo, así llamado en la vida que acaba de salvar: pide al jefe de la matanza que aplique la ley con gallardía y sea absuelto como acaba de hacerlo la Divina Providencia.

Francisco de Paula Santander abotagado, flemático, masón, incrédulo con gesto lánguido se niega a conceder perdón. Hay que liquidar a Labrador a como fuere, que las órdenes se cumplen a rajatabla y machete si es menester. Bernardo Labrador es indómito además de español. Forcejea con los rivales que codician ensartarlo entre pecho y espalda.

Labrador es ágil a pesar de la cárcel. Se sacude a los atacantes. Uno de ellos queda tendido en el tablado del patíbulo, momento de confusión que aprovecha el condenado para levantarse tomar impulso y soñar aturdido con el salto sin que lo hieran por fin las cuchillas por la espalda.

El Vicepresidente presenciaba aquella escena por las vidrieras de su gabinete”. En la calle de atrás de San Bartolomé, una fila india de carruajes recoge uno a uno los cadáveres. Cuatro (4) en cada carro no únicamente para mantener el orden dispuesto por el vicepresidente en funciones, Santander. Además, por economía en guerra prolongada no hay dinero en el erario, los españoles en su fuga llevaron lo que pudieron y ahora toca gestionar recursos para seguir sosteniendo la lucha hasta donde alcance y más allá.

Aquí falta uno para completar el último cuarteto y cerrar en redondo la trágica tarea. Juan Francisco Malpica presencia desde el altozano de la catedral el espectáculo. El dolor, la rabia y la impotencia le retuercen la espalda. Increpa, maldice a medio tono, reclama en represalia: “atrás viene quien las endereza”. Enterado Santander por sus espías ordena exterminarlo en el acto. Elevado al altar de la muerte, expiró junto a los tres (3) últimos muertos y completó los cuarenta…

Por el camino real de Vélez le dan la noticia a Simón Bolívar, comandante en jefe del Ejército Revolucionario. Él, después del triunfo en Boyacá el siete (7) de agosto, corrió a tomarse la capital. Organizó rápidamente el plan de guerra, designó a Santander vicepresidente con facultades extraordinarias, le otorgó mando absoluto pero responsable sobre vida, honra y bienes de la población.

Antes de volver a sus batallas por el resto de América, Bolívar propuso por carta al mando español refugiado en Cartagena el canje de los peninsulares cautivos. A cambio del general Barreiro, Bolívar pedía la entrega de doce (12) soldados o civiles nuestros. Nueve (9) por un coronel, ocho (8) por un teniente coronel…

El derecho de la guerra nos autoriza para tomar justas represalias… pero yo lejos de competir en maleficencia con nuestros enemigos, quiero colmarlos de generosidad por la centésima vez”, escribió Simón Bolívar el 9 de septiembre de 1819 al virrey Sámano al proponerle el trato.

El vicepresidente más joven y extenso (duraría ocho (8) años en el cargo, del que salió por montar el complot que atentó contra El Libertador el 28 de septiembre de 1828) en público conoció y aceptó la decisión de El Libertador. Pero apenas éste salió de Bogotá buscó la oportunidad de desobedecerlo.

Sin compasión rechazó las peticiones de perdón que le hicieran reiteradamente clérigos, voceros civiles y sus mismos compañeros de tropa. A partir de ahí, Santander mereció la aversión del pueblo santafereño deseoso de tener por fin una democracia humana, regida por la ley y en paz.

Pero ese día, después de ese acto inaugural de su «gobierno», el hombre de las leyes sonriente el bigote pulido, la conciencia complacida por la venganza cruel e innecesaria «dio vuelta a la plaza en vistoso alarde, arengando al pueblo y cantando algunos del acompañamiento unos versos que empezaban:

Ya salen las emigradas

Ya salen todas llorando

Detrás de la triste tropa

De su adorado Fernando»

Las frases entrecomillas fueron tomadas textualmen de El mito de Santander, por Laureano Gómez. Colección Populibro 5-6, Bogotá D.E. 1970.

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