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Como no hay estudios suficientes y profundos sobre las implicaciones del uso de Internet, muchos juicios acerca de una probable ?ola de adicción? pueden ser superficiales o, simplemente, sesgados por la ignorancia.

Es de suponer que entre la abundante ola de «expertos en adicciones a Internet”, hay profesionales bienintencionados dispuestos a impedir que el nuevo mal agobie, aún más, a la pobre humanidad.

Pero también es posible que, al lado, algunos estén buscando la oportunidad de lucirse como agudos analistas de la actualidad nacional e internacional sin tener ni mediana idea de los fenómenos que están ocurriendo en el mundo.

¿Qué pensar, por ejemplo de un portal (http://www.adictosainternet.com), que anuncia así sus servicios:  “Si pasas muchas horas delante del ordenador, si hablas con el teclado o a la pantalla le dices cosas, si notas que las relaciones familiares se resienten ¡Piénsatelo! Puedes estar sumido en una ADICCIÓN”

Piénselo también si usted es de quienes pasan muchas horas conduciendo, hablan con el timón y perciben malestar en el cónyuge porque no están tiempo suficiente en casa. Deje de creerse un inocente chofer de transporte público: Usted es un adicto al automóvil. 

 «¿Dedica más tiempo del que cree que debería a estar conectado a la red con objetivos distintos a los de su trabajo?»

Aparte de la pésima redacción, la pregunta reduce Internet a una simple herramienta de trabajo, como un escalpelo para el cirujano, por ejemplo: ¿Tiene el bisturí en las manos más tiempo del que considera necesario para efectuar un corte? ¡Cuidado! puede volverse adicto a los cuchillos.

“¿Piensa que se sentiría mal si redujera el tiempo que pasa en Internet?”

Es posible que todos nos sintamos mal si se nos reduce el tiempo de descanso, el apetito en cualquiera de sus formas e inclusive el horario de trabajo así el primero lo dediquemos a oficios caseros y el último quisiéramos incrementarlo para obtener más ingresos. Pero ese sentimiento no implica que seamos enfermos de pereza o de activismo. ¿O sí?

Una cuidadosa lectura de los artículos aparecidos en prensa (y en Internet, cómo no) así como la infinidad de encuestas, entrevistas y programas de televisión y radio dedicados últimamente a este tema, hace suponer que algunos periodistas, sicólogos, médicos, locutores, funcionarios, publicistas y ex – ministros pueden un adicción inocultable a la estupidez.

Bastaría aplicarles un simple test, calcado de los que se utilizan para medir el grado de adicción a Internet, con algunos pequeños ajustes:

  • ¿Cree usted que lo que dice o escribe cualquier sicóloga gringa es una verdad revelada?
  • ¿Plataniza esas verdades pidiendo la opinión de un ‘experto nacional’ que hace veinte años participó en un estudio sobre la adicción de las abuelitas al ajiaco santafereño?
  • ¿Se siente feliz de recibir llamadas de los audientes que lo felicitan, lo nombran en diminutivo y/o lo consideran un genio?
  • ¿Le estimula pensar que sus opiniones (por más enrevesadas y cantinflescas que le suenen a algunos detractores –que no faltan-), influyen en la opinión pública y pueden conducir a las autoridades a tomar medidas para impedir que el mal cunda?

Julito, Casitas, Mauricito, Alejandrita, confíenselo, ustedes sufren esta adicción y… la disfrutan. Que lo admitan es la primera condición para poder superarla, o para seguirla cultivando con orgullo.

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