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Desde la penumbra de sus
trastiendas, ha crecido hasta llegar a convertirse en otro-estado, para-estado
más-estado que el estado: poder omnímodo, incuestionable y sin control. La cámara
más poderosa del mundo (¿habría que decirlo en plural? ¿Las cámaras?).

 ACTOR IMPRESCINDIBLE

 Imponen y recaudan tributos,
registran, dan fe pública, notifican, juzgan, arbitran e imperan sobre todo
aquel que manufactura, ofrece o transporta un bien. Desde siempre se ve en toda
ciudad y hasta en apartados pueblos, una cámara (excusen las minúsculas), que,
a cuento de proteger los intereses de los comerciantes, se convierte en actor
imprescindible.

Sin la matrícula en una C.C. es
prácticamente imposible ofrecer un servicio, realizar una venta, abrir un local
o buscar un contrato. Autoridades si, ¡óigase bien! ¡funcionarios públicos! de
los servicios de salud, seguridad y hacienda exigen la matrícula como si fuese
el único documento acreditado para expedir la licencia de funcionamiento o el
permiso de realizar determinadas actividades. 

 LA MÁS PULCRA DEL PLANETA

 En consecuencia, infinidad de
parroquianos debe someterse a los trámites de la cámara, pagar las tarifas,
inscribirse y dejarse conducir por los vericuetos empresariales en ese limbo
que no es público ni privado sino todo lo contrario, manejado por poderosos
personajes elegidos quién sabe por quienes y controlados por nadie. ¿Quién ha
oído de un escándalo por corrupción en una C.C.? ¿Quizás estamos ante la entidad
más pulcra del planeta?

 Si algo quiere merecer imagen de
pulcritud nada mejor que hacerlo en asocio con una C.C. Eventos, programas y
certámenes culturales, educativos, científicos y  tecnológicos avalados por una o varias cámaras (y casi
siempre financiados con dineros del otro estado, el pequeño), pasan por
importantes gracias al sello de garantía de la organización supra-mercantil.

 CARGA DE SECRETOS

 En apariencia regidas por
criterios técnicos y perspectiva social, muchas C.C. presentan en realidad,
lamentables retrasos tecnológicos en la atención a sus afiliados que, por lo
dicho, resultan ser prácticamente todos los ciudadanos en edad y con
aspiraciones de prosperar: desde los muchachos que hacen jugosos negocios con
tierras suburbanas, hasta jubilados que quieren poner una fotocopiadora en el
garaje, viudas que cosen botones y contadores sin empleo, todos tributarios de
esa obscura (aunque rutilante) y universal figura que viene desde el medioevo cargada
de secretos. 

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