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¿Si no es en la calle, el espacio público de encuentro de la ciudadanía, entonces dónde se puede manifestar ?

A pesar de que las marchas que comenzaron el 21 de noviembre del año pasado a nivel nacional tenían mensajes claros de rechazo contra la corrupción, las reformas tributaria, laboral y pensional, y contra los asesinatos de líderes sociales, al igual que reclamos por mejores servicios de educación y de salud, los focos de las autoridades y de los medios de comunicación fueron los hechos de violencia y, como es habitual, los bloqueos de las vías que obviamente generan estas movilizaciones.

A parte de los hechos de violencia que se registraron en varias de las jornadas de protesta, especialmente en ciudades como Bogotá y Cali, desde el principio se presentaron críticas especialmente por los bloqueos de las vías, porque los buses y los carros no podían movilizarse con normalidad y los ciudadanos no podían llegar fácilmente a sus destinos. No faltaron los comentarios que sugerían nuevas formas de protesta sin que interrumpieran las actividades cotidianas de los ciudadanos, por ejemplo, que se hicieran por las aceras o que se hicieran en días no hábiles. Sin embargo, para que las jornadas de protesta logren llamar la atención de las autoridades a las que van dirigidos los reclamos, tienen que generar incomodidad.

Por ejemplo, las recientes protestas en Chile lograron frenar el aumento en las tarifas del transporte público, y en Francia consiguieron que el gobierno de Macron echara para atrás su reforma al sistema de pensiones. Las protestas que se han venido dando en esos dos países se desarrollan en las calles.

El espacio público abierto está compuesto por calles, parques, plazas, entre otros, los cuales no corresponden solo a dimensiones físicas y territoriales, como sitios accesibles para la ciudadanía para el desarrollo de actividades cotidianas, sino que también son espacios que la población usa para llevar a cabo sus actividades económicas, culturales, sociales y, por supuesto, políticas con el fin de enviarle mensajes a la administración pública, porque cuando la sociedad no logra canalizar políticamente sus reclamos por falta de repercusión, la protesta social surge como la forma de representación de esos intereses.

Ahora bien, la queja continua contra las protestas es que estas bloquean el paso de buses, camiones y carros particulares, como si la ciudad fuera para los carros y no para las personas. Pero en ese caso habría que preguntarse por qué sí se pueden bloquear las vías o desviar los buses cuando hay procesiones religiosas, desfiles militares y de reinas de belleza, carnavales y hasta cabalgatas. Es más, las principales vías de las ciudades han sido cerradas también cuando se han llevado a cabo jornadas de protestas promovidas por los gobiernos a nivel nacional y local, bien sea contra las acciones de las guerrillas o contra el secuestro, por ejemplo. Entonces, ¿por qué los bloqueos de las vías están bien en unos casos y en otros no?

¿Acaso son bienvenidas las manifestaciones ciudadanas solo cuando no hay reclamos para las administraciones públicas?

Sin embargo, cuando no hay bloqueos de vías, sino que los manifestantes se concentran en plazas públicas, también ha habido problemas. De las jornadas del 21 de noviembre y de los días y semanas siguientes circularon en las redes sociales muchos videos, especialmente en Bogotá, en los que el Esmad, el escuadrón antidisturbios de la Policía, dispersaba las manifestaciones pacíficas con gases lacrimógenos y bombas aturdidoras.

La calle no se puede entender solo como un espacio de circulación e interacción, sino también como un espacio político y de poder que suele ser usado por sectores sociales descontentos para interpelar a las autoridades. El uso de la calle para expresar descontento social tiene un valor visual y mediático muy fuerte, que no se conseguiría si se llevara a cabo en un espacio cerrado como un auditorio o un coliseo, porque la manifestación implica el desplazamiento por las principales vías de las ciudades, lo que conlleva a ser vista por quienes circulan, viven, trabajan y estudian en esas zonas, y, por supuesto, para visibilizar sus demandas.

Esto implica alterar los usos cotidianos del espacio público, lo que muchos consideran como violento, aunque no se presenten hechos de violencia. En ese sentido, las autoridades buscan mantener el orden, lo cual muchas veces implica tensiones y enfrentamientos entre los policías y quienes se manifiestan.

Tenemos entonces que el espacio público no solo es un espacio de poder, sino que también es un espacio en disputa, es un espacio urbano de participación y representación, y no hay otro lugar en la ciudad donde las personas se encuentren en su diversidad y diferencia, porque la ciudad no es solo su estructura física, sino que se construye como espacio común donde los ciudadanos interactúan políticamente entre sí.

Por lo tanto, a pesar de las incomodidades que generen las protestas, de los bloqueos de las vías, de los enfrentamientos que en ocasiones se presentan entre los marchantes y las autoridades, no hay otro lugar distinto a las calles donde se lleven a cabo los más importantes procesos de democratización de la sociedad, para que la ciudadanía se apropie de su espacio público y se exprese, más en un país con tantas desigualdades y deudas sociales por resolver.

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