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Si mi acento te hace pensar en sexo sos una víctima más de la ‘telesicaresca’. Y créeme, el problema no es con tu victimización sino con la nuestra. Pues a lo largo de estos años en la Universidad, yo y otras más, hemos tenido que explicar hasta el cansancio que los paisas no son solo los antioqueños, que las paisas no son Las muñecas de la mafia y que las paisas no han vuelto de su jerga un dispositivo sexual, como algunas figuras mediáticas.
Si bien la sexualización local ha pasado primero por el cuerpo, se ha inscrito luego en el discurso. Pues la exageración de los regionalismos en la televisión y en el porno internacional (como el tan afamado ¡hijueputa! o ¡papi! de Esperanza Gómez) han hecho una caricatura del acento habitual.
No es raro entonces que las situaciones más incómodas se sigan presentando en lugares insospechados. Así fue el año pasado cuando la Facultad de Comunicación y Lenguaje me invitó a un congreso en Cartagena. Al rato de conversar con uno de los expositores añadió con un guiño cómplice que mi acento sí encajaba en lo que él había visto sobre Colombia. Aunque su gesto no dejara mucho qué desear… quiero creer que se refería a la diversidad cultural del eje cafetero.
Pero ya han sido tantas las ocasiones, como cuando un profesor me invitó a salir y al ver mi reacción se excusó diciendo que mi acento lo había confundido, que me he empezado a sentir RARA, una paria de los acentos neutros.
Por esta razón, estoy convencida de que si una estudiante cree que su acento perjudicará la recepción que tengan de ella en un salón de clase dejará de participar o lo hará tímidamente. Ahora, eso no solo sucede con la sexualización paisa, sino con el estereotipo del costeño como perezoso, del pastuso como inocente, del rolo como engreído, etcétera. Todos reflejo de una idea preconcebida por la procedencia materna (y, por tanto, en ocasiones machista) y materializada en el lenguaje.
Por mi parte, prefiero pensar en la enorme riqueza lingüística que aportan las inflexiones del lenguaje; sin ellas el grande de Rulfo no habría honrado a los campesinos mexicanos o Borges no habría escrito toda esa vasta crítica literaria sobre la expresión, las traducciones, los aprendizajes uterinos y las particularidades de las palabras en tanto historia personal y colectiva.
Después de todo, tampoco quiero que se caiga en la mojigatería actual de la que estamos siendo presos y que, por lo que he dicho, pensemos que no se puede encontrar ningún erotismo en los acentos. En absoluto, el erotismo ha sido por siglos material poético y me enorgullece pensar que el cantadito paisa, el calor de sus repeticiones y muletillas, la inversión de la acentuación en las palabras, la exaltación de la belleza han servido a fines nobles, como el artístico. Sin embargo, si me acento solo te hace pensar en sexo borras de mi una historia, la de mis padres, la de los suyos, la de los suyos de los suyos y la de una tierra.
Empecé este texto diciendo que si mi acento te hace pensar en sexo sos una víctima de la telesicaresca. Pero también podrías serlo del efecto contrario: de la uniformidad de los acentos. Víctima de noticieros en los que el máximo mérito es que al presentador no se le note de dónde viene.
Yo elogio hoy mi acento, con todo su bagaje cultural, y te llamo a elogiar el tuyo. No olvidar la lengua es no olvidar sus características, sus giros y modismos, sus formas.