En unos minutos intensos y mágicos de un evento en el que un payaso argentino animaba a los visitantes mientras empezaba su acto un cuentacuentos colombiano en el Festival VivaAmérica, el Festival de las Ideas, en Madrid, todo lo que yo estaba recibiendo a través de los sonidos del ambiente, y del propio payaso, se vio interrumpido por las palabras de un niño, sabias como casi siempre lo son:
El payaso les pedía a varios niños de menos de cinco años que corrieran tratando de alcanzar unas burbujitas de jabón que, al salir de una máquina, volaban, inquietas, en el aire. Les propuso el reto de coger una y llevársela a él. Todos los niños empezaron a correr con las más firmes intenciones de agarrar una burbujita de jabón para entregársela al payaso, pero, después de varios intentos, aunque seguían corriendo, se veían menos convencidos de poder lograrlo. Como una anécdota que me hizo reír, uno de los niños, sin parar de correr y con su acento español, le gritó: «oye tú, payaso, te digo que es imposible».
Unos instantes después, al no ver la misma cantidad de bolitas transparentes en sus narices, el payaso se extrañó de que la maquinita ya no estuviera soltando tantas burbujas de jabón y dijo en voz alta: «Veo que ya no hay más burbujitas», a lo que el mismo niño del otro comentario le respondió, mirando hacia arriba: «pues yo veo millones en el cielo».
Así es como los niños logran ver abundancia en aquello de lo que los adultos nos quejamos. Ellos sí ven lo que está ahí y es, precisamente, porque lo buscan en los lugares más simples.
Me gustó este tema por simple y cierto. Me hizo acordar de un niño que me dijo que él respiraba por el ombligo. Y si ves como sube y baja la barriga con la respiración… ¿por que no podría ser verdad?
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