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Saliendo de Bogotá en la vía a Tunja, se llega a un lugar llamado Tierra Negra, que queda antes del Puente de Boyacá. Luego se tuerce a la derecha y por una vía asfaltada que serpentea hacia abajo aparece Jenesano. Mientras se baja,  se ven al frente varios pueblos hermosos, colgados de la ladera del otro lado. Creo que dos  de ellos son Ramiriquí y Chinavita.  A pocos kilómetros de Jenesano está Tibaná, municipio de clima templado, fundado en el siglo XVI.

Ese día había alguna feria. Alrededor de la plaza, puestos de comida típica y ventas de artesanías. En una plataforma, con parlantes, músicos con requinto y guitarra, interpretando coplas y una que otra pieza de las que asocio con Jorge Veloza y sus carrangueros. Los sonidos se complementaban de vez en cuando con los totazos de voladores, las campanas de la iglesia y la bocina de alguna flota que llegaba al pueblo.

Qué mejor que una arepa boyacense, gruesa, quesuda y amarilla, quemada en los bordes.  El primer lugar que vi me atrajo de inmediato. Fogón armado entre ladrillos con una parrilla de delgadas barras negras y los carbones rojos, y el olor de las arepas. La señora, de trenza, de sumercé, que abanicaba el fogón con un objeto que parecía de mimbre, puso dos arepas más por solicitud mía. Así debe ser, pensé. Nada de hornos microondas, ni de tecnología culinaria moderna. Tal cual se calientan las arepas desde siempre. Eso y la música de fondo, la casa colonial de enfrente, me hicieron sentir en el corazón de la tierra y pensé que así había sido en siglos pasados, si le quitaba al entorno el ruido de las flotas.

En esa expectativa suena lo que a los pocos segundos identificamos como un ringtone de una canción de Vicente Fernández. Miré a mi alrededor. Los tres comensales que esperábamos nuestras arepas nos miramos como quien dice «la llamada no es para mí». El estribillo del ringtone se repetía hasta que el destinatario o mejor, la destinataria, sacó de algún lado de su ropa el móvil para contestar.

Era la señora de las arepas. Inclinó la cabeza hacia la derecha y se colocó el celular entre oreja y hombro, mientras seguía abanicando las arepas.  Recuerdo que después de un minuto remató la conversa diciendo: «Mándeme un mensaje de texto que yo se lo contesto sumercé». Colgó y nos entregó las arepas, que sabían tan bueno como esperaba, le dimos la plata, nos dio las vueltas y se dispuso a realizar una llamada, no sin antes responderme que ella no vivía en el pueblo, sino en una de las veredas.

Que el mundo cambió con los móviles e Internet, ya lo sabemos. Pero que las tecnologías de la información y las comunicaciones estén en Tibaná, en manos de la señora campesina de las arepas, que enviaba y recibía mensajes, sí que fue sorpresivo. Lo corroboré cuando me metí a internet y encontré el sitio http://www.tibana-boyaca.gov.co/sitio.shtml. ¡Vaya sitio! Toda la información que se deseé sobre el municipio, tanto para turistas como para la ciudadanía tibanense.  Desde procesos de contratación, hasta la historia detallada del municipio, galería de fotos, sección de quejas y reclamos para propiciar la interactividad de los habitantes. Vi que el sitio había sido construido en el marco del programa Gobierno en Línea, que se actualizaba en forma permanente y entendí que, con certeza, los habitantes de Tibaná no estaban para nada aislados y que contaban con las herramientas para hacer seguimiento a sus gobernantes, amén de conectarse con el mundo.

Imagen tomada del siguiente enlace:
http://2.bp.blogspot.com/_K1zWDn7ti8g/Sc-nta_znhI/AAAAAAAAABA/0e3CXnuJGYQ/s320/arepa.jpg

Rafael Orduz
Director ejecutivo
Corporación Colombia Digital
rorduz@colombiadigital.net
www.colombiadigital.net

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