Hace unos pocos días el mundo, a través de Internet, volcaba una gran avalancha de atención hacia un personaje ugandés desconocido por muchos hasta el momento: Joseph Kony.
Este documental, que con seguridad ya muchos vieron, muestra de una manera simple un problema presuntamente vigente en Uganda que afecta especialmente a sus niños; quienes se ven amenazados por Kony, líder del
LRA (Lord Revolutionary Army, que traduce por sus siglas Ejército Revolucionario del Señor o Dios).
En el video dirigido por Jason Russell y apadrinado por la organización ‘
Invisible Children‘, de la cual es fundador, se revela que en la actualidad este ejército se concentra en secuestrar niños para actividades relacionadas con la guerra, tortura e inclusive esclavitud sexual. De acuerdo a la publicación, la solución para acabar con este problema es simple: hacer que Kony sea famoso. Y para ello, se invita a todos los ‘televidentes’ a distribuir el video y comprar un ‘kit activista’ con posters y pulseras, a fin de captar la atención del gobierno estadounidense y así, no perder la asesoría que este viene prestando a Uganda desde hace algún tiempo.
Si bien, son muchas las voces que se han alzado a favor y en contra del video, su éxito es innegable. Además de las reproducciones tanto en Vimeo como en Youtube, el ruido en redes sociales fue inaudito en pocos días y las donaciones, las cuales se solicitan al final de este, no se hicieron esperar. Su ‘kit activista’ se ha vendido con éxito y ha sido gracias a los jóvenes que se sienten comprometidos con esta causa noble, quienes en su gran mayoría son habitantes de los Estados Unidos.
Ante este panorama, es importante citar a José Carlos Rodríguez. Él vivió en Uganda desde 1991 hasta el 2008 y afirma que: «durante los primeros 20 minutos no se aclara que la guerra en el Norte de Uganda se terminó a finales del 2006 y que ya no hay 40 mil niños secuestrados, puesto que a partir de ese año el LRA ha operado en remotas zonas del Congo y de la República Centroafricana; y apenas son unos pocos cientos«1.
Por otro lado, José Miguel Calatayud opina que el video pone en una posición de héroe al hombre blanco y que «(…) campañas tan simplistas como esta -que además ofrece una imagen errónea de la situación- son lamentables porque tienden a perpetuar los clichés de África como tierra de guerras y violaciones, de villanos de película y víctimas inocentes; que han de ser rescatadas por el hombre blanco. Estos estereotipos no hacen justicia a la violencia que sí existe en realidad, tanto en África como en otros continentes«2.
Habrán otros actores que defiendan el video, sin embargo hasta ahora los argumentos que he mencionado son los que más me han parecido lógicos y justifican desde mi punto de vista, los cuestionamientos que se le imputan a esta reproducción.
Pero entiendo las razones por las que un joven de 15 años quisiera verse involucrado en un movimiento, que a primera vista parece coherente e impactante. Sentirse parte de una causa es quizás una de las emociones que más mueve a la humanidad y que buscamos a menudo casi en cualquier entorno.
¿Será que acaso el universo tecnológico estimula un activismo ‘cómodo’ donde el sujeto se distancia de su propia realidad y se inclina por ayudar a otros más indefensos en otras esferas para sentirse mejor?; ¿acaso nos aterrorizan más los personajes de los que sabemos por imágenes, posts y ‘tweets’, que aquellos que vemos en los medios locales?; ¿percibimos como amenaza a todos aquellos que puedan herir a los más débiles, a quienes no tenemos que ver a la cara día a día?; ¿nos gusta que nos vean en las redes sociales como ‘seres benéficos’ que se preocupan por los otros, así no estemos seguros de si la causa por la que ‘batallamos’ es legítima?
No tengo las respuestas para tales interrogantes pero, lo que sí creo es que es importante analizar qué es lo que mueve a los jóvenes de hoy y cómo se deben utilizar estos medios para empezar a involucrar a esta audiencia en causas tangibles y visibles en su entorno. Aunque no está mal ayudar a otros que viven en diferentes regiones del mundo, la realidad es que cada país tiene sus problemas y lo lógico sería empezar con el prójimo más cercano.
Me enorgullece ver cómo diversas personas se han conmovido con esta situación, lo que significa que muchos no tienen el corazón de piedra y desean hacer algo ante estas circunstancias. Sin embargo no comprendo por qué Uganda es más importante que Colombia, cuando nuestros problemas inundan los noticieros y periódicos de malas noticias. Creo que es hora de dejar de lado el activismo facilista de sillón, aquel que se conforma con dejar ‘tweets’ y postear con indignación en Facebook; y pasar a hechos concretos. Hay numerosos portales para realizar donaciones y en nuestro país, muchas organizaciones benéficas de distinto tipo manejan su actividad a través de la red. Al final, lo que importa es ayudar de una manera real y dejar de lado el deseo de figurar.
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