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Imagínense una situación donde hay un grupo de gente en un espacio, y exhiben las siguientes características en su movimiento:
– No hay preocupación sobre su destino, solo sobre su viaje (de hecho, quieren estar en movimiento bastante tiempo);
– Ninguno tiene realmente idea alguna de hacia dónde se dirige;
– Todos están avanzando en un movimiento impredecible, y además mirando para otro lado;
– Todos la están pasando bueno (o bueno, casi todos);
– La mitad (o más) de las personas están borrachas.
Ustedes ya han estado en esta situación, por irreal o inconcebible que parezca, y más de una vez. Les doy un premio si se dan cuenta antes de que les diga qué situación es… nada? En el próximo párrafo les digo.
Es un baile. 
Doy el ejemplo para que sea más fácil comenzar a pensar en el movimiento,  los desplazamientos diarios, la movilidad, y en últimas la velocidad (y la lentitud). Hasta ahora todo parece muy académico y aburrido, pero prometo que voy a mezclar cosas del mundo investigativo con cosas del mundo “real” – o por lo menos con noticias de lo que pasa en Bogotá, Colombia, América Latina y el mundo para poder comprender de qué podría servir pensar en el baile como un punto de partida para comprender la movilidad. 
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Para lograrlo hay que retar lo intuitivo y pensar en las cosas desde el principio. Por ejemplo:
-¿Para qué se necesita mover la gente cada día, dos veces al día?  (no, no es tan fácil de responder: la cantidad de viajes promedio al día en Bogotá es menor a 2, ¿sabían?)
-¿Es totalmente imprescindible viajar distancias largas todos los días?
-¿Es inevitable que la velocidad en la que nos movemos sea cada vez mayor? ¿eso nos gusta?
-¿Cómo se pueden aplicar todas estas preguntas al caos de transporte en que vivimos todos los días?
Tenemos en nuestra cabeza una ciudad y una forma de movernos a través de ella que no es del todo correcta: para que una ciudad sea eficiente y dinámica, nos dicen, tenemos que ir a toda mecha por todas partes, durar poco tiempo en nuestros desplazamientos, y movernos cada vez en aparatos más sofisticados. Esto realmente no ha creado ciudades vivibles, sino aguantables.
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Hay formas de solucionar esto: redireccionar una política de transporte (incluyendo, por ejemplo, las fases de los semáforos) para que hagan unos modos de transporte más eficientes que otros; instaurando políticas de zonas 30;  generando zonas peatonales, y muchos ejemplos más. Muchos hemos visto los efectos que tienen estos proyectos: mayor seguridad vial (menos muertes, menos gente en sillas de ruedas), mayores lazos sociales, menores niveles de depresión y mejor calidad de vida. Yo sé, todo suena medio raro pero les prometo que así es.
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(para ver cuándo publico próximas entradas, síganme en @carlosfpardo , en general lo haré una vez por semana)
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PERFIL
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Carlos Felipe Pardo es un colombiano con maestría en urbanismo de la London School of Economics que trabaja en temas de transporte sostenible, desarrollo urbano y calidad de vida. Le ha tocado ir a más de 60 ciudades en Europa, América Latina, Asia y África a dar asesorías, presentaciones y cursos sobre esos temas. Ha escrito libros y capítulos (unos más buenos que otros), varios de los cuales están en la página de su organización Despacio.org

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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