Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

(se reproduce aquí al carta completa del autor a su padre, con motivo de su visita a la afamada y peligrosa pista de automovilismo alemana «Nürburgring»)
Padre mío...

Padre mío,

Escribo esto desde el tren hacia Hamburgo, después de una experiencia increible en el lugar que el mismísimo Sir Jackie Stewart bautizó «El Infierno Verde» hace ya algunos años, y donde Nikki Lauda casi muere por un accidente en esa pista en 1976: el Nürburgring alemán. La pista, de más de 22 kilómetros en su versión «Nordschleife» es tan espeluznante que es imposible exagerar. Un lugar bestial, de características que la hacen al mismo tiempo una pista perfecta pero también imposible. Como imaginarás, la pasé bastante bien pues vivo entre muladares en Uganda, barrizales en Chiang Mai y huecos en Bogotá, entonces este lugar no era nada ajeno para mis experiencias anteriores. Dispénsame, relataré mi experiencia en este bosque del peligro con el detalle que se merece.

Todo empezó bien, cuando me bajé del avión en Frankfurt y me ofrecieron un carro de mejores características que el que había pedido. «Tenemos un BMW serie 3 si lo quiere». Sin titubear, acepté, a pesar de mi desprecio ante esa línea en particular del BMW que no merece tanto bombo como otras. En ese vehículo me fui, como es de esperarse en esta patria sin límites de velocidad, raudo y veloz por la Autobahn alemana hasta llegar a 180 kilómetros de distancia al Nürburgring – en menos de tres horas (si recuerdo bien, eso dura un viaje en hora pica de Bogotá a Soacha, o no?).

Aviso Nurburgring

 

Llegué al Nurburgring, estacioné el serie 3 en uno de los muchos estacionamientos gratuitos que tiene el lugar histórico, y respiré velocidad tan pronto salí del carro a comprar las boletas. Como todo en Alemania, ordenadamente llegué hasta el sitio para comprar las boletas y me indicaron todo lo que quería saber sin siquiera preguntarlo. Estaba listo para mi lap, aunque la carestía de los 27 Euros que pagué ante el devaluado peso me dio un poco de dolor de estómago. «Toca, toca», los pagué sin que se dieran cuenta que apretaba mis nalgas mientras entregaba esa suma que se aproxima ya a los cien mil pesos.

Salida del Infierno Verde

Aunque estuve tentado a alquilar un carro de carreras a la entrada de la pista, los 179 euros que cobraban por una sola vuelta de 20 minutos ya me parecieron estafa. Me fui a montar al Serie 3 para comenzar mi vuelta, no sin antes recordar que Juan Pablo Montoya tenía uno de los records en una de las versiones de esta pista (1:18.354 en el GP Strecke).

Apretando con nervios y algo de sudor el timón de la máquina que tenía alquilada, me dispuse a hacer fila para comenzar la vuelta por el lugar con el que tanto había soñado las noches anteriores. Estar ahí fue cuestión de satisfacción personal, de sentirme en el ápice de mis logros, de corroborarme a mí mismo que eso de la velocidad es lo mío.

Porsche GT3

Nurburgring es una pista de verdad, con peraltes de hasta 40 grados, marcas en las esquinas de toda la pista, indicaciones para girar con todo el rigor alemán (la pista, aunque es para competencia, sigue todas las reglas de circulación y señalización alemana así como sus límites de velocidad. En resumen: hágale pero con cuidado y con orden). Aunque los primeros kilómetros tuve que ajustarme a lo que hasta ahora era ajeno a mí y estaba un poco perplejo por la densidad de Porsches GT y demás vehículos de alto desempeño, apreté con más fuerza el timón y aceleré.

Conducir el Nurburgring solo se puede describir como un estado de éxtasis hipnótico. Olvidé quién soy, qué hago, a dónde iba y hasta dónde estaba: lo único que pensaba era en la mejor forma de cortar las curvas y de no emocionarme ante el peligro inminente que podría significar mi muerte si jugaba las cartas mal. Una experiencia inolvidable, sin duda.

Antes de que me diera cuenta que ya llevaba más de veinte kilómetros recorridos, llegamos a la recta final donde todos corrimos para demostrar que los 200 kilómetros por hora no son nada para nosotros, y frenamos con igual pericia ante el aviso de «pare aquí, su vuelta se terminó». Todo muy alemán, muy ordenado, y todos muy corteses como son los habitantes de la tierra teutónica. Mi experiencia llegaba a su fin, y me dispuse a ir a mi hospedaje, no sin antes comer una cena en el Devil’s Diner que estaba al margen de la pista y donde todos los campeones que habían llegado allí saciaban su sed y su hambre – habiendo ya saciado su sed de terror. El miedo que sentí en esta experiencia, lo admito, fue mayor al que ya haya sentido en cualquier experiencia de mi vida entera.

2 no puedo mentir

Su merced, le pido disculpas. El texto anterior es casi totalmente una gran mentira. Con vergüenza, dejo escrito y lo envío como castigo de mi cinismo al tratar de escribir algo que en realidad no sucedió como lo conté. Corrijo con toda la sinceridad del caso lo que omití o cambié de mi relato a continuación:

– No estoy escribiendo esto desde ningún tren a ningún Hamburgo. Lo escribo desde el Burger King de la estación de trenes de Frankfurt porque compré mal el pasaje (los alemanes por ordenados terminan es complicando las cosas) y me dejaron tirado y me toca buscar otro tren que sí me sirva… por eso escribí tanto, porque el próximo tren es a la medianoche y esta es la única forma que tengo de que se me quite esta piedra que tengo. En Bogotá uno simplemente se monta al maldito bus y se acabó. Aquí es toda la joda del pasaje y la hora y nosequecosas. Gente pa complicada.

– El carro que me dieron sí era un BMW serie 3, pero más bien una camioneta vieja BMW y automática, y pa más rabia me dieron la de motor más chiquito. Mejor dicho me embutieron una lata porque me vieron la cara de pendejo.

– La susodicha Autobahn alemana no fue tal. La mitad del recorrido estaba en reconstrucción y los carriles eran reducidos a 2,1 metros (eso sí, señalizada hasta el orto pero todo en alemán entonces a mí qué me iba a servir leer esa vaina). Me pegué par perdidas por las que llegué más tarde que el chiras a la pista, y casi ni puedo darle la vuelta.

Trancón en autobahn

– Después de parquear (en la mierda, porque el parqueadero no lo podían poner más lejos del sitio de las boletas y por eso es gratis), casi me atropella un bobo en su carro porque yo estaba caminando por donde no era – pero esque no me aclararon y como todo era en alemán pues complicado. Mejor dicho estoy vivo de milagro.

– La vuelta por la pista fue horrible, no porque la pista esté mal hecha sino porque en esa camioneta yo no daba pie con bola. Me hicieron luces, me pitaron y hasta me echaron una moto encima por yo andar en esa porquería que parecía como irse en vestido de baño con piel de tigre a un coctel. Qué vergüenza con esa gente.

– Claro que sentí miedo! En eso sí no mentí, pero lo que no le dije es que el miedo lo sentí cuando manejaba por esos carriles de la autopista tan angostos: no entiendo cómo hace esta gente para manejar tan rápido por una carretera en construcción. Yo que creí que andar por La Línea era feo, esa vaina lloviendo a la vuelta era como para esconderse. A mí que me lleven en tren por todas partes en este país, creo que es mejor.

Para terminar, le cuento algo que no supe ni cómo contarlo con mentiras: cuando me fui de la pista con toda la piedra del mundo, sin bañarme desde el día anterior y sin maletas (iba tan tarde que las dejé botadas en el aeropuerto y me armaron medio lío después para recogerlas, eso se lo cuento luego), llega el tipo del hotel me abre el cuarto y me dice que «ay qué pena, yo le dije que había internet pero no hay, váyase allá al restaurante de allí a aquél lado que allá es gratis». Mejor dicho ladrones hay en todas partes, hasta en Alemania. Me tocó irme a beber una cerveza de doce mil pesos a un restaurante donde todos llegaban en sus super naves galácticas y yo a pata pelada (me daba era pena irme en el bendito serie tres que me embutieron entonces me fui a pie).

En resumen, padre mío, una experiencia inolvidable esa del Nürburgring, pero eso sí que me lo empaquen.

Fiuf

Compartir post